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Memorias de un cronista: un abrazo al mundo en la fría tarde del Vaticano

Este artículo fue publicado al cumplirse 12 años del pontificado de Francisco. Trae el recuerdo de la intensidad de la cobertura en Roma durante marzo del 2013. 

21/04/2025 | 06:44Redacción Cadena 3

FOTO: Francisco, ante la multitud de fieles en San Pedro.

Marzo, 2013. Ciudad del Vaticano.

Bajo los frescos que Miguel Ángel pintó 500 años antes y lejos del bullicio romano, 117 cardenales se congregaban en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor de Joseph Aloisius Ratzinger

Con el nombre de Benedicto XVI, Ratzinger gobernó la Iglesia desde el 19 de abril de 2005 y hasta el 28 de febrero de 2013, cuando puso al catolicismo ante una situación que nadie vivo recordaba: presentó la renuncia, aquejado por los males propios de sus 86 años.

Martes 12 y miércoles 13, cuatro votaciones. Y fumatas siempre negras desde la pequeña chimenea ubicaba en el tejado de la Capilla Sixtina.

Los cardenales debían hacer el esfuerzo de elegir un nombre que lograra los dos tercios de las voluntades. Y que, además, estuviese dispuesto a aceptar titánica responsabilidad.

A diferencia de otras elecciones, la dimisión de Ratzinger fue uno de los secretos mejor guardados en los muros vaticanos.

Por eso, la decisión tomó por sorpresa a los cardenales, que no habían tenido tiempo de ir perfilando al sucesor.

Una silla incómoda

Aun así, adentro de la Sixtina, al cabo de la tercera votación, un cardenal no lograba acomodarse en su silla.

Todo iba dirigido hacia él. A punto tal no esperaba lo que vendría, que en su viejo portafolio estaba guardado un boleto de vuelta a su país

Esta vez iba a ser inevitable que, como en 2005, pudiese cambiar la dirección de la voluntad de sus “hermanos cardenales”, muchos de ellos sus amigos, hacia Ratzinger, un hombre que había sido un férreo custodio de la fe.

Larga jornada la de ese miércoles adentro de la Sixtina. Afuera, en la Plaza de San Pedro, era casi de noche.

Del frío a la ansiedad

La caída del Sol hacía notar mucho más el clima frío y húmedo que incomodaba y tornaba eterna la espera.

A las 19:05, un nuevo humo comenzó a salir de la chimenea.

El cielo oscurecido dificultaba distinguir su tonalidad desde la Plaza. Pero la gran pantalla que había instalado Televisión Vaticana en San Pedro lo mostraba con total claridad: no había duda. Era blanco,

La expectativa cambió de signo y se convirtió en euforia: había Papa. Pero la duda crecía: ¿quién era?

La memoria repasaba las páginas de los diarios italianos con cada uno de los nombres que se habían publicado hasta entonces. Una danza de papables de todos los continentes para reemplazar a Benedicto XVI.

Adentro 90 cardenales habían coincidido en un nombre en la papeleta. Y ese era número suficiente para ungir a un nuevo pontífice.

A cada rato, las grandes cortinas del balcón central de la Basílica de San Pedro se sacudían.

Pero no fue sino hasta las 20.12 cuando los dos grandes terciopelos rojos se corrieron para comenzar a develar el interrogante.

Entonces, la Plaza de San Pedro ya se había colmado con fieles que abarcaban hasta La Via della Conciliazione, la avenida de 500 metros que conecta el Vaticano con el castillo de Sant''Angelo en la ribera occidental del río Tíber.

Sí, era él

En la voz temblorosa de un ya anciano cardenal francés Jean-Louis Tauran se escuchó la histórica fórmula con la que se anunciaba que la Iglesia ya tiene nuevo pontífice:

Annuntio vobis gaudium magnum: ¡Habemus Papam! Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum Georgium Marium Sanctæ Romanæ Ecclesia Cardinalem Bergoglio, qui sibi nomen imposuit Francisco.

/Inicio Código Embebido//Fin Código Embebido/

(Les anuncio un gran gozo: ¡Tenemos papa! El eminentísimo y reverendísimo señor, Don Jorge Mario, cardenal de la Santa Iglesia Romana Bergoglio, quien se ha impuesto el nombre de Francisco).

Ese 12 de marzo de 2013, los cardenales acababan de dar una fuerte señal a la Iglesia y al mundo: el Papa número 266 en la historia era el primero no europeo, el primero del hemisferio sur, latinoamericano y argentino; y el primero de la orden jesuita.

Euforia en la Plaza

La Plaza de San Pedro estalló en gritos de júbilo. De pronto, el frío había abandonado los cuerpos.

Allá adelante, contra la valla, una Bandera Argentina flameaba, iba de uno a otro lado, y captaba la atención de las cámaras de Vaticano TV que transmitían urbi et orbi.

Lo que se no veía desde la mitad de la plaza era que la Bandera estaba en manos del padre Javier Soteras, director de Radio María y compañero de viaje. Y junto a él, Rony Vargas.

Señales al mundo

“Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarme casi al fin del mundo".

Francisco se situaba así desde su origen para marcar el mandato que se había autoimpuesto: prestar atención a las periferias de la Humanidad, esos espacios segregados por raza y religión. Y hundidos en la pobreza. Allí donde mandó a los obispos y curas a trabajar, a ser “pastores con olor a oveja”.

El periodista irlandés Gerard O'Connel, veterano vaticanólogo y conocedor como pocos de las internas de la Iglesia, ofreció después ante la BBC dos lecturas de la elección de Bergoglio:

1. Los cardenales se dieron cuenta de que en ese cónclave había tenido lugar un cambio de las proporciones de un terremoto en la Iglesia Católica.

2. De los 115 cardenales electores, 68 habían participado en el cónclave de 2005, en el que Bergoglio había quedado en segundo lugar, y orientó la votación hacia Ratzinger. Todos lo percibían como un hombre profundamente espiritual, no ambicioso, que vivía de forma muy simple y sencilla, que profesaba un enorme amor hacia los pobres y que tomaba el transporte público para visitar de manera regular las villas miseria de Buenos Aires.

Un argentino rupturista

Los días que siguieron fueron frenéticos en Roma, en particular para los periodistas de todos los países que buscaban entender quién era, qué pensaba, cómo actuaba este Francisco del fin del mundo que pasó a ocupar la centralidad universal.

Y que decidió romper con la pompa vaticana: del modesto hotel, que ocupaba cuando viajaba a Roma, pasó a habitar en la residencia de Santa Marta, construida en 1881 como hospicio para enfermos durante la quinta pandemia de cólera.

Dio de baja las limusinas y se montó sobre autos comunes, que pasaban inadvertidos por las calles de la capital italiana, tal vez con la intención de poder de ir seguido a Santa María la Mayor, la basílica en la que encontraba paz espiritual al orar.

Llegó el martes 19 de marzo de 2013, celebración nada menos que de San José. La Basílica y la Plaza de San Pedro lucían relucientes. Era el día en el que la Iglesia pasaba a tener, ya en los hechos, un nuevo Papa.

Y ese pontífice le hablaba al mundo de “custodiar” los dones que Dios puso en la Tierra, así como San José no dudó en convertirse en custodio de María y de Jesús sin pedir explicaciones.

Con ese llamado, comenzaba un largo camino, que no estuvo exento de espinas. El estilo frontal que ya traía Jorge Bergoglio no cambió como Francisco.

El ataque conservador

Sectores conservadores de la Curia trataron de torcer la perspectiva que Francisco tenía para llevar la Iglesia a un futuro de apertura.

Creían ver en él un peligro para la estabilidad de la Iglesia como institución milenaria. Por eso, cuestionaban la apertura doctrinal y pastoral, las reformas dentro de la Curia, las objeciones que Francisco ponía ante el capitalismo y el neoliberalismo, y su cercanía con posiciones progresistas, entre otros temas.

Pero también Francisco fue acusado de generar confusión en temas como el matrimonio, la moral sexual y el papel de la mujer en la Iglesia. Documentos como Amoris Laetitia fueron interpretados por algunos como una flexibilización indebida de la doctrina católica.

Hasta la apertura al diálogo interreligioso le significó cuestionamientos. Su acercamiento a otras religiones, como el Islam y el judaísmo, y su participación en iniciativas ecuménicas, aplaudidos por el mundo, le generaron críticas entre sectores ultraconservadores, que consideran que esto puede diluir la identidad católica.

Un hombre sencillo

Resiliente y porfiado, Francisco se convirtió en un líder que desafió muchas estructuras tradicionales.

Su inteligencia seguramente le permitió, desde antes de aquel 13 de marzo, entender los retos que iba a tener por delante. 

Por eso, siempre pidió que oren por él porque, como nos dijo en aquel momento: "Ustedes me trajeron hasta aquí. Ahora se van y me dejan solo".

Marzo 13, 2025. Plaza de San Pedro. Vaticano.

La gente reza por su salud y porque pueda profundizar su legado: el del cura jesuita que convirtió la sencillez en arma de transformación global. 

PD. Francisco ya no está. Pero en el mundo queda su huella.

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