La muerte, el duelo y la memoria, en una piedra

Sergio Suppo

Poco hay más agraviante que el desprecio por el dolor. Y mucho más si ese dolor es un sentimiento colectivo hilvanado por el sufrimiento que provocaron, en cada caso, las 130.003 muertes por COVID durante la pandemia.

Aun hoy siguen muriendo semanalmente de COVID varias personas en el país.

Es tan extendido el dolor y el duelo que nos queda por esas ausencias que uno puede imaginar que los argentinos de hoy quedarán marcados para siempre. Una cicatriz será visible generación tras generación.

Es fácil comprender la dimensión del drama si nos respondemos una pregunta dolorosamente sencilla: ¿Conocíamos al menos a uno de los muertos por COVID?

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Es ahí donde el número y la estadística quedan en un segundo plano. Y aparecen los nombres y los apellidos: el nombre de un padre, de una mamá, de un hijo, de un amigo, de un vecino. Alguien con el que estábamos atados por lazos fuertes que la muerte nos quitó.

Si la muerte siempre es la representación de una ausencia, no haber podido despedir a nuestros muertos agregó durante los días de la pandemia un dolor adicional.

Siempre, desde el fondo de los tiempos, despedir a los muertos fue una necesidad impostergable. Es lo que les da sentido a los funerales, a los sepelios, a los muy diversas formas que a lo largo del tiempo y en todas las culturas se han usado y se siguen usando para que los sobrevivientes empiecen a acomodar el corazón a la ausencia.

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En la pandemia, nadie pudo despedir a sus muertos. Es por eso que, en nombre de esa necesidad, en el mundo hubo quienes intentaron encontrar alguna cosa que se pareciera a una despedida.

Fueron consuelos más o menos efectivos frente a la impotencia y el dolor de no poder despedir el cuerpo inerte del ser querido, de no poder verlo, de no poder darle un beso de despedida, de no poder acompañarlo hasta un cementerio.

Una de esas formas de despedida y, a la vez, de mantener viva memoria por el muerto, fue recogida de la tradición judía. Es la tradición de recordar con una piedra a quien ya no está. Una piedra que no se marchita como una flor, una piedra que resiste el paso del tiempo, una piedra que avisa que hay una presencia aun esa ausencia.

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No tiene mucho sentido detenerse en la señora portavoz del gobierno y su desprecio por los muertos y por los seres queridos que eligieron recordarlos llevando una piedra a una plaza pública. La señora Gabriela Cerruti describió su propia miseria. No hace falta agregar nada más.

Estas líneas están dedicadas a la memoria de las víctimas del COVID y de todos sus familiares y amigos. Que es como decir, toda la Argentina.

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