Una humilde soldadura que da vuelta a una sociedad
04/11/2025 | 11:03Redacción Cadena 3
El fin de semana ocurrió algo pequeño en apariencia, pero de enorme magnitud simbólica y práctica: se concretó la última soldadura del oleoducto que conectará Vaca Muerta con Punta Colorada, en Río Negro. Detrás de ese gesto técnico, se encierra uno de los hitos más significativos de la infraestructura energética argentina en las últimas décadas.
El ducto, de 473 kilómetros, une Allen con el puerto de Punta Colorada. Es la pieza que faltaba para que el petróleo de Vaca Muerta tenga salida directa al Atlántico y, por lo tanto, al mundo. La obra demandó la participación de 1.500 trabajadores distribuidos en tres campamentos, avanzando a razón de cuatro kilómetros por día, atravesando 76 arroyos y caminos.
Mientras las soldaduras llegan a su fin, continúan los trabajos complementarios: las estaciones de bombeo, los seis tanques de almacenamiento en Punta Colorada y la boya especial de carga en el mar, construida en Bélgica. Todo forma parte de una inversión de alrededor de 3.000 millones de dólares, financiada mediante un esquema de project finance por bancos internacionales. No se trató de un préstamo a una empresa consolidada, sino a un proyecto en sí mismo, un modelo riesgoso pero habitual en los grandes desarrollos energéticos del mundo.
La magnitud del emprendimiento se refleja también en su composición: YPF, Vista, Pan American Energy, Shell, Pampa Energía, Pluspetrol y Chevron, entre otras, formaron una asociación bajo el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI). Empresas estatales y privadas, nacionales y extranjeras, coincidieron en un mismo objetivo: hacer posible una obra que el Estado no podía encarar solo.
El impacto ya se siente. En octubre, la Argentina alcanzó un récord histórico de producción: 850.000 barriles diarios de petróleo, el nivel más alto en 27 años. Solo este oleoducto, una vez operativo a pleno, permitirá exportar 550.000 barriles diarios, el equivalente a un tercio de la producción total de México.
El cambio de escenario es profundo. Lo que era un déficit energético se transformó en un superávit de 5.400 millones de dólares. El país dejó de importar petróleo y comenzó a generar divisas por exportación. La matriz económica empieza a diversificarse: ya no solo ingresan dólares por granos, sino también por energía. Y, a diferencia de la agricultura, el flujo petrolero no depende del clima ni de los ciclos estacionales.
El próximo desafío es el gas. En Vaca Muerta, petróleo y gas conviven; para extraer uno, hay que gestionar el otro. La falta de infraestructura para transportar gas es el nuevo límite. Sin embargo, la reversión del Gasoducto del Norte —que ahora permite exportar gas a Brasil— y el desplome del consumo interno tras el invierno abrieron una ventana: las industrias acceden hoy a un gas casi regalado, a seis centavos el metro cúbico, cuando antes pagaban un dólar.
Todo esto ocurre mientras la Patagonia encuentra un rol inédito: pasar de región dependiente de transferencias a motor de desarrollo nacional. La soldadura final de este oleoducto, más que un cierre, marca el inicio de una nueva etapa. Una pequeña chispa metálica, en el sur del país, resume un proceso que está literalmente dando vuelta la economía argentina.





