"El silencio", una historia entretenida que promete más de lo que da

Por María Rosa Beltramo.

Antes de que el espectador vea el primer minuto de "El silencio" puede sentirse profundamente atraído por la nueva producción española si sabe que el showrunner de la serie y responsable del guión es Aitor Gabilondo, un todo terreno que hizo muchas cosas pero siempre será recordado por la adaptación para HBO Max de la novela de Fernando Aramburu, "Patria".

Parece improbable , en cambio, que adquiera más notoriedad por "El silencio", que encierra una historia convencional en el que da la impresión de que , a despecho de la necesaria coherencia, han buscado reunir elementos puramente efectistas.

Para empezar por el principio, el relato comienza con dos figuras cayendo por un balcón y estrellándose contra el pavimento.Son los padres de Sergio Ciscar (Arón Piper), un adolescente  que inmediatamente es responsabilizado  de ambas muertes y va a parar a uno de esos establecimientos que son mitad cárcel, mitad centro de reeducación.

Pasan 6 años y el joven, que ha dejado de ser menor y se ha negado a hablar durante todo ese tiempo, está en condiciones de recuperar la libertad mientras los espectadores  se preparan para averiguar si el chico es un frío homicida o un pobre inocente que , tal vez, esté cargando con culpas que no le pertenecen.

La narración no pierde interés, hay que admitirlo, pero sí verosimilitud  cuando aparece una extraña división psiquiátrico-policial liderada por Ana Dussuel (Almudena Amor) que instala decenas de cámaras  en el departamento de Sergio y monitorea todos y cada uno de sus movimientos las 24 horas del día y los 7 días de la semana.

A esa altura no se entiende de donde proceden los inagotables recursos ni dónde ha surgido el obsesivo interés por el chico que, supuestamente, ya cumplió con la ley .

Aparece también en la vida del protagonista un pastor,Natanael (el actor argentino Ramiro Blas) que ha sido importante en su etapa de reclusión y con el que, a diferencia del resto del mundo, habla.

Al religioso no se le caen de la boca las permanentes referencias a Jesús, al perdón, a la fe, pero se nota a la legua que el vivero que regentea y al que van a parar los adolescentes en conflicto con la ley, es , con toda certeza, un sitio que está mucho más cerca del infierno que del paraíso.

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Mientras trabaja en el vivero y se desplaza como un zombie por el amplio departamento donde lo espían de la mañana a la noche, Sergio busca a Noa, su hermana menor, que fue adoptada  cuando él fue a parar a prisión tras la muerte de sus padres.

Aitor Gabilondo, el guionista, metió en la conversación otros personajes que no están debidamente justificados pero cubren la cuota de conflictos que la historia necesita para avanzar.

Están por ejemplo Marta (Cristina Kovani), una adolescente que padece de hibristofilia (en un capítulo lo cuentan y explican de qué se trata), la parafilia de las mujeres que se enamoran de asesinos (presuntos o efectivos, ya se verá) y que , obvio, está loca por Sergio pese a que sale con Eneko (Manu Ríos).

Son seis capítulos de 45 minutos y en todos hay tensión y algo de suspenso . Por las dudas de que algún espectador llegue hasta la mitad sin que la serie le resulte interesante, a Gabilondo se le ocurrió  incluir  los  oscurísimos propósitos  de un laboratorio internacional que quiere evitar a toda costa que  se sepa que Sergio se volvió loco porque dejó de tomar un medicamento que le daba la madre .

Y la psiquiatra que lo espía todo el día y toda la noche tiene intenciones que van más allá del interés profesional. El que empezó la serie seguro la termina  y los medios españoles ya salieron a decir que a Netflix le fue tan bien que  está planeando una segunda temporada.

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