El kirchnerismo, con trastorno de identidad

Por Adrián Simioni

La Argentina acaba de condenar oficialmente la invasión de Rusia a Ucrania en las Naciones Unidas. No lo hizo un funcionario cualquiera sino el mismísimo canciller del país, Santiago Cafiero. Fue directo como no lo había sido la semana pasada. Usó el verbo "condenar", llamó "invasión" a la invasión y esta vez nombró al país culpable: Rusia.

Sin embargo, hace menos de días, el sábado, en la Organización de Estados Americanos, Argentina se abstuvo y no apoyó una declaración de esa organización de condena a Rusia.

O sea, en la OEA el gobierno K es cómplice de Vladimir Putin. Y horas después lo condena en la ONU.

¿Qué es lo que pasa? ¿Qué postura tiene el gobierno? ¿No se hablan los embajadores ante la ONU y la OEA?

No es el único tema en el que Argentina muestra una personalidad disociada, un trastorno de identidad múltiple.

A un día de abrir las sesiones del Congreso, donde esperaba casi relanzar su gobierno retomando el acuerdo con el FMI, el presidente Alberto Fernández ni siquiera sabe si la propietaria de su gobierno, Cristina Fernández, apoyará o no la aprobación de ese convenio. Por eso ni siquiera ha podido mandar el texto del acuerdo al Congreso, aunque lo anunció hace un mes.

Según dijo Alberto Fernández a principios de febrero firmar con el Fondo era una cuestión de vida o muerte, porque Argentina está con la soga al cuello, con una Espada de Damocles encima y no sé cuántas metáforas más. Alberto las usó a todas.

Sin embargo, el cristinismo le ha boicoteado todo su intento. Usó renuncias, filtraciones, declaraciones, interpretaciones para decir que el acuerdo es lo peor que le puede pasar al país. Cristina Fernández comandó todo el boicot aunque ella, por supuesto, no ha dicho nada. No quiere mancharse los deditos ni votando el ajuste ni forzando a su propio presidente a un default con el FMI sin precedentes.

Son los dos temas centrales en este momento. Uno define si Argentina está con las democracias occidentales republicanas y con mercados competitivos o con las autocracias que violan derechos humanos y viven del capitalismo de amigos. El otro define si Argentina intentará transformarse en un país normal alguna vez o alejarse definitivamente de la racionalidad económica.

Y en ambos casos el gobierno no tiene posición. No la puede expresar con claridad. Mucho menos ejecutarla. O no sabe lo que quiere o no se anima a decir lo que quiere. Es un gobierno bicéfalo, con dos o tal vez más cabezas. Un monstruo deforme que deambula sin brújula por un bosque oscuro, sin saber si va para el norte, para el sur o si simplemente camina en círculos.

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