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Vivir con TDAH en la adultez: “Siempre fui la diferente”

Andrea Cañas fue diagnosticada con TDAH a los 45 años. Hoy lidera Familias CEA y habla sobre neurodivergencia, ansiedad y la importancia de un diagnóstico temprano. 

21/05/2025 | 07:48Redacción Cadena 3

FOTO: Flavia Irós y Andrea Cañas de Fundación Familias CEA

  1. Audio. Vivir con TDAH en la adultez: “Siempre fui la diferente”

    Diversidad

    Episodios

Licenciada en Letras, cantante lírica y madre de dos hijos, Andrea Cañas recibió su diagnóstico de TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad) recién en 2019, a los 45 años. Desde entonces, ha puesto en palabras lo que durante décadas sintió como una diferencia invisible, que impactó tanto en su vida profesional como personal. “Siempre fui la diferente”, dice hoy, con claridad y orgullo.

En diálogo con Diversidad, la presidenta de la organización Fundación Familias CEA (Condición del Espectro Autista) relató que su primera alerta surgió a los 25 años, con el nacimiento de su primer hijo: “No me podía concentrar y no podía terminar la carrera. Fui a ver a un amigo psiquiatra y me dijo que era normal. Pero para mí no lo era”.

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Probó medicación por primera vez entonces, pero el diagnóstico llegaría mucho después, luego de atravesar más episodios como: ansiedad, depresión. “Es muy común que los diagnósticos de TDAH lleguen después de otros, especialmente en mujeres”, explica. Y agrega que en los varones, muchas veces, el TDAH se malinterpreta como trastorno límite de la personalidad o incluso narcisismo.

El ruido interior y la búsqueda constante

Andrea describe cómo se vive el TDAH en la adultez, cuando la hiperactividad ya no se manifiesta físicamente sino mentalmente: “Es como un sobrepensamiento constante. Como en Shrek, son capas: pensamientos que se superponen, todos activados al mismo tiempo”.

Esto no solo afecta la atención sostenida, sino que potencia la autoevaluación permanente: “Todo el tiempo te estás preguntando si lo que decís está bien, si te estás olvidando de algo. Podés estar en una charla y, de golpe, recordar que no llevaste la tarjeta al supermercado. Me ha pasado de volver a casa y volver a salir… sin la tarjeta de nuevo”.

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Ese ruido mental se combina con un freno inhibitorio que cuesta gestionar. La necesidad de hacer multitasking, de saltar de una tarea a otra, y también de cortar y volver a empezar. “En lo social, por ejemplo, tengo un límite de dos horas. Después me saturo y me aburro”.

Diagnósticos tardíos y herencia invisible

Andrea tiene dos hijos: uno con autismo y otro con TDAH. “A veces el diagnóstico llega tarde porque hay un hijo que demanda más atención que otro”, cuenta. En su caso, el hijo con TDAH también fue diagnosticado ya de mayor. “El TDAH sí es hereditario; el autismo es multifactorial”, aclara.

Sobre la base neurológica del trastorno, señala: “No hay nada que curar. El cerebro está bien, pero procesa la información de una forma distinta. Hay menos dopamina en la sinapsis, y eso explica la procrastinación, la búsqueda de estímulos, la necesidad constante de dopamina”. Esa necesidad muchas veces se canaliza con azúcar, celulares, o cualquier actividad que genere gratificación inmediata.

Más común de lo que se cree, más tabú de lo que debería

“Se habla poco del TDAH y, sin embargo, es más común que el autismo”, afirma. “Hay sectores dentro de la salud mental que aún sostienen que no existe. Pero hay evidencia cerebral concreta. No es una moda, ni un invento”.

Para Andrea, visibilizar es clave. “El término ‘neurodivergente’ lo toma la comunidad autista, pero aplica también al TDAH. Aprender a reconocerlo es aprender a convivir con una mente que funciona distinto. No peor, ni mejor. Solo distinto”.

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