Un denso humo negro en el comienzo del Camino de las Altas Cumbres hizo que varios se alarmaran. En Traslasierra aún duelen los últimos incendios. El aviso no tardó en llegar a la Policía local, que jamás podía imaginar en aquel momento la historia que se escondía detrás de aquella nube negra. Los agentes se toparon con una fogata a media apagar, en una especie de alcantarilla, cerca de Icho Cruz. Daba la sensación de que alguien se había estado guareciendo ahí, pero no encontraron a nadie.
Fue unos kilómetros más adelante, rumbo a Mina Clavero, que los policías divisaron un columna humana. Dos jóvenes, una adolescente y al menos dos niños, entre los que estaba un bebé, escalaban a pie el camino, en dirección a Traslasierra. Llevaban improvisadas mochilas y algunos miles de pesos. El reloj marcaba las 17 del sábado pasado.
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Los dos más grandes, dos hermanos de 21 y 24 años que a simple vista aparecen con dificultades intelectuales, dijeron que eran todos familiares y que se estaban yendo a Mina Clavero de vacaciones. Que iban caminando porque acababan de discutir con un remisero que pretendió cobrarles más de la cuenta, por lo que el viaje se interrumpió. Y dieron un número de teléfono, el de Ester, la madre de ellos. La mujer, agregaron, estaba en su domicilio de Oscar Cabalén al 6.500, en barrio Autódromo de la ciudad de Córdoba.
Aún no está del todo claro qué sucedió entonces. Como casi todo en esta historia: nada resulta transparente.
Los policías lograron contactar a un tío, que los fue a buscar. El hombre se quedó con los niños y el domingo llevó a Córdoba a los dos hermanos y a la adolescente de 17 años.
Este familiar, tras escuchar a los más grandes durante el viaje, los dejó a los tres en Autódromo, y constató que en la casa no había rastros de Ester ni de su hermana Sara, que también vivía allí.
El padre de las mujeres, Don Castro, había muerto hacía pocas semanas.
Este tío (filiaciones que hasta ahora se cuentan así, pero que en realidad serían mucho más difíciles de explicar) habló con los dos muchachos y salió espantado. Se fue directo a la Unidad Judicial 3 y pidió ayuda. Dijo que Ester y Sara estaban desaparecidas y que creía que sus sobrinos las habían asesinado. Lo llevaron de inmediato a Homicidios, en Jefatura, donde repitió todo.
Cuando los primeros investigadores llegaron a la casa de barrio Autódromo, los jóvenes no se resistieron. La hermana de 17 años, empezó a contar una escena de espanto. Todo habría ocurrido en la madrugada del sábado 24 de septiembre pasado. Una discusión, dijo, que terminó envuelta en toda clase de golpes. Habló de machetazos y hasta de tiros. Y de un pozo profundo en el patio de la casa.
Un hueco que hace demasiado tiempo le dio forma a un aljibe y que desde el domingo a la noche esconde lo que los investigadores presumen puede ser lo peor.
Con un grupo electrógeno y cámaras go pro, un grupo especial de bomberos comenzó a trabajar. Más de 50 metros de profundidad, por los que es muy difícil bajar. En la madrugada, un bombero se quedó sin oxígeno y tuvo que ser rescatado de apuro. También se inspeccionaron otros dos pozos.
La vivienda es una construcción precaria, venida abajo, sucia, revuelta. Los vecinos ya hablan de la "casa del horror". Aseguran que Don Castro, que hace décadas llegó desde Quilino, era el padre de sus nietos, los ahora detenidos. Hablan de toda clase de abusos en un hogar a que nadie más ingresaba. A Ester y a sus dos hijos sólo la veían cuando salían para ir a un lavadero cercano, en el que trabajaban. Don Castro se encargaba de repartir el pan casero que vendían. Sobre el resto, nadie sabe qué hacían, de qué vivían, cómo se llamaban, si alguna vez fueron anotados en algún registro oficial. La fiscal Andrea Martín estuvo durante la madrugada y la mañana de este lunes en el domicilio, mirando en vivo y en directo como el horror comienza a tener cada vez más forma.
Todo, hasta ahora, coincide con los relatos que escucharon los investigadores. Pero el espanto todavía no termina de tener su forma completa.
