En tiempos de IA, señales de humo
En un mundo dominado por la tecnología, la Santa Sede opta por este antiguo símbolo de comunicación para anunciar el futuro del papado.
07/05/2025 | 06:57Redacción Cadena 3
Durante algunos días, el mundo dejará de mirar su pantalla para mirar una chimenea. No una chimenea cualquiera: la de la Capilla Sixtina, en el corazón del Vaticano, donde los hombres más viejos del mundo se encierran a decidir el futuro de la fe. En plena era de inteligencia artificial, la noticia más esperada se anuncia con humo. Negro: todavía no. Blanco: ya está.
Curioso, sí. Pero no tan raro. El humo fue, durante siglos, una forma legítima de decir algo a la distancia. Los pueblos originarios lo usaban para advertir sobre peligros o anunciar encuentros. Lo hacían los mapuches, los chinos, los apaches. Desde la cima de un cerro, una columna de humo era más eficaz que una carta. No decía mucho, pero decía lo justo: “Vienen”, “Estamos bien”, “Ya llegaron”.
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Enviado Especial
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La Iglesia, más amiga de la continuidad que de la urgencia, adoptó ese lenguaje hace siglos. No por nostalgia, sino por experiencia. En 1268, en Viterbo, los cardenales tardaron casi tres años en elegir un Papa. Tres años. Hasta que el pueblo —que puede ser paciente, pero no eterno— los encerró literalmente: les tapiaron el edificio, les sacaron el techo, los dejaron a pan y agua. Así nació el cónclave, ‘cum clave’, bajo llave. Y con él, la necesidad de avisar cuándo se acababa: con humo.
Primero quemaban los votos. Luego les agregaron paja húmeda o resina para darle color. Desde 1903 se usan productos químicos. En 2005, también una campana. En 2013, pantallas gigantes en Plaza San Pedro. Pero el mensaje sigue saliendo por una chimenea.
Mientras el mundo manda emoticones, el Vaticano manda humo. No por atraso, sino por insistencia: por el placer —acaso el poder— de seguir hablando un idioma que ya casi nadie habla. Mientras los demás buscan viralizarse, ellos queman el tiempo sin apuro. Literalmente.
Y funciona. Porque en medio del ruido, la señal más simple es la más potente. Un país entero puede incendiarse en X o Instagram y a nadie le importa. Pero una voluta blanca saliendo de un techo detiene al planeta. Nos recuerda algo que habíamos olvidado: que a veces no hace falta decirlo todo. Basta con que se entienda.
En el fondo, seguimos siendo tribu. Creemos más en una señal que en un dato. Más en una nube de humo que en un algoritmo. Y por un rato, cuando esa voluta blanca se eleva, pensamos que todavía hay cosas que merecen ser esperadas.
Informe de Marcos Calligaris, desde Roma.




