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El drama de las gemelas marplatenses que se arrojaron por el balcón de un tercer piso conmovió a nuestro país, que todavía le cuesta entender la profundidad del problema del bullying.

04/03/2023 | 15:20Redacción Cadena 3

De Mar del Plata a Barcelona: la trágica historia de las gemelas argentinas.

FOTO: De Mar del Plata a Barcelona: la trágica historia de las gemelas argentinas.

El drama de las gemelas marplatenses que se arrojaron por el balcón de un tercer piso en la localidad catalana de Sallent dejó perplejos a los habitantes del lugar y conmovió a todo un país, el nuestro, al que todavía le cuesta entender la profundidad del problema.

Cuando la información escaló de los periódicos regionales a la portada de los medios más importantes, obligó a unos y otros a detenerse a pensar en las consecuencias del bullying, motivo excluyente de la determinación que acabó con la vida de Alana y tiene a Leila todavía luchando por la suya.

Les decían "argentinas" tituló uno de los portales para explicar el acoso de que eran objeto de parte de sus compañeros del colegio. Desde acá, cualquiera tiene que leer dos o tres veces para advertir que se trata de un insulto.

¿La nacionalidad de la que estamos orgullosos? Sí. Allá puede gritarse como un insulto. Para que lo entendamos con claridad, hace 5 años, en Villa Trujui, partido de Moreno, provincia de Buenos Aires, vivía Clara Celeste, una nena de 9 años a la que le decían "boliviana" y todos los días le sugerían que se volviera a su país y que hablara "como la gente" porque tenía otro acento y no le entendían bien.

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A nadie le preocupó demasiado su tristeza, ni reparó en que el hostigamiento diario podía terminar mal. Clara aprovechó la soledad de su cuarto cuando sus padres salieron para ir a sus respectivos trabajos, y se colgó.

La psicopedagoga Romina Tarifa en una nota que publicó con motivo de esa tragedia, dijo citando al investigador del Conicet Daniel Mato que "la sociedad argentina es tan racista que ni siquiera se da cuenta de su racismo".

Alana y Leila usaban giros idiomáticos distintos a los de sus compañeros y todavía no hablaban catalán. Según lo que se pudo reconstruir hasta ahora, el maltrato que sufrían se agravó luego de que Alana comenzara una transición de género y pidiera que la llamaran Iván.

En Argentina la sociedad no se percibe como racista ni xenófoba. Existe el convencimiento generalizado de que este es un país de puertas abiertas y que en cualquier época sabe honrar el preámbulo constitucional que nos declara dispuestos a recibir a todos los hombres del mundo que quieran habitar nuestro suelo.

Y eso es sólo parcialmente cierto. Habrá que ver ahora qué pasa con los rusos que eligieron Argentina para escapar de la guerra. Casi todos los chicos que vienen de esa zona del mundo son rubios y de ojos claros y no los corre el hambre sino las balas. Y el rechazo, acá y en España, se reserva para los inmigrantes pobres y de piel más oscura.

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En Sallent, donde su familia había llegado buscando un mejor horizonte económico, las gemelas eran discriminadas por sus pares, lo que implica pequeñas o grandes cuotas diarias de hostigamiento, agresión, aislamiento y maltrato. Las llamaban "argentinas" con el mismo sesgo de menosprecio que en Buenos Aires le decían "boliviana" a Clara Celeste.

Lo natural sería que esas criaturas aprendieran a inflar el pecho y enorgullecerse de que las identificaran con su patria, sus raíces y sus orígenes. Pero si a un niño le lanzan a la cara su nacionalidad como si se tratara de un estigma, lo primero que intentará es abjurar de ella.

Los nenes y las nenas que acosaban a Clara en Villa Trujui tenían, como ella, no más de 9 años. Los compañeritos de las mellizas no pasaban de los 12. Cualquiera puede decir que son chicos que sólo repiten conductas aprendidas en la sociedad donde viven sus mayores.

Y seguro afirmarán también, con auxilio de la estadística, que es excepcional que una criatura adopte una determinación tan drástica. Lo usual es que las víctimas de bullying la pasen mal pero se acostumbren y que terminen incorporándose a los círculos discriminadores y hasta adoptando algunas de sus costumbres para dejar de ser diferentes.

El desafío es para los adultos. Esos mismos que ahora tienen que sentarse para explicarle a sus hijos lo que pasó, pueden darse una nueva oportunidad, empezar de cero y plantearse el desafío de ser mejores y de criar hijos sanos.

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