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03/11/2016 | 11:10Redacción Cadena 3

Estuvimos cerca de que Al Pacino y su novia armaran la recuperada valija que casi les birlan a su llegada y se marcharan dejando a un público agradecido, a unos empresarios satisfechos y al Racing Club de Avellaneda feliz de haber sumado a la institución a un socio que es, a la vez, Michael Corleone, Serpico y Tony Montana, una delantera imbatible en cualquier época y circunstancia.

Pero cuando ella se despedía de los parientes y él descansaba después de una agenda algo complicada, apareció Norma Aleandro e hizo un par de afirmaciones que obligaron a reescribir una historia a la que solo le faltaba la palabra fin. “Sentí vergüenza ajena” dijo la protagonista de La historia oficial para referirse a su experiencia como público de An evening with Al Pacino, suerte de perfomance intimista en la que el actor neoyorquino contó algunas anécdotas, respondió preguntas de los asistentes y guió a una bailarina tratando de seguir los compases de “Por una cabeza”.

La prensa se deshizo en elogios. Era un milagro que se hubiera dignado a compartir unos días con nosotros y a engalanar al Colón con su presencia.”Yo veía que pasaba el tiempo y seguía contando anécdotas aburridas y diciendo tonterías, hasta que no aguanté más y me fui”, se quejó la Aleandro a quien le cupo en esta historia el rol del niño que en el cuento de Hans Christian Andersen se anima a señalar que el emperador está desnudo, entre el gentío que pondera el traje, se maravilla del lujo de la tela y aplaude el oficio del sastre.

Para colmo de males lo más probable es que pocos o casi nadie le agradezca la decisión de compartir, sin tapujos, su verdad. Es que para cuando nuestra premiada actriz abrió la boca, el periodismo, aún el que suele ser muy exigente con elencos teatrales y cinematográficos, ya había aprobado sin reservas la presentación.

Sin las obligaciones de la prensa, los enfervorizados plateístas que coparon la sala más elegante del país disfrutarán toda la vida de haber conocido a Al Pacino. Eso es lo único indiscutible al menos para los que pueden conmoverse por la cercanía de una estrella a la que los amantes del cine le deben un catálogo completo de las emociones que se pueden experimentar ante una pantalla.

Con entradas de 5 y 10 mil pesos, el negocio salió redondo para los organizadores y le permitió a Al Pacino volver productivo un fin de semana destinado a visitar a su actual familia política. Por acá nos comportamos con esa mezcla de fascinación ante una celebridad y el deseo de hacerla partícipe de la cotidianeidad local. Por eso, de repente, Buenos Aires olvidó su gigantismo para convertirse en una aldea dispuesta a hacer cualquier cosa para agradar al visitante ilustre.

Y durante varias horas hubo cronistas capaces de recitar, sin repetir y sin soplar, la lista completa de famosos/as afectivamente ligados a representantes nacionales, incluyendo a los que preferirían no figurar, como una actriz de fama módica que años atrás reveló que durante una noche de fiesta en Los Ángeles estuvo a punto de intimar con el mismísimo Jack Nicholson.

“Una pena porque ha hecho 70 mil cosas como actor”, se lamentó Norma reconociendo la rica trayectoria de Pacino .” No tiene que hacer esto”, sentenció y, como al pasar, metió en la misma bolsa a John Malkovich, al que criticó por “ venir a tirar cuatro cuentos".

Lucía, la dolida novia del objeto de tanta crítica apeló a un proverbio anglosajón para recordar que cuando uno no tiene nada bueno para decir, es mejor no decir nada.

Al final, nuestra celebridad local está pagando el alto precio de anunciar una verdad incómoda que, como en el cuento de Andersen, es de esas capaces de desconcertar al emperador e incomodar al pueblo.

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