Meter miedo, el recurso extremo del peronismo kirchnerista
09/06/2025 | 13:05Redacción Cadena 3

La posibilidad de un fallo definitivo de la Corte Suprema de Justicia contra Cristina Fernández de Kirchner desató un torbellino político en Argentina.
La expresidenta, que el domingo sorprendió al mundo con su anuncio de candidatura a diputada por la tercera sección electoral de Buenos Aires, parece anticiparse a un escenario judicial adverso. "Si estoy tan acabada, ¿por qué no me dejan competir y me derrotan políticamente?", lanzó, en un desafío que recuerda a un pistolero detenido exigiendo su arma para un duelo en la calle.
Pero lo que enfrenta Cristina no es un adversario electoral, sino la Justicia. Y su retórica, aunque audaz, no puede ocultar una realidad: las causas en su contra, iniciadas hace más de 15 años, están a punto de llegar a su fin.
El kirchnerismo, fiel a su estilo, respondió con una narrativa conocida: la de la proscripción. Cristina Kirchner se presenta como víctima de una persecución política, mientras sus seguidores, incluidos sindicatos como la UOM, Smata, ATE y la Asociación Bancaria, amenazan con paros y movilizaciones.
Sin embargo, este discurso ignora un proceso judicial que comenzó en 2008, con denuncias por hechos que datan de 2004 y 2005. Más de 15 jueces, fiscales y camaristas intervinieron, sorteando los innumerables recursos y estrategias legales del entorno de la expresidenta para dilatar los juicios.
Desde amenazas de "prender fuego" a Tribunales hasta intentos de reformar el sistema judicial con elecciones populares de jueces —una idea que México acaba de adoptar con resultados catastróficos—, el kirchnerismo agotó todas las instancias para frenar el avance de las causas. Y ha fracasado.
Hoy, frente a la inminencia de un fallo que podría confirmar su condena por corrupción en la causa de la obra pública en Santa Cruz, el kirchnerismo apela al último recurso: el miedo. La amenaza de una desestabilización institucional, con un "gran estruendo político" orquestado desde el Instituto Patria, busca presionar al sistema democrático y al gobierno de Javier Milei.
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Pero este movimiento no solo es un signo de debilidad, sino también un error estratégico. Como señalé hace dos semanas en este espacio, la Corte está lista para dictar un fallo definitivo y el kirchnerismo lo sabe. Por eso, Cristina adelantó su candidatura, no como un plan para competir, sino como un argumento para gritar "proscripción" si la Justicia actúa.
El Gobierno, paradójicamente, no está celebrando este escenario. La Casa Rosada hubiera preferido a Cristina como candidata, una figura polarizante pero "ganable" en las urnas, según sus cálculos.
La caída de la ley de Ficha Limpia, que habría impedido a condenados postularse, fue un guiño a esa estrategia. Sin embargo, el kirchnerismo cambió el tablero: en lugar de una Cristina candidata en la tercera sección electoral, la más importante de Buenos Aires, podría convertirse en una mártir condenada, alimentando un relato de victimización que movilice a su base.
Pero este relato tiene fisuras. La Justicia no persigue a Cristina por ser una líder política, sino por evidencias concretas de corrupción, como los bolsos de José López o las irregularidades en la obra pública.
Sus intentos de pactar con la oposición, incluyendo un fallido acuerdo con Mauricio Macri para garantizar una "impunidad paralela" durante su presidencia, no prosperaron. Sus esfuerzos por deslegitimar a jueces, fiscales y camaristas tampoco dieron frutos. Y ahora, agotadas las instancias legales, el kirchnerismo recurre al miedo, amenazando con un caos que, a mi juicio, no logrará generar.
Más allá de la retórica, hay un dato que no puede ignorarse: una parte significativa del peronismo espera este fallo con alivio, no con pesar. Para muchos, la condena de Cristina podría ser la oportunidad de dejar atrás una liderazgo que, aunque poderoso, polarizó al movimiento y lo llevó a sucesivas derrotas.
La apropiación de las organizaciones sindicales por parte del kirchnerismo es otro capítulo de esta Argentina estrambótica, donde el populismo confunde los roles del Estado, la Justicia y los gremios.
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