La historia del vasco que cruzó Argentina con una carretilla
Con una carretilla, 130 kilos de carga y un impulso testarudo, caminó más de 22.000 kilómetros por el país sin buscar fama ni gloria: solo quería demostrar que se podía.
17/04/2025 | 18:18Redacción Cadena 3
A veces, las historias más grandes no se cuentan en las primeras páginas. No salen en Netflix ni tienen merchandising. A veces, hay que encontrarlas caminando por la banquina de una ruta, empujando una carretilla oxidada. Como la de Guillermo Larregui, un vasco flaco, testarudo y silencioso, que un día se calzó las alpargatas y se puso a caminar. Más de 22.000 kilómetros a gamba, con una carretilla de 130 kilos como compañera. Una historia que, si la hubiese protagonizado Tom Hanks, ya tendría un Oscar.
Corría 1935. En Comandante Luis Piedra Buena, Santa Cruz, Larregui estaba sin trabajo tras haber sido despedido de la petrolera Ultramar de Mata Amarilla, subsidiaria de la Standard Oil. En una charla de esas que arrancan con vino y terminan con apuestas imposibles, tiró una frase que, sin saberlo, le cambiaría la vida: "Yo me animaría a cruzar toda la Patagonia a pie y a ir hasta Buenos Aires con una carretilla".
Uno de sus amigos, tomándolo en broma, le acercó una carretilla. Pero Larregui no dudó. La cargó con una carpa, una cama plegable, herramientas, calentador, utensilios de cocina y algo de comida. El 25 de marzo partió hacia Buenos Aires. "Lo esperaban más de 3.000 kilómetros de peripecias y aventuras", escribió la periodista Soledad Gil, recordando que muchos lo bautizaron con sorna como "el loco de la carretilla". Luego seguiría sumando kilómetros.
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Una rueda y una voluntad
Tardó 14 meses en llegar. Durante el trayecto gastó 31 pares de alpargatas, enfermó gravemente en la provincia de Buenos Aires y estuvo dos meses al borde de la muerte. Pero siguió adelante. "He encontrado muchas personas buenas y ayudadoras en el camino (…) ¡Con decirle que los propios lecheros vascos que iba encontrando en los pueblos no me cobraban la leche!”, contó el propio Larregui, según recoge La Nación.
Aun así, la llegada a Buenos Aires fue triunfal. El 23 de mayo de 1936 entró a Burzaco, el 24 llegó a Avellaneda —donde fue recibido por el Centro Español con flores y cintas—, y el 25 de mayo acampó frente a la redacción de los diarios ''Crítica'' y ''Ahora''. Le dieron una plaqueta, sí, pero sobre todo lo miraron como a ese tipo raro que hizo algo tan absurdo como hermoso.
Más allá del aplauso
Podría haberse quedado ahí. Pero, como Forrest Gump cuando decidió seguir corriendo, Larregui se "hizo otros cuatro raids. O sea, 22.000 kilómetros en 14 años", contó Julian Iantzi y lo comparó con el personaje interpretado por Tom Hanks o El Renacido, recoge El Diario Vasco.
La segunda caminata fue desde Coronel Pringles hasta La Paz, Bolivia. La tercera desde Villa María hasta Santiago de Chile, y la última, la más larga, desde Trenque Lauquen hasta las Cataratas del Iguazú, en 1944. En su itinerario, Larregui empujó carretillas construidas por amigos y fue sostenido en muchas ocasiones por la solidaridad de la colectividad vasca.
"El Quijote de una sola rueda"
Sus carretillas no eran meros carritos. Llevaban el mundo adentro. La primera, con la que cruzó la Patagonia, quedó expuesta en el Museo Udaondo de Luján. La tercera, que usó en su última travesía, fue construida por vecinos de Beruti y Trenque Lauquen. "Para que la gente sepa cómo he tenido que luchar para terminar este viaje", dijo tras donarla.
Y no caminaba solo: hablaba con todos, escuchaba, preguntaba. Sabía euskera, castellano, y tenía conocimientos de francés e italiano. Se definía como un hombre libre. En una carta escrita el 17 de agosto de 1938, dejó su visión del mundo: "Vivir el ritmo oculto de los campos abiertos llenos de sol. La emoción de la tierra argentina, llena de generosidades. He aquí mi objetivo. Nadie me podrá quitar la dicha de ser dueño de mi propio destino".
El final del camino
En Puerto Iguazú encontró su lugar en el mundo. Se construyó una casa con latas recicladas, se volvió guía de turistas y vivió los últimos años de su vida lejos del ruido. Murió el 5 de junio de 1964, a los 78 años, sin subsidio estatal ni homenajes oficiales.
"Se murió como había vivido, pobre, en paz consigo mismo, protegido por los sueños que había realizado, dejando en la tierra las cosas finitas para perderse en las infinitas sorpresas del cielo", escribió Daniel Balditarra en el diario El País, al narrar su final con la misma dignidad con la que había caminado el país.
Hoy, hay murales en Piedra Buena, una escultura en bronce en Iguazú, una plazoleta con su nombre, libros, documentales y una biopic titulada Gora Vasco! Pero, sobre todo, hay una historia que sigue caminando entre las rutas del país.
Guillermo Larregui no buscaba aplausos ni titulares. Caminó porque le gustaba. O tal vez porque no sabía estar quieto. Vaya uno a saber.
M. C.