¿Qué tiene que ver la universidad china con la nuestra? Nada
Cada año, China se detiene. No es una exageración: el Gaokao, el examen de ingreso a la universidad, moviliza a 13 millones de estudiantes en un ritual que define futuros.
16/05/2025 | 12:18Redacción Cadena 3

Cada año, China se detiene. No es una exageración: el Gaokao, el examen de ingreso a la universidad, moviliza a 13 millones de estudiantes en un ritual que define futuros. Durante dos a cuatro días, los aspirantes se enfrentan a pruebas de chino, matemáticas, idiomas extranjeros y materias electivas, tras años de estudiar hasta 12 horas diarias.
Es un maratón de memorización y aplicación de conocimientos que determina no solo qué carrera estudiarán, sino en qué universidad –y con ello, su prestigio y oportunidades–.
Hay historias extremas, como la de un hombre que rindió el examen 27 veces sin éxito, convertido en una especie de leyenda trágica. El país acompaña: se paralizan construcciones cerca de las escuelas para no interferir con las pruebas auditivas, se refuerzan transportes, se despliegan servicios médicos y se castiga el fraude con cárcel. El Gaokao no es solo un examen; es una puerta a la movilidad social, un pilar de la meritocracia china.
En Corea del Sur, el Suneung repite la escena. Más de medio millón de estudiantes se juegan su futuro en un examen de nueve horas que abarca ocho materias. El 20% lo repite al año siguiente, buscando mejores puntajes para acceder a una carrera soñada o una universidad de élite.
La sociedad se vuelca: el transporte público prioriza a los estudiantes, la Policía los escolta con sirenas si van atrasados y los aeropuertos suspenden despegues y aterrizajes durante la prueba de inglés auditiva. Es una coreografía nacional donde el futuro de los jóvenes está en juego.
Ambos países nos muestran algo clave: estos exámenes, aunque brutales, funcionan porque están sustentados por sistemas educativos secundarios igualitarios. En China y Corea, todos los estudiantes tienen acceso a una educación de calidad que los prepara para competir en igualdad de condiciones. El examen, entonces, es un filtro meritocrático, no una lotería desigual.
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Ahora miremos nuestro patio. En Argentina, el ingreso a la universidad es libre, gratuito e irrestricto. Suena ideal, pero es una trampa. Entran todos, sí, pero muchos no terminan.
La universidad se convierte en una máquina de frustraciones porque el problema no está en el ingreso, sino en el secundario. Nuestra secundaria es un patchwork de desigualdades: escuelas que no enseñan, chicos que no aprenden, y un sistema que nadie quiere reformar. Los que llegan a la universidad lo hacen con carencias; los que no, quedan atrapados con una educación que no les sirve para el mundo laboral. Y así, seguimos pateando el problema.
Un proverbio chino lo resume: "El mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años; el segundo mejor momento es ahora".
Si queremos una universidad que forme y no frustre, si queremos una sociedad con movilidad real, hay que "meter las manos en el enchufe": es decir, reformar la secundaria. O bien, igualar la cancha, garantizar calidad, apostar por los chicos.
Porque mientras sigamos esquivando el problema, seguiremos cosechando frustraciones en lugar de futuros.
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