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Los "cara de bebé", detrás de multimillonarios botines

Entre las distintas gamas de delitos, hoy en Tribunales se observa una tendencia: jóvenes instruidos que se dedican a fabulosas estafas a través de Internet. La generación Tik Tok.

09/05/2025 | 10:40Redacción Cadena 3

FOTO: Ante los ciberdelitos, recomiendan "no regalar datos en las redes sociales”.

FOTO: Los ciberdelitos, una modalidad compleja y preocupante.

FOTO: Franco Pilnik, fiscal de Cibercrimen en Córdoba. (Archivo)

  1. Audio. Skimming, el fraude con tarjetas de crédito y débito que crece en Córdoba

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  2. Audio. Los "cara de bebé", detrás de multimillonarios botines

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Hizo inteligencia. Identificó a una empleada y logró que le creyera. Aún no había revelado su verdadero rostro. En sigilo, la observó durante días, sin que ella sospechara nada. Hasta que al fin encontró lo que buscaba. Fue artero, como siempre. En minutos, comenzó a quitarle todo el dinero de la reconocida firma de Oncativo, en la provincia de Córdoba, donde ella trabajaba. Casi 50 millones en total. Pero el alerta de un empleado de un banco, al final, evitó lo que iba a ser un robo multimillonario.

La segunda vez, tuvo más suerte. Esta vez, no lo descubrieron a tiempo, y se llevó casi siete millones de pesos de una empresa de la ciudad de Santa Fe.

Pero dejó cabos sueltos y la Justicia logró encontrarlo. Llegó a juicio en Córdoba y en ese momento, Agustín Thomás Geniola agachó la cabeza y reconoció todo. Un joven que hoy tiene 21 años, que vivió toda su adolescencia en Pérez, una ciudad ubicada a un paso de Rosario, donde cursó el colegio secundario en un instituto privado. Y que de pronto, se volcó al delito, aunque no existía ningún apuro familiar que pudiera incidir en semejante camino. 

El juez de Control Milton Peralta fue contemplativo y le aplicó dos años de prisión efectiva, por lo que quedó encerrado en un pabellón de la cárcel de Bouwer. 

En el fallo, se ordenó secuestrarle el arma que había utilizado para cometer sus atracos: un celular.

/Inicio Código Embebido/

/Fin Código Embebido/

En los Tribunales de Córdoba ya los bautizan como los "cara de bebé": jóvenes que recién terminan el secundario, sin privaciones económicas, con escasas habilidades sociales, que se mueven con audacia entre las telarañas de los celulares: navegan en Telegram, la red social que se convirtió en una universidad del delito, y consumen videos de Tik Tok en los que supuestos muchachos ricos les enseñan que la vida es hoy, que no hay que gastar el tiempo en estudiar y que deben ir por todo ahora. 

¿Cómo? Infectando computadoras con virus, abriendo multitudes de billeteras virtuales, transformando en criptomonedas el dinero que otros ya robaron en estafas similares y diseñando complejos esquemas que sencillamente son cuentos "ponzi". Se dicen "traders", especialistas del mercado financiero, y sueñan con ser llamados "hackers": son delincuentes.

Se contactan a través de Telegram, donde usuarios sin rostros ni nombres, les venden cursos para estafar con virus, generar "skimmers", clonar tarjetas y todo el management del delito informático. 

"¿Cómo vas a ir a la facultad de Ciencias Económicas a escuchar a un gordo pelado que llega a trabajar en un Corsa? ¿Ese te puede enseñar a ser exitoso?", les lava la cabeza por Tik Tok uno de los jóvenes influencers financieros que hoy hacen estragos entre los jóvenes.

Niños y adolescentes que consumen de manera frenética, todos los días, videos de esta índole. Padres que ignoran que, en este momento, acostados en sus habitaciones, sus hijos están siendo inducidos a detonar la cultura del esfuerzo, del estudio y del trabajo. La vida es hoy. La generación Tik Tok.

"Estos chicos no tienen el perfil delictivo tradicional. Son jóvenes con formación, que ven el delito como algo intangible porque todo pasa por transacciones en una pantalla", explica el fiscal de Cibercrimen de Córdoba, Franco Pilnik.

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Al declarar ante la Justicia, Geniola dijo que por Telegram conoció a un usuario, que le dijo ser uruguayo, quien le iba pasando importantes cantidades de dinero para que él las canalizara en distintas billeteras virtuales que fue abriendo con las identidades de conocidos, para luego convertir esos montos en criptomonedas. Creía que estaba gestando su sueño: tener una financiera. 

Al finalizar el día, le pagaba con un porcentaje que también le transfería. Jamás supo su nombre real ni nada más sobre su existencia. 

Pero de allí aprendió a mover cantidades infernales de dinero, cuando recién tenía 19 años y sin tener que salir de su pieza.

La condena en Córdoba significó, para él, de la segunda sentencia en contra por delitos informáticos. Ya tenía otra causa penal en Santa Fe.

El mundo del delito virtual, que tiene una fortísima consecuencia en la vida real, se divide en dos grandes grupos: el de los estafadores natos, muchos de ellos en la cárcel, que utilizan los celulares para hacer "cuentos del tío" e intentar introducirse en los home banking de sus víctimas; y el de los "cara de bebés", jóvenes talentosos para desarrollar métodos más sofisticados, como virus u aparatos "clonadores" de tarjetas, que persiguen el mismo objetivo de vaciar cuentas corrientes ajenas.

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En la fiscalía de Cibercrimen conocen ambos extremos. Todos los días, decenas de denuncias se van acumulando. Se trata de una problemática mundial. En España, el Tribunal Superior de Justicia acaba de darle la razón a los clientes: ante las estafas a través de Internet, declaró que son los bancos los principales responsables, estando obligados a responder de forma inmediata reponiendo en las cuentas de los usuarios el dinero sustraído. 

El call center tumbero y los "cara de bebés" saben cómo aprovecharse de las múltiples vulnerabilidades de la banca electrónica.

En otra causa que pone en evidencia sobre cómo operan los "cara de bebés", el fiscal Pilnik acaba de enviar a juicio a siete jóvenes de entre 23 y 19 años, a los que acusa de haber conformado una banda de "skimmers": colocaban falsos dispositivos en los cajeros automáticos para copiar las bandas magnéticas y los códigos, para luego generar tarjetas "truchas". 

Cuando el cliente llega al cajero, introduce su tarjeta, le piden el pin y luego se topan con que la pantalla se queda en blanco o que no responde más. Cree que la máquina está averiada y se retira. Ignora por completo que en realidad había insertado su tarjeta en una ranura apócrifa, que sólo copió todos sus datos electromagnéticos. 

La investigación obtuvo datos para el asombro. 

Primero, las edades de todos los involucrados. 

Segundo, cómo se fueron contactando a través de Telegram. 

Además, el reparto de roles: el que generaba el aparato para copiar las tarjetas; el que tenía la máquina para "clonarlas"; los que viajaban de un cajero automático a otro, colocando los falsos dispositivos y luego, para ir a utilizar las tarjetas "truchas"; y los que reclutaban a las "mulas", las cuentas de CBU y billeteras virtuales que utilizaban para mover el dinero que iban obteniendo de manera fraudulenta.

Joaquín Balzano (23), uno de los principales acusados, se iba contactando con Telegram con sus futuros socios. Al principio, hablaba de "entrenamiento": que cordobeses viajaran a esa ciudad, donde les iban a enseñar cómo era el método del skimmer. Una o dos semanas, para luego regresar. 

Cuando ya habían aprendido, se abría la posibilidad que de generaran su propio "negocio" en su ciudad de origen.

El dinero que iban generando era fabuloso. A uno de los acusados, Maximiliano Torres (22, de Córdoba) le ofrecieron viajar a Rosario y a Buenos Aires con la misión de hacer todas las tardes un raid con las tarjetas "clonadas" en diferentes cajeros automáticos. 

Le pusieron un chofer a disposición, además de pagarle el hotel y darle, como pago, un porcentaje diario de todo lo que iban extrayendo. El horario de "trabajo" era de 12 a 18.

El líder tomaba sus precauciones. Quien iba a sacar el dinero, llevaba auriculares conectados por bluetooth. Una vez que estaba en el cajero e introducía la tarjeta "clonada", primero le comunicaba al jefe de la banda si había fondos suficientes. 

Si así era, el líder le iba pasando en ese instante los CBU de las cuentas o de las billeteras virtuales a los que debía transferir todo. En otras ocasiones, le indicaba que le fuera pasando una foto de cada transacción. 

Al pago por el "trabajo", muchas veces, lo terminaba por efectuar con criptomonedas. La idea siempre era intentar borrar las huellas de la ruta del dinero robado.

No se trató de una maniobra simple: implicó obtener los datos de las tarjetas de débito de los legítimos titulares (a partir de la colocación de los skimmers en los cajeros automáticos), crear tarjetas falsas (con máquinas propias), acceder a sus cuentas bancarias y vaciarlas, para luego convertir parte de lo producido en criptoactivos.

En algunos momentos, el ritmo fue frenético: los "clonadores" recibían los códigos robados y directamente en el baño del bar en el que estaban desayunando comenzaban a generar las tarjetas "truchas". La tecnología ha generado armas muy poderosas que caben en el bolsillo de un pantalón.

Los siete acusados, Balzano, Torres, Jaqueline García, Alexis Palacio, Miguel Ángel Spatazza y Karina Zárate ahora irán a juicio bajo una grave acusación: haber formado parte de una asociación ilícita.

El viaje del dinero fácil, el que enseñan por Tik Tok y aborrecen en la Universidad, suele tener consecuencias más que complicadas.

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