Enviado Especial
Crónica de una espera anunciada
07/05/2025 | 21:10Redacción Cadena 3
Como una escena calcada del pasado pero cargada de tensiones nuevas, hoy concluyó la primera jornada del Cónclave para elegir al sucesor del papa Francisco con una esperada —y sin embargo frustrante— fumata negra. El humo negro que emergió cerca de las 20.15 de Roma selló el final de una jornada maratónica, no por cantidad de votaciones, sino por lo que no ocurrió.
Según el experimentado vaticanista Javier Martínez-Brocal, la buena noticia es que “al menos votaron”. Porque, en estas lógicas del Vaticano que escapan a cualquier algoritmo, no votar podría haber sido una forma de expresar desacuerdo profundo. Votar, en cambio, implica que el diálogo comenzó. En la niebla del incienso y las intrigas, eso ya es un paso. Y según él, la suerte está echada: si la lógica de las votaciones se mantiene, “mañana por la tarde podría haber Papa”. Incluso desliza que ya hoy se podría haber posicionado una sorpresa.
El día arrancó temprano con la misa Pro eligendo Pontifice y continuó con esa solemne y procesión desde la Capilla Paulina hacia la Capilla Sixtina, encabezada por el cardenal Parolin. Ciento treinta y tres hombres vestidos de rojo, en fila, entonando el “Veni Creator Spiritus”.
Uno por uno, los cardenales pasaron al altar para pronunciar el juramento de secreto, en latín y con acentos que iban del Caribe a Centroeuropa:
“Et ego Fulano, cardinali Mengano, spondeo, voveo et iuro. Sic me Deus adiuvet et haec sancta Evangelia, quae manibus meis tango”.
Todos tocaron el Evangelio. Falta que abracen el consenso.
El ‘Extra omnes’ echó al mundo afuera de la Capilla Sixtina, y con ello empezó nuestro encierro en la plaza. Porque si para ellos el Cónclave es claustro, para los que esperamos afuera es otro tipo de encierro: el de la incertidumbre.
Monjas con zapatillas deportivas y banderas de Brasil en la espalda. Curiosos con enseñas de Argentina, Honduras, India, Chile o Estados Unidos. Un cura al que se le cayó la Biblia y la levantó con un gesto que uno usaría si se le cayera el celular. Pura Babel, puro desconcierto. El mundo estaba representado en esa plaza, sí, pero también un poco atrapado.
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Pasadas las dos horas de espera, llegó el momento de los ejercicios espirituales… y físicos. Estiramientos, caminatas, clases espontáneas de yoga, algún periodista que se rindió y se fue, monjas que se sacaban selfies, la gaviota que regresó al tejado y recibió una ovación.
El Vaticano bloqueó las señales de Internet. Y con ello, en pleno siglo XXI, bloqueó también parte del alma de los peregrinos: la conexión. Aunque seamos justos: nadie se fue. En todo caso, se quedaron pero con menos batería.
Y así nos dieron las siete, las ocho, las ocho y media, las nueve y el pescado sin vender. Todos los ojos clavados en la chimenea, ese absurdo tubo de hierro que por unas horas se convirtió en el centro de la Cristiandad. Cada vez que alguien aplaudía o gritaba, todos buscaban el humo. Cada vez que no salía nada, todos volvían al celular… o al silencio.
Había cardenales nuevos —el 80% participa por primera vez— y uno enfermo, al que hubo que ir a buscar el voto hasta Santa Marta. También una meditación del cardenal Cantalamessa que se extendió más de lo habitual. Todo eso sumó a la demora. Pero la espera no fue solo logística: fue emocional. Porque este Cónclave, aunque no dé Papa aún, ya marca un cambio de época. Ya es el primero sin Francisco vivo. Ya es el primero en muchos años que empieza con tantas incógnitas y tanto mundo mirando.
Y sí, hubo un alguien que se puso a dibujar en su cuaderno Moleskine la logia central de la basílica de San Pedro. Porque mientras no hay Papa, al menos hay tiempo para la contemplación.
La fumata fue negra. Pero no fue estéril. En la lógica vaticana, el hecho de que haya habido humo ya es señal de movimiento. Mañana se vota de nuevo. Quizás —solo quizás— también se elija.
Y si no, siempre estará la gaviota.




