Marcos Sastre: el maestro olvidado que salió del Monserrat

Los países suelen recordar a sus héroes con espadas o con discursos en plazas públicas, pero rara vez con pupitres.

Eso explica, quizás, el escaso reconocimiento a Marcos Sastre, quien había nacido en Montevideo el 2 de octubre de 1808 y atravesó el Río de la Plata para formarse en Córdoba, en el Colegio Monserrat.

Ese claustro fue algo así como un vientre académico del país, donde estudiaron futuras figuras como José María Paz, Avellaneda, Lugones, Figueroa Alcorta, Derqui, Vélez Sarsfield, Juárez Celman o Cárcano.

Allí empezó Sastre un camino que no lo llevaría a los campos de batalla, sino a las aulas, su verdadera trinchera.

La historiografía lo suele evocar como el librero del Salón Literario de 1837, aquella trastienda de la calle Victoria de Buenos Aires, donde se encontraron Alberdi, Gutiérrez y Echeverría para discutir cómo debía inventarse la Argentina. Aquello fue, sin embargo, un "simple accidente de su vida" -afirma el historiador Antonino Salvadores- que no dejó huella en su actuación pública posterior. Sastre no fue el fogonero de la Generación del 37, aunque su librería les dio techo. Su proyecto real fue mucho menos vistoso y mucho más perdurable: la educación.

En 1832 ya había publicado un 'Compendio de Historia Sagrada', con un diccionario latino-español, prueba de su obsesión por los métodos de enseñanza. Más tarde diseñó la 'Anagnosia', un libro y método de lectura y escritura para que los niños aprendan a leer en pocos días, que el gobernador de Santa Fe mandó imprimir y difundir. 

En Entre Ríos, bajo la protección de Urquiza, redactó el 'Reglamento para las Escuelas', luego la 'Guía del Preceptor'. Su idea era clara: no había nación posible sin educación popular. "No debería salir de las escuelas ningún alumno sin el conocimiento de la organización política de su país y de los deberes y derechos del ciudadano argentino", sentenció en la 'Memoria al Consejo de Instrucción Pública' en 1865.

Su carrera se cruzó inevitablemente con Rosas. Para poder enseñar en el Colegio Republicano Federal en 1844, tuvo que presentar pruebas de adhesión a la causa federal. Testigos de la época narraron su "admiración por la marcha firme y elevada de nuestro Ilustre gobernador don Juan Manuel de Rosas", cuenta Salvadores en su trabajo titulado ''El maestro don Marcos Sastre''. Pero esa conversión al rosismo, tan sospechosa como pragmática, nunca fue plena. Lo suficiente, sí, para sobrevivir en un tiempo en que los maestros necesitaban tanto aval político como conocimiento pedagógico.

Sastre enseñó todo lo que supo: gramática, dibujo, filosofía, caligrafía, cosmografía. Pintaba acuarelas -cuenta Salvadores que en su época monserratense habría realizado un retrato de José María Paz- traducía del latín, escribía manuales de ortografía. En su casa de San Fernando abrió un colegio, y más tarde dirigió bibliotecas, redactó más reglamentos escolares, pensó hasta en el diseño de los bancos con respaldo para que los alumnos aprendieran con dignidad.

Sastre murió en Buenos Aires el 15 de febrero de 1887, a los 78 años, todavía trabajando en el Consejo Nacional de Educación. No dejó monumentos ecuestres ni frases para bronces, pero dejó métodos, libros y, sobre todo, la convicción de que la democracia era imposible sin educación popular.

Sastre fue un maestro de maestros, un obrero incansable de la educación. Quizás la historia no lo celebró tanto.

Córdoba, al menos, lo homenajea con un barrio y una calle en Parque Tablada.

Por Marcos Calligaris

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