Durante años creyeron que era torpe, pero en realidad tenía baja visión
Después de años sin diagnóstico, Lorena Arduino descubrió que tenía retinosis pigmentaria. Su historia la llevó a crear un banco de bastones y dar charlas sobre accesibilidad en todo el país.
04/06/2025 | 07:38Redacción Cadena 3
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La Argentina Posible
Por años, Lorena Arduino vivió con una etiqueta dolorosa: la de ser torpe, la de chocar con todo, la de no ver bien pero no saber por qué. Su madre la regañaba sin saber que detrás de esa supuesta torpeza había algo mucho más complejo. No fue hasta los 43 años que Lorena recibió un diagnóstico que cambió para siempre su forma de ver —y de entender— el mundo: retinosis pigmentaria crónica, una enfermedad degenerativa que afecta la visión periférica y nocturna.
“Cuando me dieron el diagnóstico respiré. Dije: no era torpe, era una patología”, cuenta Lore a Diversidad. Ese momento de revelación no solo le trajo paz; también le dio las herramientas para empezar a construir una vida más digna, más segura, más libre.
Con solo el 20% de visión central en un ojo, Lorena ve como si mirara a través de un túnel. “Solamente si tengo una persona enfrente le veo el rostro”, explica. Vive sola, sin familia ni pareja, acompañada por su fiel perro—no un lazarillo, sino un compañero de ruta. Se gana la vida como vendedora ambulante de productos de limpieza, tarea que ha sostenido con esfuerzo durante más de 25 años.
El diagnóstico llegó cuando se mudó a La Rioja. Allí, tras notar que su visión ya no coordinaba con su cuerpo, decidió acudir a una consulta. Una médica oftalmóloga, sin conocerla, la identificó al instante: retinosis pigmentaria. Luego, el doctor José Asís, quien la atendió en el hospital, le dio el veredicto completo: la enfermedad es progresiva y no tiene cura. Le habló del bastón verde, del certificado de discapacidad, de las dificultades que vendrían. Fue un día largo, doloroso, de llanto y silencio, pero también de inicio.
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Ver poco y diferente. ¿Cómo ve una persona con baja visión?
La persona con esto tiene una reducción importante de la vista que es irreversible y no mejora con ningún tratamiento o cirugía, lo que le impide realizar algunas tareas de la vida cotidiana.
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“Ahí empecé a tener mis herramientas para tener mejor calidad de vida y ver a qué me estaba enfrentando”, relata Lore. En medio del shock, su primer acto de resiliencia fue diseñar una remera. En ella estampó un mensaje claro: “¿Me ayudás a cruzar? Tengo baja visión. Doy las gracias.” Fue su forma de decirle al mundo que necesitaba comprensión y empatía. Y funcionó.
En plena pandemia, de regreso en Bell Ville, Córdoba, nació Luz de Esperanza, su proyecto de concientización sobre la baja visión. Da charlas en escuelas, muestra cómo se ve el mundo desde diferentes patologías visuales, reparte imágenes y lentes adaptados. En una de esas charlas, un niño reconoció su propia forma de ver en una de las imágenes. “Yo veo así”, dijo. Ese instante validó la misión de Lorena: evitar que otras personas vivan, como ella, en la incertidumbre y el sufrimiento de no saber.
Aunque su casa debe estar iluminada con focos industriales porque no ve en la oscuridad —y eso le cuesta facturas de luz impagables— Lorena no se queja. Tiene fe, tiene dignidad, y tiene una comunidad que, de a poco, empieza a abrir los ojos. También tiene a Martín, un remisero de confianza que la cuida como un hermano, y a muchos "ángeles", como ella los llama, que la ayudan a cruzar calles y a sostener su vida cotidiana.
Un banco de bastones para personas con ceguera o baja visión
Como parte de Luz de Esperanza, Lorena también creó un "Banco de Bastones" una red solidaria que ya entregó 22 bastones en seis provincias argentinas.
“Los cuatro primeros los compré con el aguinaldo de mi pensión. Tenía dos verdes y dos blancos”, cuenta, con la emoción de quien ve florecer un proyecto nacido del amor y la empatía.
El “banco de bastones” es una iniciativa autogestionada que no solo entrega bastones para personas con discapacidad visual, sino que también informa, educa y sensibiliza. “Hay tres tipos de bastones: el blanco para personas ciegas, el verde para quienes tienen baja visión y el blanco con franjas rojas para personas sordociegas”, explica, mientras muestra su bastón verde, que incluso tiene una pequeña luz para ser visto en la noche.
Además del banco, Lore realiza charlas en escuelas, instituciones y espacios públicos para enseñar sobre accesibilidad e inclusión. Lleva consigo baldosas podotáctiles —la “guía” y la “alerta”— para mostrar cómo deben estar señalizadas las ciudades para permitir una movilidad segura. “La baldosa guía indica el camino, y la alerta, con los puntitos, avisa que estás por bajar a la calle o entrar a una institución”, señala.
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Visibilizar y concientizar. El estigma sobre las personas con baja visión y la importancia del bastón verde
Susana Bonaparte desde hace un año es alumna del Centro de Recursos Educativos para Personas con Discapacidad Julián Baquero. “Yo veo como un rompecabezas sin las piezas del centro”, cuenta.
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Pero sostener el proyecto no es fácil. “Antes un bastón costaba $5.000. Ahora están en $45.000, y menos de seis no me venden”, relata. Frente a esto, lanzó un bono de colaboración: “Cada 22 personas y media que colaboran con dos mil pesos, compramos un bastón”, dice. El número es simbólico, pero real. “Dicen que vale un alfajor... bueno, dos”, agrega con una sonrisa.
Aunque muchos de los bastones se entregan sin costo, Lore confía en la buena voluntad de la gente. “Nunca pido que me lo paguen. Algunos colaboran con 15, 10, 5 mil pesos... lo que pueden. Solo uno pagó el valor completo porque quiso hacerlo”.
El banco de bastones ya llegó a Córdoba Capital, Jujuy, La Rioja, Catamarca, Tucumán y Santa Fe. Pero el sueño es que crezca aún más. Con ayuda de sponsors y colaboraciones, Lore también participa en eventos donde difunde su mensaje.
Lo que comenzó como una acción personal, hoy se multiplica con cada paso de quienes encuentran en Lore no solo un bastón, sino una guía para avanzar.
La historia de Lore es una historia de lucha, de adaptación, de orgullo. Pero sobre todo, es una historia que muestra el valor de un diagnóstico a tiempo y cómo, a veces, ponerle nombre a lo que nos pasa puede darnos una nueva forma de habitar el mundo.