Cecilia, una sombra sobre las elecciones en Chaco

Juan Federico

Los pies del monumento al General San Martín asoman limpios. Ya no hay velas derretidas, carteles de dolor, gritos escritos para pedir Justicia. El nombre de Cecilia no aparece por ninguna parte. En la plaza 25 de Mayo, frente a la Casa de Gobierno de Chaco, el punto más céntrico de Resistencia, sólo quedan pequeños rastros de lo que hace tres meses era un grito histórico.

En un poste de luz, una cinta rosa parece sostener el rostro casi arrancado de Cecilia. Al frente, en el Palacio gubernamental, todo ha sido debidamente borrado. Un graffiti perdido asoma como el último testimonio de aquel junio que marcó una bisagra en esta provincia pobre del norte del país.

Cecilia Strzyzowski fue asesinada el 2 de junio a la mañana en la casa familiar del poderoso clan piquetero que lidera Emerenciano Sena. Al menos así lo sostiene una compleja investigación judicial que se topó con un escollo: a los restos de la joven los asesinos los quemaron durante cuatro días, hasta reducirlos casi por completo, sin dejar ninguna huella celular. Ni viva ni muerta, desaparecida, fue el atroz silogismo que intentó esgrimir, como en otros tiempos, la defensa de los principales acusados. 

Para el triunvirato de fiscales que lleva adelante el caso, no existió el crimen perfecto: pese a que no lograron hallar el cadáver, sostiene en base a un cúmulo de indicios que a Cecilia la mataron aquel viernes de junio en esa casa de los Sena. 

El novio de ella, César Sena, y sus padres, Emerenciano y Marcela Acuña, permanecen presos desde el viernes 9, acusados de un asesinato atroz. Una figura penal que en caso de avanzar en un eventual juicio sólo supone, ante una condena, la pena de prisión perpetua. 

Cuatro estrechos colaboradores de este grupo piquetero que durante más de una década amasó un poder infernal en Chaco, de la mano del gobernador Jorge Capitanich, también están presos acusados de haber colaborado para deshacerse del cadáver. 

Uno de ellos, Gustavo Obregón, quien era mano derecha de Emerenciano, confesó cómo quemaron durante días el cadáver en una chanchería que los Sena tienen a la vera del río Tragadero, a las afuera de Resistencia. Fue en ese pequeño cauce que los buzos policiales hallaron un dije de la joven y pequeños huesos calcinados casi por completo.

Aquellos días de junio todo era conmoción en Chaco y en el país. Mientras los fiscales Jorge Cáceres Olivera, Nelia Velázquez y Jorge Gómez iban reconstruyendo un plan criminal sin antecedentes en la provincia, el país se asomaba al desmesurado imperio piquetero que Emerenciano y Marcela Acuña habían edificado en Resistencia. 

Gloria Romero, la madre de Cecilia, se convirtió en bandera. Alzó la voz, denunció la complicidad estatal con los acusados y organizó diferentes marchas en las que se multiplicaron las velas y los globos rosas, el color favorito de Cecilia. Nunca antes en los últimos 40 años de democracia Chaco había conocido una manifestación de dolor y bronca como las que se vieron en aquellos días.

El golpe al Gobierno peronista en las Paso provinciales del 18 de junio fue muy fuerte.

Pero desde entonces, en calculado silencio, Capitanich comenzó un arduo trabajo de hormiga para intentar revertir, este domingo, las elecciones. No es una elección más: pone en riesgo 16 años de hegemonía del PJ en el control de la política. 

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Y una pieza fundamental de este andamiaje se basó en amortiguar el daño político por el brutal femicidio de Cecilia. 

Gracias a la intervención del propio presidente de la Nación, Alberto Fernández, el gobernador logró reunirse a solar con la mamá de Cecilia. Desde entonces, la mujer morigeró sus críticas públicas, hasta que esta última semana volvió a señalar a Capitanich y pidió el voto por el opositor Leandro Zdero, el gran ganador de las Paso.

Un ejército de trolls se dedicó, durante semanas, a atacar a Gloria por las redes sociales. Sembraron dudas sobre algún acuerdo político de la mujer y casi como si se trataran de estiletazos comenzaron a cuestionar su dolor: que cambiaba de peinado, que se pintaba las uñas o que lloraba poco. 

A mediados de agosto, la Justicia chaqueña rechazó las apelaciones defensivas y confirmó las prisiones preventivas contra los siete acusados. Marcela Acuña y Emerenciano continuaron mandando cartas y videos desde sus lugares de detención, reclamando su inocencia, pero estos recursos tuvieron poco efecto público. La investigación judicial se concentró en edificar aún más los casi 300 indicios que tienen acumulados contra los sospechosos. Pero ya no hubo novedades de alto impacto.

¿Hasta dónde puede una sociedad soportar el espanto sin buscar un remedio para anestesiarse? Regresar a Resistencia, tras aquel junio frenético, significa toparse con otra realidad, al menos en cuanto al pulso social. Los carteles que pedían justicia por Cecilia se han ido ajando en estos meses. Las últimas marchas que intentó Gloria ya no tuvieron la misma convocatoria masiva. Fue necesario limpiar a fondo la plaza 25 de Mayo y la fachada de la Casa de Gobierno para remover aquel pedido de justicia y memoria. En la fiscalía, cuyas vallas estaban empapeladas con el rostro de Cecilia, hoy sólo quedan hojas mojadas pidiendo, en agosto, que los acusados no quedaran en libertad.

Este sábado en Resistencia había otro tipo de congregaciones. Largas filas en los cajeros automáticos del Nuevo Banco de Chaco, del Banco Nación y de la boca que está a los pies de la Casa de Gobierno, en un radio de menos de 500 metros a la redonda, por un motivo que no tiene nada de casualidad: adelantó para el viernes último el pago de un aumento salarial del 12 por ciento para activos y jubilados (previsto originalmente para octubre).

En medio de tanto voto bronca, no hay que ser muy perspicaz para desentrañar qué se busca detrás de tanta generosidad pública.