La Teoría de los Dos Demonios de la corrupción
25/11/2025 | 11:09Redacción Cadena 3
En las últimas semanas comenzó a instalarse —en algunos medios, en redes y en ciertos sectores de la opinión pública— una lectura peligrosa y superficial: que las grandes causas de corrupción que hoy ocupan la agenda deben analizarse “en paralelo”. Como si la causa Cuadernos y la causa Andis fueran dos manifestaciones equivalentes de un mismo fenómeno. Como si bastara con decir “son todos corruptos” para dar por cerrado el asunto.
Ese reflejo, tan cómodo como engañoso, remite inevitablemente a la vieja teoría de los dos demonios aplicada en los años '80 para intentar poner en pie de igualdad a los crímenes del terrorismo de Estado con los delitos cometidos por organizaciones armadas. Una simplificación que buscaba repartir culpas por igual y borrar diferencias sustantivas. Hoy vemos un eco de esa lógica, trasladada al terreno de la corrupción.
Conviene aclararlo desde el comienzo: no existe corrupción buena. No hay matices en la gravedad moral de apropiarse de fondos públicos. Pero eso no significa que todo sea lo mismo. Ni que todos los hechos respondan al mismo tipo de entramado, ni que sus responsabilidades políticas, judiciales e institucionales sean equiparables.
La causa Andis —los audios de Spagnuolo, la estafa en perjuicio de personas con discapacidad, los desvíos de fondos destinados a medicamentos— expone un nivel de degradación que ya nadie discute. Todo indica la infiltración de una red mafiosa dentro del Estado, con funcionarios, intermediarios, actores del sector privado y un esquema sistemático para capturar áreas sensibles.
Los chats revelados muestran cómo se peleaban por puestos clave para controlar flujos de dinero y cómo se repartían porcentajes como si se tratara de un botín. Hasta dejan en evidencia lo primitivo del mecanismo: el tristemente célebre Miguel Ángel Calvete enseñando por mensaje de texto cómo sacar una regla de tres simple. La corrupción chapucera y obscena.
La gran incógnita es la conexión con los hermanos Milei. Spagnuolo menciona un 3% destinado a Karina Milei. Será la Justicia la que determine si esa acusación se sostiene. Lo cierto, por ahora, es que hay corrupción y que su estructura parece organizada. Pero eso no habilita a equiparar esta causa con Cuadernos.
La causa Cuadernos lleva siete años y medio recorriendo todos los estratos judiciales. Desde su explosión en agosto de 2018, tras la publicación de Diego Cabot, se encaminaron confesiones, arrepentidos, pruebas cruzadas y un andamiaje que involucró a funcionarios que hoy admiten lo que antes negaban.
Cristina Kirchner mantuvo durante años en sus cargos a varios de los señalados, incluso cuando —según sus propias declaraciones judiciales— ella sabía desde 2010 cómo funcionaba el esquema. No los removió. No los denunció. No los expulsó. Los sostuvo.
En el caso Andis, por el contrario, el estallido ocurrió hace menos de cuatro meses. Y en ese lapso Milei echó a 13 funcionarios, aun con el riesgo político y legal que implica desprenderse de quienes podrían volverse delatores. Más allá de si eso es suficiente o no, evidencia una reacción inmediata que contrasta con la inacción del pasado.
También es distinto el vínculo con el Poder Judicial. El actual gobierno no nombró jueces ni fiscales federales, ni emprendió ataques públicos contra tribunales o magistrados. No hubo presiones ni discursos de deslegitimación, ni actos militantes frente a la Corte Suprema.
Durante los gobiernos kirchneristas ocurrió lo contrario: hubo intentos de "democratización de la Justicia", presiones abiertas y discursos orientados a condicionar a los jueces. La diferencia en el ecosistema institucional es sustancial.
Insistamos: corrupción es corrupción. Es dañina, destructiva y corrosiva para la confianza social. Pero eso no implica que todas las situaciones sean equiparables. Ni que el impacto institucional sea idéntico. Ni que las decisiones políticas frente a un caso u otro merezcan la misma lectura.
La teoría de los dos demonios, aplicada a la corrupción, nos invita a la pereza intelectual: da lo mismo todo, todos son iguales, nadie es distinto. Y es justamente esa lógica la que termina beneficiando a los corruptos, porque diluye responsabilidades y empantana cualquier diferencia.
No hace falta elegir un bando para entender que la causa Andis y la causa Cuadernos no se parecen en escala, en estructura, en tiempos judiciales ni en conducta política frente a los acusados.





