Un grito de gol que será eterno

Carlos Bocha Houriet

La llegada a Doha fue extraña. Es un lugar diferente, lejano, una cultura distinta. Y justo al otro día cumplía 60 años. Me hubiera gustado compartirlo con mi familia, pero estaba a 15 mil kilómetros de casa.

Ese mismo día debutaba Argentina. Había que concentrarse en eso.

Pero perdimos con Arabia Saudita. Fueron 48 horas muy tristes. Por la melancolía del cumple y la derrota con el más débil de la zona.

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Las 12 caras largas de los enviados de Cadena 3, nos mirábamos y sólo pedíamos pasar a octavos. Fíjense con qué poco nos conformábamos.

Habíamos ido soñando con Messi y compañía, y ya nos sentíamos hechos con pasar de ronda.

La ecuación era tan dramática que si perdíamos con México nos volvíamos, si perdíamos con Polonia nos volvíamos…

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Esos 15 días que duró la primera fase fueron tremendos. Era una catástrofe volverse en primera ronda, para todos.

Pero bueno, gracias a Dios pasamos. Le ganamos bien a México y a Polonia. Y ya nos empezamos a ilusionar de nuevo con “Muchachos…”.

Después vinieron los octavos, con Australia. Parecía fácil y se nos complicó al final, con “el Dibu” maravilloso sacando otra vez el empate sobre la hora.

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Después Holanda y los penales. Creo que Polonia y Croacia fueron los partidos más tranquilos para Argentina.

Los demás fueron novelas dramáticas, que ni el mejor guionista cinematográfico podría escribir.

Sobre todo la final frente a Francia. Ahí ya ni lo podíamos creer.

El comienzo había sido tan oscuro, que uno se conformaba con migajas. Ya no era pensar en grande, sino tratar de aguantar. Sólo aspirábamos a estar en semis y jugar los siete partidos. Eso era casi tocar el cielo con las manos.

Pero tocar el cielo con las manos fue con Francia. ¡Qué increíble! ¡Qué maravilla! Tampoco nos pudimos relajar. Parecía que estaba ya todo listo: 2-0, dominando. Pero después vino lo que todos saben. Terrible. Hasta el último penal de Montiel.

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La Copa del Mundo de Argentina en Qatar fue un guión cinematográfico. Y nosotros aguantando.

Tuve un estado gripal justo en la semifinal. Todos nos engripamos. A mí me tocó en la recta final, en la parte más dura del torneo. Así que me encerré en mi dormitorio sin hablar una sola palabra desde la semifinal para llegar al sueño mayor de todo relator: una final mundial con tu equipo. ¡Y si sale campeón ni te cuento! ¡Una maravilla!

Pero casi que no los disfrutás, porque estás tan concentrado en lo que tenés que hacer, en lo que esperan que vos hagas…

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El otro día vi la final de Argentina ante Francia. Y quedé encantado con una imagen del estadio desde un dron. Y le dije a mi esposa: “¡Mirá qué hermoso estadio!”. Y ella se rió porque yo estuve ahí y no lo había disfrutado. Estuve ahí, pero casi ni lo vi.

Sólo veía la camiseta argentina y soñaba con un grito de gol que será eterno.