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Cómo era la galantería en los piropos de "Jardín Florido"

Fernando Albiero Bertapelle, en toda ocasión que se encontraba con una mujer atractiva, le decía "barrocos piropos, casi gongorinos, genuinos florilegios llenos de curiosa inventiva".

06/06/2017 | 09:30Redacción Cadena 3

Fernando Albierro Bertapelle ''Jardín Florido'' iba a tener una estatua en su honor.

FOTO: Fernando Albierro Bertapelle ''Jardín Florido'' iba a tener una estatua en su honor.

Fernando Albiero Bertapelle, más conocido como Jardín Florido, fue un popular personaje que se hizo curiosamente célebre por sus elogios a mujeres que transitaban la vía pública en la ciudad de Córdoba durante la primera mitad del siglo XX.

De la vida de este hombre se comienzan a tener noticias cuando arriba a la ciudad de Córdoba y empieza a trabajar de mozo en las confiterías más elegantes del centro de la ciudad.

Es sin embargo en 1936 cuando comienza a llamar la atención de la gente. Ese año, el político y abogado José Aguirre Cámara traba amistad con Bertapelle y consigue que se le dé el puesto de camarero en el Jockey Club cordobés.

El Jockey Club era en esos tiempos, en toda Argentina, uno de los clubes exclusivos de la "aristocracia". Cuando Bertapelle salía de trabajar lo hacía vistiendo a imitación —casi paródica— de los antiguos personajes de abolengo, esto es: vestido con frac, "galera" (chistera o sombrero de copa) y un bastón rematado con una bola de billar de marfil a modo de empuñadura.

Al curioso atuendo le añadía un aún más curioso ramillete de flores que prendía de las solapas, aunque lo más llamativo de todo era su recorrido cotidiano casi ritual, efectuado durante décadas por la calle 9 de julio (entonces la vía más comercial y concurrida de la ciudad); en toda ocasión que se encontraba con una mujer atractiva Bertapelle le decía barrocos piropos, casi gongorinos, genuinos florilegios llenos de curiosa inventiva.

En la década de 1950 llegó a poseer una cantidad suficiente de dinero como para comprar un automóvil de lujo Packard que adornó con un par de floreros a los costados.

El conjunto hubiera sido estéticamente kitsch si no hubiera estado dentro de un especial contexto: el de la humorada de los cordobeses argentinos, esto es; resultaba curioso y, sobre todo, risueño.

Mantuvo esas actitudes hasta sus últimos días, por lo que el contraste de sus modos exageradamente refinados y corteses se acentuó al advenir la década de 1960, época en la cual se produjo un cambio de paradigmas morales y —consecuentemente— de modales.

Desde entonces, Bertapelle se convirtió en una nostálgica rememoración de épocas supuestamente más inocentes y plenas de galantería, y devino por propia voluntad en una especie de adorno viviente de la ciudad de Córdoba.

Esto explica que años después de su fallecimiento sea recordado en letras musicales, poemas y con modestos monumentos.

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