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Rosa Clotilde Sabattini: la rival invisible de Evita que murió en el olvido

Hija de un caudillo radical y esposa de un escritor maldito, su vida osciló entre la militancia, el exilio y una tragedia familiar que la condenó al silencio.

16/08/2025 | 16:50Redacción Cadena 3

FOTO: Retrato recreado de una joven Rosa Clotilde Sabattini

  1. Audio. Rosa Clotilde Sabattini: la rival invisible de Evita que murió en el olvido

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La primera vez que escuché su nombre no fue en un libro ni en un archivo. Fue en la ruta, camino a La Falda, en los viajes familiares de la infancia. Cada vez que atravesábamos esa ciudad de Punilla, mi padre volvía a detenerse en el mismo recuerdo. Señalaba, con el dedo en el aire, el lugar donde había trabajado de adolescente. Y entonces contaba: una mujer entraba al comercio. El patrón lo prevenía: "No la mirés a la cara". Él obedecía. Después, la frase que cerraba el relato como un sello: "Era la hija del gobernador Sabattini". Yo no entendía nada. Tardé años en descubrir que hablaba de Rosa Clotilde Sabattini: dirigente radical, profesora de historia, pedagoga, mujer que buscó un lugar en la política y que terminó convertida en el fantasma de una tragedia.

"La Evita radical"

Nacida en Rosario en 1918, hija del gobernador cordobés Amadeo Sabattini, Clotilde fue conocida por su inteligencia y por una belleza que contrastaba con la austeridad implacable de su padre. Adolescente aún, huyó con Raúl Barón Biza, escritor provocador, millonario excéntrico, veinte años mayor que ella. Ese gesto —a la vez romántico y desafiante— la marcó para siempre: rompió con su familia y la lanzó a un destino en el que política y tragedia caminarían juntas.

Su figura creció en paralelo a la de Eva Duarte. Eran contemporáneas, tenían casi la misma edad, y ambas buscaban que las mujeres dejaran de ocupar un lugar accesorio en la política. Evita lo hizo desde el fervor del peronismo, Clotilde desde la racionalidad radical. Dos caminos distintos, irreconciliables, pero igualmente fundacionales. No se conocieron nunca, aunque se enfrentaron simbólicamente como dos caras de la misma disputa: el rol de la mujer en la Argentina moderna.

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Clotilde militó sin descanso, organizó congresos, fue perseguida, encarcelada –en 1950, durante el gobierno de Perón, junto a sus hijos en la cárcel del Buen Pastor– y luego exiliada. Había presidido en 1949 el Primer Congreso Nacional de Mujeres Radicales y años después, bajo Frondizi, ocupó la presidencia del Consejo Nacional de Educación. Allí impulsó el Estatuto del Docente y defendió la idea de un Estado que garantizara educación de calidad y un desarrollo con base en la legalidad.

Su voz y el país

En abril de 1963, con el país a la deriva tras el derrocamiento de Frondizi, Clotilde habló en el programa "Tribuna Oral", de Radio Porteña. Denunció que en la Asamblea de la Civilidad, convocada por Balbín, no había participado ninguna mujer. "No es el asunto solamente estar en cargo o en función —dijo—, queremos expresar nuestra opinión en todos los grandes momentos argentinos".

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Ese discurso no solo revelaba su conciencia del lugar relegado de las mujeres: mostraba también su mirada más amplia, anclada en el ideal radical de un país democrático, representativo y federal. Entonces, propuso tres pilares: desarrollo económico y social, paz social y legalidad, respeto irrestricto al Estado de Derecho. Palabras de una dirigente convencida de que la política debía ser más que intrigas o acomodos.

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El descenso a la tragedia

Pero un día como hoy, un 16 de agosto 1964, en un departamento de la calle porteña de Esmeralda, la política dejó paso a lo irreparable. Barón Biza, su marido, la atacó con ácido sulfúrico durante una reunión para acordar la separación. Él se voló la cabeza acto seguido. Clotilde sobrevivió, pero quedó marcada de por vida.

Durante un tiempo buscó refugio en las sierras de Punilla, donde intentó recomponer su vida antes de emprender un largo peregrinaje de cirugías. Allí, en La Falda, fue donde mi padre la veía entrar al comercio donde trabajaba de niño, años antes de que ella partiera hacia Europa en busca de médicos capaces de devolverle el rostro.

Lo que siguió fue un calvario de operaciones y viajes a Europa y una vida convertida en vía crucis. Catorce años de peregrinación por la vida sin rostro, como escribió la periodista Alicia Migliore, hasta que en 1978, desde la misma ventana donde había comenzado todo, decidió saltar.

El destino se extendió como una maldición familiar: su hija María Cristina se suicidó en 1988; su hijo Jorge, en 2001. Antes había publicado "El desierto y su semilla", novela feroz donde transformó la reconstrucción quirúrgica del rostro de su madre en metáfora de una Argentina desfigurada por la violencia.

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El olvido

De Clotilde quedó la imagen trágica: la mujer atacada con ácido, la víctima de Barón Biza. Pocas veces se la recuerda como la dirigente que denunció el machismo radical, que discutió de igual a igual con Evita a la distancia, que defendió la educación pública y que intentó, desde la política, abrir caminos nuevos. La historia prefirió reducirla a un caso policial y dejar en sombra a la pionera.

Hoy, al rescatar un audio de su voz en 1963, es posible escuchar a la mujer detrás de la máscara del dolor.

Escucharla ahora no es un gesto de militancia, sino de memoria. Comprobar que la política argentina tuvo figuras que el país prefirió olvidar. Y preguntarse, otra vez: ¿qué sería de nosotros si voces como la suya no hubieran sido silenciadas? 

Quizás por eso mi padre repetía, cada vez que cruzábamos La Falda, la misma escena, la misma advertencia, la misma frase; porque en ese pequeño rito, que parecía nada, sobrevivía una historia que el país había enterrado, como si su recuerdo —mínimo, insistente— fuese lo único que se resistía al olvido.

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