El último sombrerero: la lucha de Rolando por mantener vivo un oficio centenario
Su negocio es un ícono de San Juan y el miércoles celebró 90 años de historia, un hito que mezcla orgullo, nostalgia y una lucha incansable por mantener viva una tradición.
01/05/2025 | 10:58Redacción Cadena 3
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En el Día del Trabajador, Cadena 3 puso el foco de esta "Mesa de Café" en aquellos oficios que, como el de los sombrereros, se desvanecen en el tiempo. En Argentina, quedan menos de una docena de artesanos dedicados a este arte, y uno de ellos es Rolando José Carreón, conocido como "El último sombrerero".
Su negocio es un ícono de San Juan y el miércoles celebró 90 años de historia, un hito que mezcla orgullo, nostalgia y una lucha incansable por mantener viva una tradición. "Mi padre abrió el primer taller de sombrerería aquí en San Juan el 30 de abril de 1935", contó Rolando con voz pausada, pero cargada de memoria.
Desde entonces, el negocio resistió un incendio en 1943, el devastador terremoto de 1944 y el paso implacable del tiempo. "Seguimos con el oficio, cada vez menos, pero seguimos", agregó, mientras reflexiona sobre un mundo donde el sombrero, alguna vez prenda esencial, hoy es solo un accesorio.
En su relato, Rolando revivió los días dorados del oficio. "Entre los años '40 y '56, llegaban vagones enteros de sombreros por ferrocarril, tres o cuatro, para comercializar", recordó. Por entonces, el sombrero era mucho más que moda: era un símbolo de identidad, hecho a medida con una precisión que hoy suena casi mágica.

"Se medía el perímetro de la cabeza con un conformador, un aparato que copia la forma exacta. Luego, con un formillón, se moldeaba el sombrero como si estuviera sobre la cabeza del cliente. Por eso, a las personas mayores no les gustaba que les tocaran el sombrero: ¡era como un traje a medida!", explicó en diálogo con Cadena 3.
Rolando aprendió el oficio de su padre, pero también de la vida misma. A los 12 años ya estaba en el taller, observando, absorbiendo cada detalle. "Mi padre hacía los sombreros, mi madre los cosía, y había dos dependientes. Con el tiempo, mi hermana se casó, mi padre enfermó, y quedé yo solo", contó.
Desde entonces, él hace todo: atiende al cliente, mide, moldea, cose y entrega el sombrero terminado. Además, fue docente y empleado de banco, pero en 1990, en una época difícil, decidió dedicarse por completo a la sombrerería. "Elegí lo que sabía", dijo con firmeza.

Sin embargo, el declive del sombrero como prenda cotidiana fue inevitable. "Lo vi venir", admitió Rolando. La competencia con productos chinos, más baratos aunque de menor calidad, y el cambio en los hábitos golpearon al oficio. "Hoy la gorra desplazó al sombrero, como la campera al saco o las zapatillas al zapato", reflexionó. A pesar de esto, él insiste: "El sombrero siempre va a existir. Las fuerzas de seguridad lo usan y las personas con problemas de salud necesitan cubrirse la cabeza".
El oficio, sin embargo, enfrenta otro desafío: la falta de aprendices. "Hay interesados, pero quieren rentabilidad rápida. Para aprender bien hay que tener paciencia, tiempo, y no hacerse rico", explicó. En un mundo donde todo es urgente, el arte del sombrerero, que requiere calma y dedicación, parece no encajar.
Rolando también comparte anécdotas que pintan la realidad de su negocio. "Las mujeres piden sombreros para fiestas: capelinas, bombines, lo que sea. Pero a la hora de pagar, a veces dudan. Gastan en peluquería, pero en sombreros son más cuidadosas", dijo con picardía. En cambio, los hombres son más directos: "Quieren una boina gris o marrón, la prueban, pagan y se van".

Un buen sombrero, cuenta, puede costar entre $100.000 y $300.000, dependiendo del material. Todo es artesanal: desde el fieltro que compra hasta el forro, la cinta y la costura, que hace a mano. "Es como un sastre: compro la tela y hago el saco", comparó.
La entrevista también despertó recuerdos de una rivalidad amistosa. En San Juan, el padre de Mario Pereyra, Pedro, conocido como "el mago de los sombreros", competía con el negocio de los Carreón, apodado "el sombrero perfecto". "Así transcurrió la vida", dice Rolando, evocando una época donde los sombrereros eran figuras centrales en la comunidad.
Mientras los mensajes de oyentes de todo el país llegan a Cadena 3, celebrando su historia y el amor por los sombreros, Rolando deja un mensaje final: "Hay que apoyar la industria nacional y los oficios. La compra por internet nos afecta, pero lo que hacemos con nuestras manos tiene un valor único". Su voz, mezcla de resignación y esperanza, es un llamado a no olvidar las tradiciones que, como su sombrero perfecto, resisten el paso del tiempo.
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