El problema no es el chisme, es el hecho
Lo ocurrido con la foto de los chicos junto a Ignacio Malcorra no es un simple descuido. Y lo más preocupante no es la foto, sino la manera en que muchos decidieron mirar para otro lado.
05/06/2025 | 17:20Redacción Cadena 3 Rosario

Hay un viejo refrán que dice que “cuando el río suena, agua trae”. Y en el caso del Newell’s, el río no solo suena: desborda. Lo ocurrido con la foto de los chicos junto a Ignacio Malcorra no es un simple descuido ni una anécdota sin consecuencias.
Es la puntita de un tapial mucho más alto. Un indicio de algo más profundo, más estructural. Y lo más preocupante no es la foto, sino la manera en que muchos decidieron mirar para otro lado.
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En lugar de enfrentar el hecho, desde los sectores más cercanos a la dirigencia del club —los llamados "intramuros", los "fundamentalistas cromáticos"— se optó por la vieja táctica del gran bonete: “yo no fui, fue el otro”.
Y si la crítica proviene de los medios, peor aún: se desacredita al mensajero antes de discutir el mensaje. No importa si lo que se señala es real, lo relevante para estos sectores es quién lo dice y con qué intenciones. Esa lógica, tristemente, no es patrimonio exclusivo del club. Es una práctica nacional, una forma de supervivencia política que ha contaminado incluso los espacios deportivos.
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Pero volvamos a Newell’s. El club "chocó el auto", lo metió en el garaje, lo ocultó, y cuando finalmente se hizo público el accidente, en vez de asumir responsabilidades, eligió culpar a los vecinos por comentar lo sucedido.
Como si el verdadero problema no fuera el hecho en sí, sino la existencia de quien lo visibiliza. En este relato, los medios pasan a ser enemigos, los periodistas son malintencionados y los socios críticos, traidores a la camiseta. Una lógica de trincheras que desactiva cualquier intento honesto de autocrítica.
Y sin embargo, la única salida real para cualquier institución que se diga democrática es mirar el choque de frente. No se puede seguir apelando al argumento del adoctrinamiento como forma de “proteger a los chicos” ni blindar a los responsables con escudos partidarios o nostalgias ideológicas.
Si se busca una identidad fuerte para el club, deberá surgir del debate abierto, del disenso respetuoso, no de la obediencia ciega ni del “con Newell’s no se jode” como consigna.
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Muchos, ahora indignados por la exposición pública del hecho, fueron en otros tiempos quienes abrían las puertas del club a las cámaras porteñas para mostrar lo mal que se estaba en la gestión anterior (López). Entonces sí valía la pena mostrar la camilla rota o la pileta sucia. Pero cuando la crítica apunta al presente, se invoca una conspiración mediática. ¿No será hora de revisar esa doble vara?
La pregunta de fondo sigue siendo la misma: ¿Qué quiere ser Newell’s? ¿Un espacio abierto al debate y la participación de sus socios, o un club cerrado, dirigido por una “guardia pretoriana” que define lo correcto y lo incorrecto según su propio catecismo?
Cada cual tiene derecho a creer en su camino. Incluso pueden, si lo desean, jugar al Cristóbal Colón e ir contra la corriente. Pero lo que no se puede hacer es negar el mar. Porque, en definitiva, el problema no es que en la panadería hablen del choque. El problema es que el auto está chocado, y está ahí, a la vista de todos.