La Justicia brilla por su ausencia
05/05/2025 | 09:17Redacción Cadena 3 Rosario

En estos días, donde comienzan a apagarse los ecos del intento de designación de Lijo y de García-Mansilla en la Corte Suprema, resuenan las explicaciones del jefe de Gabinete por la causa de la mega estafa Libra, con las criptomonedas. Es bueno tomarse unos minutos y pensar en el valor de la justicia.
No hay que olvidar a esos funcionarios que llegan con un pasar bastante austero y se van millonarios, algunos con mansiones y un nivel de vida que difícilmente tengan en el ámbito privado. Todos recordamos los ingresos cinematográficos a tribunales del señor de los subsidios, Ricardo Jaime, o del ex cajero, empresario y amigo del poder, Lázaro Báez. Estas imágenes nos obligan a reflexionar sobre cuán permeable es la justicia al poder político de turno.
Por un lado, se necesitan jueces con vocación y valentía, probos; y por el otro, instituciones fuertes que permitan la independencia de poderes y les brinden todos los elementos para ejercer su actividad. En Argentina, la independencia del poder judicial ha sido erosionada de múltiples formas: recortes presupuestarios, jueces eternamente reemplazantes que no tienen estabilidad en el cargo, y la promesa de que, si se portan bien, serán nombrados.
La mayoría política en el Consejo de la Magistratura, que es el organismo encargado de elegir y destituir a los jueces, y la reforma que proponía el kirchnerismo, que dejaba todo el poder en manos de la política, fueron rechazadas por la Corte Suprema de Justicia de la Nación. La expresidenta Cristina Fernández, en varias ocasiones, fue muy dura con la justicia, pero parece que tuvo algo de amnesia, ya que 400 de los 730 jueces en actividad fueron elegidos desde el 25 de mayo de 2003, es decir, en la era Kirchner.
El gobierno de mi ley anunció que venía a combatir a la casta, y su principal hombre elegido para llegar a la Corte Suprema era el juez federal Lijo, una histórica pieza de la casta judicial. Desde siempre, los magistrados parecen estar en la mira del poder político. Desde el retorno democrático, cada presidente ha intentado tener a la justicia lo más cerca posible.
Uno se pregunta inocentemente, si uno hace las cosas bien, ¿cuál es el temor en la justicia? Tuvimos los jueces de la servilleta de Corach, y la mayoría automática en la Corte Suprema, con Nazareno a la cabeza. Cada vez que se habla de impunidad, muchos piden leyes más duras, pero hacen falta normas que simplemente se cumplan.
Nuestra democracia es joven comparando con otros países. Es tiempo de aprender de los errores, y la justicia debe ser nuestra única garantía. Hoy, la justicia sigue estando intervenida, y fundamentalmente en Comodoro Py, que olfatea como nadie los vaivenes del poder político.
La justicia es tardía, y conocer la verdad es una mora grave. Parecería que a todos les conviene que la cosa se dilate, que duren 20 o 30 años. Es importante el ajuste a la política, pero lo más necesario es garantizar la transparencia y borrar de plano la impunidad.
No se trata de judicializar la política, ni de politizar la justicia. Simplemente sería bueno soñar con un país donde la impunidad sea algo del pasado. Y aquel dirigente que quiera servir a la patria a través de la función pública sepa que si mete la pata, lo puede pasar muy mal. Como decía el gran Francisco de Quevedo: donde hay poca justicia, es un peligro tener razón.