Orgullo y prejuicio

María Rosa Beltramo

El que puso el dedo en la llaga fue Santiago Garay, un ignoto tiktokero que de un clic a otro apareció en todos los portales por exhibir su sorpresa y disgusto al ver en Bariloche la larga fila de vehículos llegados de Chile, estacionados frente a los supermercados.

"Con esos autos que tienen ,¿hace falta venir a comprar jabón y detergente?" preguntó en clave de queja, poco después de recordar las épocas en la que éramos los argentinos los que cruzábamos el macizo andino pero para comprar electrodomésticos.

El muchacho puso blanco sobre negro lo que los medios ya habían titulado como "la Argentina regalada", pero él fue al meollo de la cuestión y estableció cierta escala jerárquica.

Y en una suerte de vidriera irrespetuosa, como dice el tango, mezcló las consecuencias de la devaluación de nuestra moneda con la desjerarquización del país .

Porque parece que una cosa es cargar en el baúl un smart tv de 50 pulgadas 4K y otra muy distinta vaciar las góndolas de desodorantes, champúes, arroz y fideos.

El video registró en un par de horas 12 mil reproducciones y cientos de opiniones, algunas de las cuales tenían el mismo sentido que las del autor del posteo original.

Hay quienes no han podido evitar un sentimiento de vergüenza al ver el país convertido en un almacén de ofertas para los vecinos.

Es lógico suponer que son los mismos que se habrán sentido orgullosos en la época del "deme dos" cuando un segmento de la población argentina fatigaba los shoppings de Miami y regresaba cargada de novedades.

En realidad, salir en tropel a comprar Iphones o hacer cola junto a chilenos y uruguayos que arrasan con latas de conservas y artículos de limpieza, no debería constituir motivo de satisfacción ni de humillación, respectivamente.

Antes y ahora el tema es el mismo: el valor de la moneda y, por supuesto, ese sí es un tema de preocupación y deja espacio para el enojo, la tristeza y el escepticismo. Pero el ser nacional no se mancha y no encoge, ni la historia pierde sus figuras gloriosas por una contingencia como esta

Es la economía la responsable de que todo lo que se vende en el país sea carísimo para la mayoría de la población y una bicoca para los de afuera.

Lo que no tiene sentido es mirar de reojo a esos compradores de fin de semana que pasean, llenan restaurantes y hoteles y, de paso, llevan jabón como para lavar las culpas de todo el continente.

No somos un fracaso ahora que proveemos de desodorantes baratos al Mercosur ni fuimos exitosos cuando algunos representantes de la clase media abarrotaban los outlets de Miami y hacían cola los viernes de liquidación ante T.J. Maxx, Marshalls y Ross, las tiendas que venden ropa de marca de temporadas anteriores a precios más económicos.

Somos los de siempre con una moneda más pobre.