La otra cara de la inseguridad: los menores que mueren al delinquir
29/01/2025 | 09:11Redacción Cadena 3

En La Matanza, un hombre de 78 años enfrentó a tres delincuentes armados que intentaban robarle su camioneta. En un giro inesperado, el jubilado disparó cinco veces, lo que resultó en la muerte de un delincuente de 15 años, quien ya contaba con antecedentes. Esta situación no es un hecho aislado; el viernes anterior, otro menor de 15 años murió a manos de un policía que buscaba evitar el robo de una moto. La realidad es alarmante: jóvenes de 15 años están muriendo en nuestras calles.
El vacío estadístico en la justicia y los servicios de seguridad en Argentina es evidente. No existe claridad sobre cuántos delincuentes que mueren en estos enfrentamientos son menores de edad. Algunos expertos estiman que podrían representar entre el 10% y el 15%, pero la cruda realidad es que estos chicos, que apenas están comenzando a vivir, se encuentran en el centro de esta problemática. Anteriormente, la preocupación giraba en torno a que estos menores no eran punibles y podían entrar y salir del sistema sin consecuencias. Hoy, la alarma se activa porque muchos de ellos pierden la vida en situaciones de violencia.
Es fundamental cambiar nuestra perspectiva. No se trata únicamente de ver a estos menores como parte de la ola de inseguridad. Debemos pensar en ellos como víctimas de un sistema que no logra protegerlos. La dicotomía entre punitivistas y progresistas se torna irrelevante ante la realidad: son chicos de 15 años. ¿Qué estamos haciendo para protegerlos? La discusión no debería centrarse en si hay que castigar o no, sino en cómo podemos rescatarlos y ofrecerles un futuro mejor.
La legislación actual en Argentina, que establece un límite de inimputabilidad a los 16 años, parece inadecuada. Muchos países han optado por bajar esta edad, no solo con el objetivo de castigar, sino también para evitar que las mafias utilicen a estos jóvenes como herramientas del delito. Con el marco legal actual, estos chicos se convierten en blancos móviles, expuestos a una vida de riesgo constante. Resulta irónico que se hable de derechos humanos mientras se les niega el derecho más fundamental: el derecho a la vida.
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Es necesario reflexionar sobre las consecuencias de estos hechos. La persona que mata a un menor en un enfrentamiento también sufre y su vida se ve afectada para siempre. La celebración de la muerte de un delincuente es una reacción peligrosa. Invito a todos a pensar en la complejidad de la situación y a no caer en la trampa de la simplificación. La solución no es fácil, pero es urgente. Necesitamos estadísticas claras y políticas efectivas que no solo busquen castigar, sino que realmente protejan a estos chicos y les ofrezcan una oportunidad de vida.
La realidad que enfrentamos exige una respuesta integral. Es un llamado a la acción para que todos, desde los responsables de la política hasta la sociedad civil, nos involucremos en la búsqueda de soluciones que vayan más allá de la represión. La vida de un joven no debería ser un precio a pagar en la lucha contra la delincuencia. Es momento de repensar y rediseñar nuestras políticas de seguridad y justicia, asegurando que cada niño y adolescente tenga la posibilidad de un futuro digno.
Los hechos recientes nos muestran que el camino hacia la solución es complejo y requiere un enfoque multidimensional. No podemos permitir que la violencia continúe siendo la respuesta a nuestros problemas sociales. La vida de cada menor es valiosa y merece ser protegida. La sociedad debe unirse para garantizar que estos jóvenes tengan acceso a oportunidades y no se conviertan en víctimas de un sistema que falla en brindarles la protección que necesitan.
La historia de estos jóvenes es un recordatorio de que, detrás de cada cifra, hay una vida que se apaga. Es nuestra responsabilidad como sociedad asegurarnos de que no se conviertan en estadísticas más en un ciclo de violencia. La solución no está en la criminalización, sino en la educación, la inclusión y la creación de un entorno seguro donde puedan crecer y desarrollarse. Solo así podremos romper el ciclo de la violencia y ofrecer un futuro esperanzador a las próximas generaciones.