Con el tiempo habían logrado especializarse. Unos eran "prestanombres" para adquirir líneas de teléfono y abrir cuentas en aplicaciones de viajes, sobre todo Uber y Didi, además de simular otras identidades en las redes sociales de citas. A todos los citaban para el mismo pasaje, en una suerte de triángulo entre la Menéndez Pidal y la Costanera próxima al puente 15, en Colinas del Cerro, zona norte de la ciudad de Córdoba.
Cuando el conductor giraba y doblaba hacia la dirección indicada, se topaba con una verdadera emboscada: ya no había una joven esperando un auto ni alguien para salir a cenar, sino delincuentes armados que despojaban a la víctima del auto y de todo lo que llevaban encima de valor.
Era entonces cuando entraba en acción la última parte de la banda: los "reducidores", que vendían el vehículo y todo lo robado en sitios de redes sociales.
Los delincuentes estaban "cebados": entre abril y septiembre, cometieron al menos siete robos con la misma modalidad. Siempre, en el mismo lugar.
Al advertir este este patrón criminal, el fiscal Juan Pablo Klinger reunió a la unidad judicial del sector y a un equipo de las brigadas civiles para trabajar de manera conjunta toda la trama delictiva, en lugar de ir caso por caso, como si se trataran de episodios sin conexión entre sí.
Esta fiscalía es una de las que pronto se "apropió" de su territorio, luego de la redistribución del organigrama que el año pasado dispuso el fiscal General Juan Manuel Delgado.
En este nuevo esquema, que ya lleva varios meses de implementación, se decidió que ya no iba a haber turnos rotativos entre las fiscalías sino que a cada una se le asignaba, para siempre, la misma jurisdicción.
El objetivo que se persigue es que ya los fiscales no se dividan por los cuatro distritos que tiene la ciudad, sino que cada uno de ellos tenga un sector definido, siempre el mismo. De esta manera, se intenta que conozcan de primera mano la modalidad delictiva de la zona, para establecer cuáles son las bandas más importantes y cómo operan.
La idea es que no miren cada caso como un todo en sí mismo, sino que logren establecer la trama detrás de los episodios. Como sucedió en esta investigación: una banda, asentada en un territorio, que de manera reiterada estaba explotando la misma modalidad delictiva, con roles bien definidos.
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Gran sorpresa se llevaron los investigadores cuando descubrieron que los sospechosos vivían a escasos metros del pasaje en el que ejecutaban las emboscadas.
No se trata, a esta altura de un dato excepcional: en otras causas distribuidas en los cuatro puntos cardinales de la ciudad ya se empieza a advertir cómo las bandas actúan en el mismo territorio en el que viven, a diferencia de lo que habían tiempo atrás, cuando se trasladaban a otro sector. Este traslado lo hacían por varios motivos: evitar que los vecinos los identificaran, por el antiguo "código" del hampa que mandaba a no robar en la misma zona en la que viven y, también, para despistar a los investigadores.
¿A qué responde, entonces, este cambio? La respuesta es mucho más profunda. Asoma una "cultura delictiva" asociada a un mayor consumo de drogas y a una mayor "tolerancia" vecinal a los que delinquen. El territorio propio se convierte, de esta forma, en una suerte de "zona de confort" para el delincuente, que ya no siente la mirada negativa de sus vecinos, sino que estos aceptan que roben allí mismo. O sea, los ladrones se apropian del terreno y hacen de este copamiento su fuerte.
A grandes rasgos, esta es lo que se volvió a observar en esta investigación liderada por el fiscal Klinger. En las últimas horas, a través de diversas órdenes de allanamiento se logró la captura de siete personas. Cinco varones -uno menor de 18 años- y dos mujeres. Todos fueron imputados como miembros de una asociación ilícita, además de otros delitos.
El presunto líder de esta banda, identificado como Gustavo Facundo Pérez, responde, además, por robo calificado por el uso de arma de fuego y otros cuatro robos calificados en poblado y en banda.
