Que el árbol no te oculte a los políticos

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Por Adrián Simioni

En los últimos días, la controversia por el quebracho en la avenida Padre Luchesse, en la ruta hacia Villa Allende, escaló a niveles que rozan lo absurdo. Lo que comenzó como una defensa aparentemente noble de un árbol derivó en un proceso de irracionalidad creciente. 

No se trata de desmerecer el valor del medioambiente, sino de cuestionar la lógica detrás de ciertas posturas que, en su afán de proteger, terminan causando más daño que beneficio.

Cuando esta protesta comenzó, muchos se preguntaron: "¿Cómo es posible que un grupo de vecinos se movilice por un solo árbol en una zona donde el desmonte fue masivo para construir barrios y countries?".

¿No es contradictorio que quienes probablemente viven en esas urbanizaciones, levantadas sobre lo que antes era monte, ahora se opongan a la remoción de un quebracho en una ruta de alto tránsito? Es una pregunta válida. 

La avenida Luchesse, que conecta Córdoba con Villa Allende, es una arteria clave que requiere una ampliación a doble vía para garantizar seguridad y fluidez. En este contexto, la idea de modificar una traza recta, generando curvas o desvíos por un árbol, parece desproporcionada.

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Algunos señalaron el caso del algarrobo en calle Celso Barrios, cerca del Jockey Club, donde se construyó un cantero para preservarlo. Pero comparar ambas situaciones es un error: una calle secundaria no es una autovía con miles de vehículos diarios. Un cantero en el medio de una ruta de alta velocidad sería un peligro. 

A pesar de esto, las autoridades no se cerraron al diálogo. Se evaluaron alternativas, se agotaron instancias administrativas y, finalmente, se optó por trasplantar el árbol, una solución costosa pero viable. Sin embargo, cuando el proceso ya estaba en marcha, con raíces cortadas y excavaciones iniciadas, los manifestantes bloquearon el trasplante. Irónicamente, este grupo, que dice defender la vida del quebracho, ahora garantiza su muerte al impedir un traslado que ya estaba comprometido.

Lo que más sorprende es el silencio ensordecedor del arco político. El intendente de Villa Allende, Pablo Cornet, quedó solo defendiendo una postura que, probablemente, comparte la mayoría: la necesidad de priorizar la seguridad vial y el desarrollo sin descuidar el diálogo ambiental. 

Sin embargo, figuras como el gobernador Llaryora o el intendente Passerini, que tienen injerencia en esta ruta que cruza el límite entre Córdoba y Villa Allende, evitaron pronunciarse. ¿Por qué? Parece que el temor a enfrentarse a banderas ambientalistas, incluso cuando estas derivan en un oscurantismo simplista, paraliza a los líderes políticos. 

Este fenómeno no es nuevo. En 2012, en Malvinas Argentinas, un grupo de manifestantes bloqueó la instalación de una planta de Monsanto que prometía empleo y desarrollo económico. Argumentos exagerados sobre el uso de agua o glifosato, ya desmentidos por la ciencia, terminaron espantando una inversión clave. Entonces, como ahora, el poder político se escondió, dejando solo al intendente, Daniel Arzani, frente a una minoría ruidosa.

Este caso del quebracho no es solo una discusión sobre un árbol; es un reflejo de cómo el miedo a confrontar narrativas populares puede llevar a decisiones irracionales. 

La política tendría que recuperar el coraje de dialogar, convencer y, cuando sea necesario, decidir por el bien común, sin dejarse amedrentar por pancartas. Porque, al final, el árbol no debe tapar el bosque.

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