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Nadie es dueño de un chico, ni siquiera los padres

    

28/11/2025 | 11:02Redacción Cadena 3

Perspectiva Nacional

Autorizan la cirugía de un bebé a pesar de que sus padres se negaban. (Foto: AP)

FOTO: Autorizan la cirugía de un bebé a pesar de que sus padres se negaban. (Foto: AP)

  1. Audio. Nadie es dueño de un chico, ni siquiera los padres

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En los últimos días vimos varios episodios que volvieron a poner en tensión algo que está en el corazón mismo de la vida democrática: la libertad individual, por un lado, y la responsabilidad social, por el otro. Ese equilibrio frágil, siempre discutible, siempre sujeto a revisiones, es el que determina hasta dónde puede llegar cada uno de nosotros para "vivir como quiere" sin afectar derechos ajenos ni comprometer bienes colectivos que consideramos valiosos.

El caso más reciente lo abordó Miguel Clariá esta mañana en RadioInforme 3, en una entrevista impecable con el juez neuquino Luciano Zani. Se trata de unos padres, Testigos de Jehová, que rechazaban un tratamiento para su bebé porque podía requerir una transfusión de sangre. Intervino la Defensoría de los Derechos del Niño y el caso llegó a la Justicia. El juez autorizó la cirugía.

Zani lo explicó con claridad. "Hay dos derechos con jerarquía constitucional: la libertad de profesar una religión y el derecho del niño a preservar su salud y su vida. Ante esta contraposición hay que optar por el más preeminente: preservar la vida del menor".

No hay mucho más que agregar. A veces no hay tiempo para discusiones teóricas ni para escritos de partes: hay que decidir ya, porque un bebé puede morir. Y tampoco está de más recordar que esta interpretación religiosa que rechaza transfusiones surge de una lectura muy particular de textos bíblicos que, por razones obvias, jamás pudieron hablar de transfusiones.

Pero este no es el único terreno donde esa confrontación aparece. Hace apenas unos días, en Italia, hubo un escándalo nacional por una familia que criaba a sus hijos en una casa perdida en un bosque, sin agua, sin escuela, sin controles sanitarios. Los servicios sociales intervinieron tras una intoxicación por hongos y los chicos fueron separados de sus padres. Hubo protestas, Meloni intervino, se habló incluso de "robo de niños". Pero ahí también está la tensión: el estilo de vida alternativo de los padres, ¿hasta dónde puede llegar cuando afecta la salud o el futuro de sus hijos?

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Porque hay un punto básico: vos podés elegir tu vida, pero no podés elegir una vida para tu hijo que lo deje sin herramientas para vivir en sociedad. Si no recibe educación, si no se alfabetiza, si no se controla su salud, después el peso de sostener a esa persona recae en toda la comunidad.

Todo esto vuelve a resonar ahora, en la Argentina, mientras se debate una reforma educativa que incluye la posibilidad de educación religiosa en las escuelas públicas y, sobre todo, la opción de educar en casa. ¿Es válido? Por supuesto. Pero siempre que haya contenidos mínimos obligatorios, exámenes, estándares. Libertad, sí; pero libertad con responsabilidad.

Y se suma otro frente, muchísimo más urgente: el calendario de vacunación, hoy por debajo del 50% en varias provincias, y con enfermedades reemergentes como el sarampión. En gran parte por descuido, pero también por convicciones que bordean lo conspirativo. Ayer mismo, en el Congreso, en un acto organizado por la diputada Marilú Quiroz, un hombre mostró cómo "se le pegaban cucharas al cuerpo" tras vacunarse con AstraZeneca. Hubo médicos negando cualquier validación científica. Y mientras tanto se ignora la prueba más contundente de todas: millones de vidas salvadas en todo el mundo gracias a esas vacunas.

Todo se puede discutir, claro. Nadie propone prohibir el debate. Pero hay un límite. Y ese límite, sobre todo cuando hablamos de niños, debería ser clarísimo: los padres no son dueños de los hijos.

Tienen derecho a transmitir su cultura, su cosmovisión, su fe, su ideología. Eso es educar. Pero no pueden llevar esa libertad tres pueblos más adelante, hasta el territorio donde se comprometen la salud, la vida o las oportunidades futuras de sus hijos.

Hay decisiones que son individuales y otras que comprometen al conjunto. Y la sociedad, cada cierto tiempo, necesita recalibrar dónde traza esa línea. Nos podremos equivocar. Podrán aparecer nuevas evidencias científicas que modifiquen lo que hoy consideramos correcto. Pero el objetivo debería ser siempre el mismo: mejorar la vida común. No guiarnos por caprichos personales disfrazados de libertad.

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