Barrio Pablo Escobar: “Que Dios le haya perdonado”

Transitar el barrio Pablo Escobar, en la Comuna 9 Buenos Aires de Medellín, genera impacto. Impacta el mural en el ingreso con su gigantografía, el Santo Niño de Atocha en su altar, y ya el mismo tener que dirigirse a un barrio con el nombre de una persona que asesinó a cientos y que dejó a Colombia sumida en el terror durante años. Sin embargo, el impacto mayor es el recuerdo de quienes residen aquí, algunos de ellos desde el comienzo mismo.

Angelina tiene 80 años y es uno de esos casos. Detrás de una reja, muy temprano por la mañana, se asoma con un perro a su lado. Accede a las preguntas de Cadena 3 sin sentarse ni inmutarse demasiado. “Desde que se fundó, vivo aquí. Yo vivía en Moravia, en el basurero. Una hija mía había hecho un ranchito ahí, entre la basura”, rememora.

Moravia era el basural donde vivían las personas a las que Escobar, utilizando dinero proveniente del narcotráfico, construyó las primeras casas en este lugar. Más de 400 fueron las viviendas en primera instancia y, pese a una primera demolición por parte del Estado colombiano, hoy viven más de 16.000 personas.

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Pese a los crímenes y atrocidades cometidas por el jefe del cartel de Medellín, en el barrio Pablo Escobar o “Medellín sin tugurios”, como fue bautizado en primera instancia, se lo recuerda como la persona que les dio “un lugar para vivir”. “Mal no tengo nada que hablar de él”, sentencia rápidamente ante la pregunta Angelina. “Con esta caridad que hizo con nosotros, no vamos a hablar mal de él. Haya sido como haya sido, con nosotros se portó bien”, reitera ante la repregunta.

Wberney Zabala Miranda, presidente de la Junta Comunal y quien oficia de guía por el barrio, agrega que aún hoy el Estado no reconoce al barrio como tal. “Tenemos el derecho de ser reconocidos. Hoy el barrio no figura en el mapa y ya tenemos derecho a aparecer. Tenemos historia, dinámica propia. Ése es nuestro gran reto”, añade.

La vida hoy en este sector de la Comuna 9 es distinta a la de años atrás. El ingreso del Estado y la construcción de un jardín infantil, como una primera medida tras décadas, parece ser un primer paso para dejar atrás esa vieja historia signada por la violencia y el narcotráfico. “La vida es buena acá. Todos tenemos la casita. Que Dios le haya perdonado, porque nos hizo un favor”, concluye Angelina.

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