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Bianciotti: el cordobés que se atrevió a soñar en francés

Nacido en Calchín Oeste, Héctor Bianciotti se convirtió en el primer latinoamericano en la Academia Francesa. Su obra refleja el desarraigo y la búsqueda de identidad, desafiando las fronteras del idioma y la literatura.

11/06/2025 | 13:12Redacción Cadena 3

FOTO: Héctor Bianciotti en Rive Droite Rive Gauche (Paris Première, 1998). INA Arditube

Un 11 de junio como hoy, en 2012, moría en París Héctor Bianciotti, quizás el más improbable de los "inmortales" de la Academia Francesa. Nacido en Calchín Oeste, un pueblo perdido en la pampa cordobesa, hijo de inmigrantes piamonteses, Bianciotti se atrevió no solo a cambiar de país, sino también de lengua, de historia, de vida. Se atrevió a reinventarse. Y lo logró.

El periodista y escritor Pedro B. Rey lo resumió el día de su muerte: "La verdadera patria de un autor, suele sostenerse, es su lengua materna (…) Bianciotti fue la contradicción más deliberada de esa regla". Creció escuchando el dialecto de sus padres, aprendió el español como segunda lengua y eligió —por devoción estética, casi mística— el francés como patria definitiva. Esa elección lo llevaría a convertirse en el primer latinoamericano en ocupar un sillón en la Academia Francesa, en 1996.

Su vida podría parecer un cuento exagerado si no fuera real. A los 12 años entró al seminario con la idea de ser santo —"con aureola", según confesó— pero se marchó tras descubrir a Paul Valéry. No abandonó la fe en lo absoluto: solo cambió de liturgia. Como diría en una entrevista con Thierry Ardisson en Rive Droite, Rive Gauche (1998), "si entré al seminario, quise el máximo. El máximo era la santidad. Después me di cuenta de que el máximo estaba en otro lado".

Ese otro lado fue Europa. Primero Roma, luego España, finalmente París. El viaje, como todos los viajes iniciáticos, no fue fácil: hambre, soledad, miedo, incluso la prostitución ocasional. "No saber a quién recurrir, no tener un techo, ni un pedazo de pan… eso es una experiencia extraordinaria", dijo con crudeza y sin dramatismo. La suya fue una existencia en busca de sentido, un exilio permanente, una narrativa de la carencia. "Lo que me habita desde siempre es el miedo. La fe, el amor y el miedo no conocen su causa", reflexionó.

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En París, Bianciotti se sumergió en la vida literaria con una tenacidad callada. Comenzó haciendo fichas de lectura para Gallimard, luego colaboró con 'La Quinzaine Littéraire' y 'Le Nouvel Observateur', y más tarde con 'Le Monde'. Fue también lector editorial. Escribía en español, pero no se sentía del todo en casa. En 1983, el último cuento de 'El amor no es amado' lo escribió directamente en francés. Nunca más volvió a su lengua natal. Decía que escribir en francés lo obligaba a una especie de precisión inquebrantable: "Cuando se cambia de lengua, toda la memoria se vuelve artificial. Se tiene miedo de cometer un error en cada línea".

Su literatura —densa, autobiográfica, melancólica— osciló entre el dolor de los orígenes y la conciencia del desarraigo. 'Lo que la noche le cuenta al día' (1992), 'El paso tan lento del amor' (1995) y 'Como la huella del pájaro en el aire' (1999) componen su trilogía autobiográfica, donde el yo se desdobla, se enmascara y se reconcilia consigo mismo. "Creo que todos pueden escribir su autobiografía, menos un escritor", dijo en televisión al explicar que los escritores a todo le ponen ficción. Y su sonrisa era de quien sabía que esa ficción, bien dicha, también podía ser una forma de verdad.

En su regreso a la Argentina, luego de 40 años, Bianciotti se sintió extranjero. "No podía ser yo mismo. No podía devolverles a mis hermanos la imagen real del que se había ido. Tenía que hacer de cuenta que había triunfado", confesó. Era un académico francés, sí, pero también un niño de la pampa atravesado por una nostalgia sin objeto. "La identidad argentina consiste en no querer ser argentino", dijo alguna vez. No era cinismo. Era una herida.

Murió en París, la ciudad que lo acogió y lo canonizó, pero no dejó de mirar hacia Córdoba, hacia esa infancia de silencio, dialecto y miedo. No dejó nunca de ser ese muchacho que aprendió a soñar en francés para poder escribir sobre su dolor en voz baja.

Como dijo en uno de sus libros, 'Comme la trace de l’oiseau dans l’air', todo lo que queda es apenas eso: el paso silencioso de algo que voló muy alto.

Marcos Calligaris

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