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A los 40 años, "Maxi" Rodríguez cuelga los botines y deja atrás una carrera plagada de éxitos, pero signada para siempre por un gol. Y por una frase de una sola palabra.

06/12/2021 | 18:32Redacción Cadena 3

Maxi Rodríguez, en el instante previo al zurdazo que lo catapultó a la eternidad.

FOTO: Maxi Rodríguez, en el instante previo al zurdazo que lo catapultó a la eternidad.

“Arco”. Pudo ser una sugerencia. O una orden. O una incontenible expresión de deseo. Carlos Salvador Bilardo lo vio venir antes que nadie. La frase, de una sola palabra, se amplificó para millones de televidentes desde un micrófono en un estadio de Leipzig y pareció volar, sumisa, hasta los oídos de Maximiliano Rodríguez a la par del pase de Juan Pablo Sorín.

“Maxi”, como “el Doctor”, también lo vio venir antes que nadie. Iban 8 minutos del primer tiempo suplementario. Empezó su carrera al trote. Desde campo propio. Casi cansino. Casi ahogado. Como el corredor que sabe que no da más, pero que igual da más y subleva con la mente la inanición de piernas que coquetean con lo inerte para cruzar la meta, metió quinta, se vació por completo y alzó la mano, anhelando que “Juampi”, allá a lo lejos, lo viera. Y “Juampi”, allá a lo lejos, lo vio.

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24 de junio de 2006. Hacía frío. Bah, calculo. Al menos en junio suele hacer frío. Los avatares de la memoria suelen nublar los recuerdos de los caprichos del clima, o dejarlos amontonados en el rincón de lo perecedero. Fue a la tarde. O, al menos, después del mediodía, si es que la hora tiene alguna importancia. Hay detalles que los años gambetean, pero lo que no pueden borrar son algunos momentos que quedan inexorablemente grabados en algún recoveco de cada uno. ¿Qué estabas haciendo el día que Maxi Rodríguez la mató de pecho y sacó ese zurdazo al ángulo que lo inmortalizó?

Yo tenía unos 13 años y estaba con una gripe galopante. De esas estacionales, de paso, pero que te dejan horizontal por unos cuantos días. De las que parece que te matan, pero solo joden un rato y al otro rato se van, casi sin pedir permiso, casi sin dejar rastros, como el agua que se evapora, o como un amor no correspondido.

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El primer tiempo lo llevé bien. El segundo, como pude. Para el alargue, ya la radio en la cama parecía una mejor opción al viejo televisor del comedor. Y casi que era la única opción. Pero era un Mundial. Y eran los octavos de final. Y era el tiempo suplementario. Y era Argentina, y no cualquier Argentina: era el equipo de Pékerman, el que le había hecho seis a Serbia y Montenegro, el que lucía ordenado como el departamento de Andrée en el cuento de Cortázar y peligroso como cardumen de palometas del Paraná.

Entonces, tal vez valía la pena la cabeza sobre la mesa, la bufanda al cuello, el ojo izquierdo cerrado, el derecho semiabierto, las voces ininteligibles alrededor, el relato que se aceleraba y el “arco” de Bilardo. Porque en ese “arco”, el tiempo se paró: el ojo izquierdo se abrió, la cabeza se despegó de la mesa y las voces ininteligibles empezaron a entenderse de la mano del grito universal, el que no sabe de idiomas, el que se disfrazó de celeste y blanco, el que acalló, al menos por un rato, esa gripe galopante de un junio de 2006.

Al otro día, que era miércoles, o viernes, o domingo, los chicos en la escuela ya no se peleaban por la figurita de Zidane, o la de Riquelme, o la de Pirlo. Ya no importaba tanto conseguir la más difícil, ni presumir el álbum Panini completo. En los recreos, los pasillos murmuraban un solo nombre. El del pibe rosarino. El que le hizo caso a esa plegaria de “arco”.

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El grito de gol dibujado en las facciones de Maximiliano Rodríguez es sinónimo de alegría para el pueblo argentino. La memoria colectiva conservará por siempre el viaje al ángulo de la pelota tras ser acariciada por su pierna izquierda, la que supuestamente era de palo, la que redujo a la resignación el esfuerzo del arquero mexicano Oswaldo Sánchez en ese Mundial de 2006.

En ese viaje a la red, quizás Maxi pensó en Claudia, su mamá, la que tuvo que ejercer también el rol paterno. O en los días en que ayudaba a sus abuelos en la verdulería. O en Gabriela, su compañera de toda la vida. O, simplemente, en ese pequeño Maxi que alguna vez, en el baby de Newell’s, también le hizo caso a algún “arco” que bajó de alguna tribuna.

24 de junio de 2006. 6 de diciembre de 2021. Infinito. Pudo ser una sugerencia. O una orden. O una incontenible expresión de deseo. Fue gol. Golazo. Y más, mucho más que un golazo. Un paso a la eternidad. Un recuerdo para siempre. Una gripe anestesiada. Arco, Maxi. Arco.

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