Cómo describió Vivaldi al invierno
08/10/2025 | 14:40Redacción Cadena 3
Una nevada impresionante en el Everest atrapó a mil personas, un suceso que capturó la atención mundial por los esfuerzos titánicos para rescatarlas.
En medio de esta noticia, mi mente viajó a Venecia, al siglo XVIII, a la música de Antonio Vivaldi, el célebre sacerdote pelirrojo conocido como “el cura rojo”. Vivaldi, quien dirigía una orquesta de señoritas huérfanas en la iglesia de la Pietà, compuso Las Cuatro Estaciones, una serie de cuatro conciertos para violín donde cada uno retrata una época del año.
Y es el invierno el que resuena con esta tragedia en el Everest, pintando con notas el frío, la lucha y la fragilidad humana frente a la naturaleza. El primer movimiento del invierno evoca un temblor, ese escalofrío que sacude el cuerpo en el frío extremo. Las cuerdas, con notas cortas y rápidas, imitan el castañeteo de dientes, como si uno estuviera atrapado en la nieve, enfrentando el viento helado del Himalaya.
Escucharlo es casi sentir el frío en los huesos. El movimiento lento, en cambio, nos lleva a un escenario más íntimo: Vivaldi describe, en la propia partitura, a un campesino borracho que canta bajo la lluvia. Las gotitas, representadas por pizzicatos delicados, se entrelazan con la melodía tambaleante del protagonista, a punto de quedarse dormido. Es una escena humana, casi cómica, que contrasta con la dureza del entorno.
El concierto cierra con una imagen poderosa: caminar sobre el hielo. Aquí, Vivaldi captura la incertidumbre del barroco, esa ornamentación que juega con la estructura. Las cuerdas dibujan pasos cautelosos, con un trasfondo inquietante que sugiere que el hielo podría romperse en cualquier momento. Y cuando lo hace, la música lo refleja con un quiebre dramático, una metáfora perfecta para la fragilidad de quienes enfrentaron la nevada en el Everest.
Si Vivaldi hubiera vivido en el siglo XX, habría sido un rockstar. Su energía, su rebeldía —se dice que evitó oficiar misas alegando alergia al incienso— y hasta los rumores de un amorío con una pupila de 16 años en la Pietà lo pintan como un espíritu libre. Su música, vibrante y evocadora, sigue viva.
Así, en la nieve del Everest, escucho a Vivaldi. Su invierno no solo ilustra el frío, sino que nos recuerda la fuerza y la vulnerabilidad humana frente a la naturaleza. Una obra maestra para reflexionar y, por qué no, para lucirse en un cóctel con un dato curioso sobre el cura rojo que conquistó el mundo con su violín.





