No puedo dormir: nací en el 88

Por Erika Andújar

Siempre tuve la sensación de que nací tarde. El destino me trajo a este mundo un viernes de noviembre de 1988. A diez años de la gesta histórica de Kempes y dos años después de Maradona en modo barrilete cósmico.

¿Ven? Decididamente tarde. Me perdí los dos momentos más recordados de nuestra historia futbolera.

En Italia ‘90 tenía dos años, así que nada de Goyco, ni de la canción que todos recuerdan con nostalgia.

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De Estados Unidos, por suerte no tengo recuerdo alguno. Una a favor. No puedo ni imaginar el dolor de ver en vivo a Diego con el corazón destrozado diciendo las cuatro palabras que nunca terminarán de cicatrizar.

Mi primer recuerdo de Maradona es con la camiseta de Boca y una franja de pelo rubio cruzándole la cabellera. Por ese entonces yo veía los partidos codificados del domingo, sentada al lado de mi papá. Se me viene a la cabeza uno contra River, un abrazo con Francescoli y, de fondo, los relatos de Araujo en un TV Sanyo 20 pulgadas. 

Con Diego me perdí casi todo. Nunca pude verlo en la cancha, vestido de cortos. Qué afortunados todos ustedes que alguna vez se emocionaron con su magia desde la cercanía de una tribuna. Yo, por mi parte, llegué tarde.

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Francia ‘98, con nueve años, es el primer Mundial del que tengo memoria. Los muñequitos de Coca-Cola, los álbumes de figus, los goles de Bati y las atajadas de Roa. ¿Será también el primer mundial que recuerda Messi? Leo, al igual que yo, llegó tarde a los mundiales del ‘78 y el ‘86: nació en Rosario en 1987.

Del 2002 sí tengo imágenes más nítidas. Pururú a la madrugada para ver a la Selección, el empate con Suecia y la decepción. Mis primeras lágrimas por el fútbol. Al día siguiente, un póster en La Voz del Interior llevaba de título “El futuro se llama Pablo”. Nacía mi primer ídolo futbolístico.

Ya para el 2006, estaba en mi último año del secundario. Y el pibe que nació en el ‘87 jugaba su primer Mundial junto a Aimar, el ídolo de ambos.

En el Mundial de Brasil floreció la ilusión. Para cada partido, tengo un recuerdo asociado con la radio. “Va a venir el tiro libre y ahí está Messi. Le va a pegar Lionel. Acomoda la pelota, la acaricia, le habla, le dice: yo a vos te trato siempre bien, sé fiel en esta, ahora jugá para mí”, el preludio de un grito de gol en palabras del Turco Wehbe.

Esa vez no pudo ser. Era mi oportunidad –y la de tantos que estamos en los treintis- de vivir un momento histórico, de ser testigos, de formar parte del relato oral que pasará de una generación a otra, para siempre…

Estamos otra vez en la final. Quiero que sea lunes con las mismas fuerzas que deseo que el domingo no llegue nunca.

No puedo dormir: nací en el ‘88. Llegué tarde para Kempes y el Diego. Llegué justo a tiempo para Lionel.

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