Francisco y el último abrazo de Roma
26/04/2025 | 02:25Redacción Cadena 3
Roma amaneció con un sol tembloroso este esta sábado, como si la primavera hubiera decidido poner en pausa el bullicio para despedir al papa de los márgenes. Desde la plaza de la Basílica de Santa María la Mayor –un templo que reina en la cima del Esquilino desde el siglo IV– la cola de fieles serpenteaba por Via Merulana mientras los operarios instalaban vallas y las campanas ensayaban el toque fúnebre.
En medio del gentío me topé con Giorgio, guía turístico de voz cantarina y chillona. "Aquí la nieve de agosto marcó el lugar de la iglesia –me cuenta señalando el mosaico del Milagro de la Neve–. Ahora Francisco le añade otra razón a la leyenda: vendrán no solo a ver el techo dorado de la conquista, sino la tumba del primer papa de la era moderna que prefirió descansar lejos del Vaticano".
Una basílica que el Papa convirtió en refugio
Santa María la Mayor no es solo una de las cuatro basílicas mayores; es la casa de la Virgen de la Salus Populi Romani, ante la que Jorge Mario Bergoglio rezó el mismo 14 de marzo de 2013, horas después de ser elegido pontífice, y a la que regresó antes y después de cada viaje apostólico. El 12 de abril, apenas semanas antes de morir, volvió a detenerse allí para dejar un ramo de flores y un suspiro de gratitud.
"Para Francisco –explica Giorgio– la Virgen es el GPS de su pontificado; no sorprende que eligiera dormir por la eternidad a sus pies".
Roma eterna, Roma caótica
Cuando intenté tomar un Uber hasta el Vaticano, la ciudad me recordó su naturaleza indomable. Adriano, el chofer, me soltó una sarta de frases rayanas en el insulto porque pasamos diez minutos buscándonos entre motos y turistas. Al fin, y tras chocar levemente con un colega tachero, nos hundimos en un silencio espeso: veinticinco minutos desde la basílica hasta la columnata de Bernini. Ese trayecto –pienso– será hoy el último de Francisco, pero en sentido inverso y a paso de cortejo: con carrosas funerarias, cruces procesionales y cientos de miles de peregrinos que dilatarán el recorrido más de lo que dura cualquier algoritmo de movilidad.
El primer papa fuera de los muros
La decisión de reposar en Santa María la Mayor rompe una tradición de 120 años: desde León XIII (1903) ningún pontífice descansaba fuera de las grutas vaticanas.
El lugar elegido está a dos manzanas de la estación Termini, en un barrio donde confluyen inmigrantes bengalíes, manteros senegaleses y vendedores de flores nocturnos: exactamente la periferia humana que Francisco abrazó en Lampedusa, en los campos de refugiados y en cada ángel caído de su papado. Su lápida de mármol ligur llevará apenas la inscripción ''Franciscus'' y la cruz pectoral tallada en relieve.
Una sencillez imposible
El papa pidió "un funeral austero", pero la Iglesia y el Estado vaticano no pueden sino despedir a un jefe de Estado y pastor de 1 .400 millones de católicos.
Delegaciones de más de 160 países, jefes de Iglesias orientales y hasta mandatarios que alguna vez chocaron con su agenda social ocuparán la Via della Conciliazione. El féretro –un simple ataúd de ciprés revestido por dentro de bronce– será escoltado por la Guardia Suiza y los gendarme que lo acompañaron en cada viaje.
Después del último amén
Cuando la losa se selle y el incienso se disipe, el foco mudará unos cuatro kilómetros al oeste, hacia la Capilla Sixtina. Allí 135 cardenales menores de 80 años quedarán cum clave –"con llave", el origen de la palabra cónclave, tal como ordenó Gregorio X en 1274, incomunicados hasta alcanzar los dos tercios necesarios para elegir sucesor.
Se quemarán papeletas, se leerán diarios entre líneas y el mundo volverá a mirar una chimenea que puede humear negro durante días. Solo entonces, cuando el "Habemus Papam" resuene en la logia de San Pedro, sabremos si la brújula de Bergoglio seguirá apuntando a las periferias o si la Iglesia trazará un giro inesperado.
Al despedirme de Giorgio, en la fila interminable y recordando las maniobras de Adriano entre bocinazos, pienso que la Ciudad Eterna –caótica, luminosa, inabarcable– hoy le regala a Francisco el permiso de quedarse para siempre en la casa que eligió, a escasos metros de la nieve veraniega y de los que nunca tuvieron dónde caer.