Uno de cada tres chicos sufre castigos físicos en Argentina

El uso del castigo físico y el maltrato emocional como forma de “corrección” sigue muy presente en los hogares argentinos. Así lo advirtió la médica pediatra Ángela Nakab, especialista en adolescencia y referente de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), al analizar los datos del Observatorio de Desarrollo Humano y Vulnerabilidad de la Universidad Austral, que muestran que uno de cada tres chicos recibe golpes y más del 50% sufre agresiones verbales.

“En nuestro país está prohibido todo tipo de castigo en la infancia y la adolescencia, pero todavía persisten estas prácticas”, señaló Nakab en diálogo con Cadena 3 Rosario. Recordó que la Ley de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes y el concepto de crianza respetuosa obligan a garantizar una vida “tranquila y confiada” para quienes dependen de las personas adultas.

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“Tu calma es su calma. Si los chicos aprenden que el adulto se descontrola, ellos aprenden descontrol”, resumió la pediatra.

Golpes, gritos y etiquetas que dejan huella

Nakab remarcó que en el vínculo con los hijos existe una asimetría de poder absoluta: “El único refugio del niño es el adulto que lo cuida, incluso cuando lo castiga. Por eso es tan grave que ese lugar seguro se convierta en un espacio violento”.

La especialista advirtió que la violencia física puede derivar en casos extremos de maltrato infantil, incluso con riesgo de muerte, mientras que la violencia emocional —descalificaciones, gritos, humillaciones— deja marcas profundas en la salud mental.

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La reiteración, explicó, es clave: “Un episodio aislado que después se repara no deja la misma huella que un castigo o una desvalorización diaria”. Puso como ejemplo la diferencia entre decir “no me gustó lo que hiciste” y “sos un destructor”, una etiqueta que se instala en la identidad del niño.

Según Nakab, los castigos extremos terminan generando dos polos: sumisión —chicos retraídos, que no opinan ni se animan a participar— o rebelión —conductas desafiantes y oposicionistas—.

La pediatra insistió en la necesidad de ofrecer alternativas: límites claros, manuales de convivencia en las escuelas, talleres para padres y un modelo adulto coherente. “Los chicos aprenden más de lo que ven que de lo que escuchan. Si resolvemos todo a los gritos o con violencia, eso es lo que ellos van a reproducir”, subrayó.

También reconoció que el contexto económico y social influye: “El estrés, el cansancio, las dificultades económicas, la falta de descanso aumentan el riesgo de descontrol. Pero nunca la descarga puede ser sobre un niño; la violencia no debe existir”.

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Qué hacer ante la violencia y el llamado a vacunarse

Ante situaciones de maltrato, Nakab consideró clave la intervención de terceros: docentes, pediatras, vecinos, clubes y ámbitos de salud. “Si alguien detecta que un niño es víctima de violencia, debe acercarse al consejo del menor, a un juez de paz o a los organismos de protección de derechos. Lo último es la denuncia penal, pero antes hay posibilidades de consejería y terapias familiares”, explicó.

La pediatra destacó, además, que muchas madres y padres repiten patrones de crianza vinculados a sus propias historias de violencia, pero remarcó que existe “plasticidad neuronal” y que los vínculos afectivos seguros pueden reparar parte del daño.

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Antes de despedirse, Nakab aprovechó para lanzar otro alerta: la caída de las coberturas de vacunación. Señaló que hay inmunizaciones que apenas alcanzan el 50% de la población objetivo, cuando deberían superar el 95%, y cuestionó la convocatoria a una marcha antivacunas frente al Congreso.

“Este año fallecieron cinco niños menores de un año por coqueluche, una enfermedad que casi no veíamos y que reapareció por la baja en la vacunación, igual que el sarampión”, advirtió. Y concluyó con un mensaje directo a las familias:

“Las vacunas son seguras. Cuando vacunamos a nuestro hijo, también estamos protegiendo al hijo del vecino. Igual que con la violencia, toda la sociedad tiene responsabilidad en el cuidado de la infancia”.