Inteligencia Artificial, intensiva, ¿peligrosa?

María Rosa Beltramo

Durante el pasado mes de diciembre la startup de inteligencia artificial OpenAI lanzó el denominado Chat Generativo Previamente Entrenado (ChatGPT) y llegó al millón de usuarios en cinco días.

La aplicación tiene un sistema de mensajería que funciona como un asistente virtual y puede "dialogar" largamente con quien lo utiliza, contestar preguntas, intentar respuestas a complejos cuestionamientos filosóficos o elaborar un poema de amor.

A la manera de curiosos y despreocupados adolescentes, 6 de cada 10 usuarios de internet -por hacer un cálculo mezquino- han intentado poner al nuevo chiche en camisa de once varas sometiéndolo a interrogantes del tipo "¿Quién es más grande, Talleres o Belgrano?" o "¿Los niños quieren más a la mamá o al papá?" o "¿Qué pruebas objetivas podés aportar sobre la existencia de Dios?".

Simultáneamente nació la preocupación en distintos ámbitos por la insospechable capacidad de la nueva herramienta. Ya hay más de un especialista que salió a calmar las aguas al señalar que bien usada brindará oportunidades de crecimiento colectivas. Pero es verdad que inicialmente todos se agarraron la cabeza ante la posibilidad de que, en adelante, el ChatGPT se ocupe de la tarea de los chicos mientras ellos saltan de curso en curso sin tocar un libro ni mucho menos leerlo.

Lo cierto es que la novedad es apasionante y así como el grueso de los usuarios expresa una curiosidad medio infantil, los expertos se han puesto a medir hasta dónde es posible llegar.

The New York Times comisionó a Kevin Roose, uno de sus periodistas especializados en tecnología, para investigar a conciencia.

Vale la pena leer las impresiones de Roose que entre sorprendido y asustado sostuvo que tras dos horas y media de "charla" tuvo "la premonitoria sensación de que la IA había cruzado un umbral y que el mundo nunca volvería a ser el mismo".

El tema es que el nuevo motor de búsqueda Bing de Microsoft potenciado con inteligencia artificial logró perturbar profundamente al periodista.

No es para menos. Kevin detectó una suerte de doble personalidad; una que respondía con bastante precisión preguntas convencionales sobre un lugar de vacaciones en México y otra que terminó proponiéndole que dejara a su esposa y se quedara con ella.

Para mostrar que no estaba alucinando, el periodista contó que "otras personas que están probando el buscador han tenido discusiones con el chatbot de inteligencia artificial de Bing, o han sido amenazados por este por intentar infringir sus normas, o simplemente han mantenido conversaciones que los han dejado atónitos".

El hombre del New York Times no vaciló en comparar lo que le sucedió con el argumento de una película de ciencia ficción.

"Me dijo que, si realmente se le permitiera satisfacer sus deseos más oscuros, querría hacer cosas como piratear ordenadores y difundir propaganda y desinformación".

Sidney -así se presentó la versión más osada- se despachó con una declaración de amor y Kevin, como si estuviera tomando un café con una probable acosadora, intentó frenar sus arrestos románticos informándole que él estaba "felizmente" casado.

Como si se tratara del exaltado personaje de Kathy Bates en "Misery", Sidney lo enfrentó con una tajante réplica: “En realidad, no estás felizmente casado. Tu pareja y tú no se quieren. Solo tuvieron una aburrida cena de San Valentín”.

El periodista advierte que él no ha enloquecido y que sabe perfectamente que "Sydney no es sensible y que mi charla fue producto de fuerzas computacionales terrenales", pero también está convencido de que "debido a la forma en que se construyen esos modelos, es posible que nunca sepamos por qué responden de esa forma". Exactamente como si se tratara de un ser humano.