Milei, cuestión de poder político, tiempos y paciencia

Julio Perotti

Pasó un turno electoral, donde Javier Milei jugó, poco pero jugó. La Rioja fue la única provincia en la que abiertamente apoyó a un candidato: Martín Menem.

Tan curioso como Milei, este Menem hizo una martingala para mostrarse como un outsider de la política, pese a que el apellido lo asocia a lo más tradicional del peronismo.

Pero está bien, nadie puede ser cuestionado por lazos de sangre.

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Volvamos sobre Milei. Claramente, no apadrina candidatos para evitar que los títulos de los portales y diarios digan que perdió.

Como señalamos días atrás, su estrategia es la del buey solo que bien se lame.

Aun así, el nombre Milei viene ocupando el centro de la escena política. Para beneficio de él, aún en la derrota, digamos.

Lo mismo quedan muchas dudas.

Dos cuestiones parecen haber puesto a Milei en el eje de la consideración de una cantidad creciente de argentinos.

Su ataque a la casta, que representa sin dudas, el malestar con la clase política, un estado de ánimo social que se expande como una mancha de aceite porque, en definitiva, de la casta vienen aquellos que gobiernan y no resuelven los problemas.

Hasta ahí, puede ser comprensible. Pero hasta ahí.

El futuro es más largo que una bronca. No sea que por arrasar con el pasado lo terminemos dinamitando.

Veamos la segunda cuestión: el planteo de la dolarización, mucho más vidrioso. Cualquiera podrá decir: ¿Por qué no probar si las recetas clásicas fracasaron?

Y en alguna medida justificar el camino hacia el reemplazo del peso por el dólar como experiencia. ¿Y si no nos va bien? Peor no vamos a estar, te responden los nuevos adherentes a Milei.

Que la solución venga de una dolarización suena a fantasía. ¿Cuál será el resto de las medidas para acompañarlo? Aun no lo sabemos. Esperemos enterarnos pronto, porque nada indica que no sea necesario un fuerte sacrificio para salir de la crisis. Y ya sabemos quiénes pagan el sacrificio en la Argentina.

Pero hay algunos aspectos más a considerar.

Primero, el poder político. Va a estar asentado sobre la figura de Milei porque, como ya hemos dicho, es difícil que tenga un fuerte apoyo parlamentario.

Los diputados se eligen en la primera vuelta y allí observamos, ahora, a Milei con Juntos por el Cambio y el Frente de Todos cerca, si damos crédito a las encuestas.

O sea, el que gane no va a poder llevarse más que la tercera parte de la mitad de la Cámara de Diputados que renueva. O sea, la sexta parte del total.

Es fácil la cuenta: se renuevan 130 diputados. Dividido por tres, son 40 cada uno, en números gruesos. El resto de los que no se eligen ya están en manos de Juntos por el Cambio y el Frente de Todos.

O sea, el Congreso puede ser un obstáculo. Salvo, claro, que quiera romper la institucionalidad y gobernar sin Congreso. Es una incógnita.

Segundo, la paciencia social. Debemos ser cuidadosos y descreer de que un pase de magia va a resolver todo de pronto. Como dijimos antes, la crisis no tiene salida gratis. ¿Qué margen de tiempo puede tener cualquiera, no sólo Milei, en el gobierno?

Aquello de “los primeros cien días” ya quedó en el pasado.

Todo parece teñido por la urgencia. Y el apuro no siempre es buen consejero.