La coartada de la hija del arquitecto

Homicidio en Córdoba

La coartada de la hija del arquitecto

15/02/2022 | 09:07 | La joven de 20 años reclama la prisión domiciliaria por tener una beba de un año. Apunta contra su pareja.

Juan Federico

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La coartada de la hija del arquitecto

Hace siete días que Irina Flehr permanece presa acusada de lo peor: partícipe necesaria del asesinato de su papá.

El pasado 29 de diciembre, el cadáver del arquitecto Reynaldo Flehr (61) fue encontrado en el interior de su vivienda ubicada en la avenida La Voz del Interior, cerca del aeropuerto de la ciudad de Córdoba.

La noche anterior, el hombre había sido maniatado en una silla y ejecutado de dos balazos en la cabeza. 

La semana pasada, con los datos reunidos por los sabuesos de la división Homicidios, la fiscal Claudia Palacios decidió imputar y detener a cinco jóvenes: Irina (20) y su pareja Leonardo Moscarello (26) fueron acusados como partícipes necesarios del homicidio; Samuel Moscarello (24, hermano de Leonardo), David Silvestre (23) y David Suárez (24) quedaron señalados como los supuestos autores materiales del crimen.

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A través de diferentes fuentes, Cadena 3 logró reconstruir las claves de una investigación que no deja de generar conmoción. Irina se enfrenta a ser la cordobesa más joven en recibir una condena a prisión perpetua. 

La joven es consciente de este horizonte y ya comenzó a desplegar su estrategia defensiva, su coartada. Si bien aún no declaró ante la fiscal, ya deslizó dos claves: primero, solicitar de inmediato la prisión domiciliaria con el argumento de que debe cuidar de su beba de un año; y, segundo, apuntar contra quien vivía con ella hasta que fueron detenidos el miércoles de la semana pasada.

En concreto, Irina ya dejó trascender que no sólo conocía a su cuñado ahora detenido, sino también a los otros dos sospechosos presos. Dijo, de manera informal, que los tres jóvenes solían ir a cenar en el último tiempo a su vivienda ubicada también sobre la avenida La Voz del Interior, unos 50 metros al frente del chalet en el que asesinaron a su papá. 

Palabras más, palabras menos, Irina contó que estos muchachos habían empezado a frecuentar seguido su casa en las últimas semanas de 2021. Que cenaban al fondo y que cuando llegaba el momento del postre, su pareja le indicaba a ella que se fuera a dormir, que los dejara hablar en soledad. O sea, que si tramaron algo, ella fue ajena.

La coartada tiene varios escollos. Sobre todo, porque el caso, así como está planteado por la fiscal, pone a ella como la principal beneficiaria del crimen de su papá.

En la causa abundan los testimonios que indican que Irina y Reynaldo tenían una pésima relación.

El hombre enviudó hace ocho años. Su esposa Verónica había heredado siete inmuebles, que tiempo después pasaron a convertirse en el centro de una disputa tremenda entre padre e hija. "Irina le reclamaba que esos inmuebles eran de ella", confió un allegado a la familia.

Se trata de siete domicilios, entre galpones, viviendas, negocios y terrenos desparramados entre la zona de barrio Los Boulevares, de la ciudad de Córdoba y Río Ceballos. El total de las propiedades tiene una valuación fiscal de 52 millones de pesos. En valor de mercado, la cifra se multiplica varias veces.

Irina, exalumna del colegio La Salle, hace un tiempo que estaba en pareja con Leonardo, un joven de la zona de barrio Patricios, en el noreste capitalino. Los familiares aseguran que ambos habrían intentado un tratamiento de rehabilitación al consumo de drogas en una iglesia de la zona, cuestión que ahora la fiscalía quiere precisar.

En 2020, la pareja se instaló en la casa que en ese momento habitaba el arquitecto. Pronto, la relación entre los tres se deterioró por completo. Irina comenzó a insistir para que su padre le diera el control total de las siete propiedades. Reynaldo al comienzo resistió, aunque luego le cedió una parte.

Pese a que todos los alquileres se manejaban a través de inmobiliarias, los testigos aseguran que Irina se mostraba ansiosa por cobrar antes de los plazos la parte que a ella le correspondía. Que iba a ver a los inquilinos de manera personal o que insistía ante la inmobiliaria para apurar esas mensualidades. El dinero, como una fijación.

De manera paralela, padre e hija fueron avanzando en un acuerdo judicial para repartirse de manera formal la posesión de estas propiedades. En el medio, Irina dio a luz y a Reynaldo lo echaron de la casa en la que vivía. 

Hace unos cuatro meses, confiaron los allegados, el hombre regresó de trabajar y se topó con que le habían cambiado las cerraduras. Desesperado, se comunicó con su hermana escribana para solicitarse si podía enviar a algún colega a realizar un acta.

Terminó por mudarse la chalet ubicado casi al frente, unos 50 metros en diagonal. Esta inmueble no forma parte de la herencia que le reclamaba Irina. "Me voy porque tengo miedo de que un día me pegue un fierrazo", terminó por ser su cruel premonición.

Ni siquiera su mudanza desaceleró el enfrentamiento familiar. Reynaldo tuvo que insistir bastante para que le devolvieran su ropa. Y cuando al fin lo consiguió, se topó con una sorpresa desagradable que puede revelar demasiado en toda esta historia: su familia asegura que se la dieron orinada.

Codicia y odio en una misma acción.

Afligido, Reynaldo lamentaba que casi no le dejaban ver a su nieta. Que cada vez que intentaba acercarle algún regalo, terminaba por enfrentarse a los gritos con Irina y, también, con Leonardo. Un guardia de seguridad de una empresa ubicada al lado de la casa en la que se quedó viviendo la pareja fue uno de los testigos independientes de estas peleas.

La escena del crimen

La reconstrucción de los últimos momentos de vida del arquitecto es atroz. La noche del martes 28 de diciembre, Reynaldo llegó solo a su casa arriba de su auto Honda. Se bajó, abrió el portón, estacionó y regresó a cerrarlo. Luego, caminó para ingresar a su domicilio. No tuvo tiempo ni para bajar la bolsa con carne que acababa de comprar.

La investigación sostiene que los asesinos lo estaban esperando en la oscuridad. No está claro si en los fondos de la casa, que da a un callejón o adentro. Ninguna abertura había sido forzada, pero no se descarta que hubieran tenido alguna llave. 

Se cree que fueron dos. Y que un tercero los llevó hasta allí en un Ford Ka negro. Luego, este supuesto cómplice se fue a aguardar en una estación de servicio cercana, hasta que dos horas y media después los volvió a buscar. El auto llegó al callejón con las luces apagadas, se detuvo unos segundos y luego arrancó de nuevo.

El trabajo de cámaras y antenas de celulares ha sido clave.

Los teléfonos de dos de los ahora señalados como autores materiales del crimen los ubican en ese domicilio la noche del crimen. Dos horas antes de que Flehr llegara. Dos mil segundos de celulares en permanente comunicación. Un tráfico de llamadas y mensajes que se cortó de manera abrupta justo en el momento en el que el arquitecto ingresó. Y que recién se reactivó cuando el Ford Ka regresó. 

A Flehr lo obligaron a sentarse en una silla de la cocina. Allí, lo maniataron de pies y manos con precintos.

Los asesinos colocaron un antiguo televisor a todo volumen y taparon las ventanas con el sommier. Luego, le dispararon dos veces en la cabeza con la misma pistola calibre 22: el primer balazo le ingresó en el parietal y el segundo, de remate, a la altura del mentón. Antes, le cortaron el precinto de una mano. El dato no deja de llamar la atención: se cree que obligaron al arquitecto, ya malherido, a que les señalara algo en concreto. Tal vez, el lugar donde escondía un dinero que nadie más sabía. 

A simple vista, nunca se constató que los asesinos se hayan robado algo de allí. El resto de la casa no fue tocado.

Dieciséis horas después su hermana escribana junto a su marido lo encontrarían muerto. Extrañados porque no respondía a las llamadas, decidieron ir a la casa. El hombre se asomó por una ventana y advirtió que el televisor estaba encendido. Se preocuparon y llamaron a la Policía. Cuando los agentes llegaron, forzaron una puerta y entraron.

Desde ese mismo momento, el círculo íntimo de Flehr apuntó contra Irina y Leonardo, pese a que hasta ahora, la hipótesis no los ubican a ellos de manera directa en la escena del crimen.

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Y la investigación terminó por avanzar en el mismo sentido. Samuel, el hermano de Leonardo, había desaparecido de los lugares que solía frecuentar. Los sospechosos, también de manera llamativa, fueron cambiando los chips de los celulares de manera insistente durante todo enero. Tres días y los tiraban, para reemplazarlos por números nuevos.

Al mismo tiempo, en plena feria y cuando todavía todo era estupor por el crimen, Irina intentó acelerar una declaración de herederos. La idea no prosperó y sobre estos siete inmuebles que tanta disputa generaron hoy sólo hay incertidumbre.

La misma sensación que desde hace semanas recorre las entrañas de Ramona Rosa. La mujer de 87 años intenta procesar demasiado dolor: un hijo asesinado, una nieta presa acusada de lo peor y una bisnieta que hoy nadie sabe con quién se quedará.

La jubilada no se quedó de brazos cruzados. A través del abogado Marcelo Touriño se constituyó como querellante. Quiere saber la verdad real detrás de toda esta historia. Una realidad que se asoma como muy dolorosa.

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