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06/05/2025 | 15:53Redacción Cadena 3

FOTO: Patricia Bullrich, del PRO a LLA.

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La afiliación de Patricia Bullrich a La Libertad Avanza (LLA) tiene mucho de valor simbólico: es la muestra de la creciente fragmentación de la dirigencia política argentina.

Su ruptura con el PRO, tras presidirlo hasta 2024, ser su candidata a presidente más votada y sumarse al gobierno de Javier Milei como ministra de Seguridad, refleja un escenario donde las lealtades partidarias ceden ante la polarización y el pragmatismo. Este movimiento, junto a otras fisuras en Juntos por el Cambio, pone en jaque las estructuras tradicionales y plantea interrogantes sobre el futuro de la política en el país.

Bullrich justificó su salto a LLA como una “evolución” para representar a los 6,2 millones de votantes que apoyó en 2023, abrazando el discurso de cambio radical de Milei.

Sin embargo, su salida del PRO, acompañada por figuras como Diego Valenzuela y Damián Arabia, profundizó la crisis interna del partido.

Mientras Bullrich impulsa la fusión de bloques con LLA en Buenos Aires, Mauricio Macri y el ala tradicional del PRO resisten, en defensa de la autonomía del partido.

Esta división evidencia una lucha por la identidad: ¿puede el PRO sobrevivir sin diluirse en el proyecto libertario?

La fragmentación trasciende al PRO y afecta a toda Juntos por el Cambio. La derrota electoral de 2023 expuso tensiones entre moderados, como Horacio Rodríguez Larreta, y halcones, como Bullrich, cuya alianza con Milei alienó al radicalismo y la Coalición Cívica.

Larreta explora un espacio propio con su Movimiento de Desarrollo, mientras Vidal y Ritondo buscan preservar el PRO.

La atracción de LLA, que absorbe votantes y dirigentes con su retórica antisistema, amenaza la viabilidad de estas iniciativas, dejando a la oposición fragmentada.

El peronismo, aunque debilitado tras 2023, no escapa a esta dinámica. ¿Quién podría pensar en que Axel Kicillof se animaría a romper con Cristina Kirchner, su madre política, dicho literalmente?

Allí están. Aunque, digámoslo una vez más, el peronismo tiene más capacidad para volver sobre sus pasos. No hay agravios definitivos.

La polarización impulsada por LLA, con su narrativa de “a favor o en contra del cambio”, complica los consensos en un país con una economía en crisis.

La incorporación de Bullrich a LLA, sin embargo, genera tensiones internas en el oficialismo, ya que su historial peronista y macrista choca con la identidad “pura” que algunos libertarios defienden.

Las consecuencias de esta fragmentación son claras: una oposición debilitada, una polarización exacerbada y una ciudadanía desencantada.

Según Latinobarómetro (2024), el 68% de los argentinos percibe la política como “más dividida que nunca”. La desconfianza en las instituciones crece, y el lenguaje confrontacional, que Bullrich ha adoptado, alimenta un clima donde el diálogo es cada vez más difícil. Sin consensos, la gobernabilidad se vuelve un desafío titánico.

La crisis de los partidos tradicionales refleja tanto su incapacidad de renovarse como el auge de proyectos populistas que capitalizan el hartazgo social.

Sin embargo, la estabilidad de LLA no está garantizada: si no entrega resultados, los dirigentes que hoy lo abrazan podrían buscar nuevos rumbos, perpetuando el ciclo de rupturas.

En un país agotado por la confrontación, el verdadero desafío no es ganar elecciones, sino gobernar con legitimidad.

La fragmentación de la dirigencia, simbolizada por el caso Bullrich, es una advertencia: sin puentes, Argentina seguirá atrapada en un tablero roto, donde el odio y la división prevalecen sobre la esperanza de un proyecto colectivo. 

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