Visita oficial a EE.UU.
13/10/2025 | 00:06
Redacción Cadena 3
Marcos Calligaris
Cuando Javier Milei cruce las rejas negras de la Casa Blanca, su figura será el último eslabón de una larga cadena de presidentes argentinos que buscaron en Washington legitimidad, apoyo o redención. El eco de aquellas visitas todavía resuena en los pasillos de mármol: Frondizi con Eisenhower, Videla frente a Carter, Alfonsín junto a Reagan, Menem abrazando a Bush padre y a Clinton, De la Rúa pidiendo aire, Kirchner marcando distancia, Macri reconectando y Fernández suplicando estabilidad.
La primera escena se remonta a enero de 1959. Arturo Frondizi, el presidente desarrollista que intentaba estabilizar a la Argentina tras la caída del peronismo, llegó a Washington con la esperanza de situar al país en el tablero occidental sin perder autonomía. Dwight Eisenhower lo recibió con honores de Estado. En pleno vértigo de la Revolución Cubana, Frondizi pronunció ante el Congreso estadounidense un discurso que pidió un "nuevo trato" hemisférico: cooperación sin subordinación. Washington lo vio como un moderado ilustrado; él creyó que podía ser mediador entre los dos mundos de la Guerra Fría.
Dos décadas más tarde, en septiembre de 1977, Jorge Rafael Videla viajó invitado a la firma de los Tratados Torrijos–Carter sobre el Canal de Panamá. Jimmy Carter, recién llegado a la presidencia, había prometido una política exterior fundada en los derechos humanos. El 9 de septiembre, ambos se reunieron en la Casa Blanca. Según el memorando confidencial desclasificado, Carter le entregó a Videla una lista con nombres de miles de detenidos sin proceso, incluido el periodista Jacobo Timerman, y le habló de torturas y desapariciones. Videla respondió con un lenguaje frío, militar, apelando a la "seguridad nacional" y a la guerra contra la subversión. No fue una visita de Estado ni una visita oficial: fue un encuentro incómodo entre la moral y la razón de Estado, una coreografía diplomática en la que ambos intentaron sostener el gesto, unidos apenas por el protocolo.
En marzo de 1985 fue el turno de Raúl Alfonsín, que llegó con otra bandera: la de la democracia recuperada. Ronald Reagan lo recibió con todos los honores de una visita de Estado. Alfonsín, didáctico, habló ante el Congreso sobre derechos humanos y expresó sus diferencias con la política estadounidense en Centroamérica. En plena Guerra Fría, su visita simbolizó el regreso del diálogo entre iguales: Buenos Aires ya no pedía permiso para hablar.
Con Carlos Menem el péndulo giró hacia la fascinación. En noviembre de 1989, recién asumido y con la hiperinflación devorando los bolsillos, fue recibido por George H. W. Bush en una visita de trabajo. Dos años más tarde regresó para una visita de Estado: el 14 de noviembre de 1991 habló ante el Congreso estadounidense, ovacionado como símbolo del "nuevo liderazgo latinoamericano". Había apoyado la coalición en la Guerra del Golfo, abrazado el Consenso de Washington y comenzado un alineamiento total que en 1998 derivaría en la designación de Argentina como aliado extra-OTAN. En enero de 1999, Bill Clinton volvió a recibirlo con honores de Estado y hasta terminó bailando un tango con el riojano: para entonces, Argentina era el modelo neoliberal preferido del hemisferio.
Fernando de la Rúa llegó en junio de 2000 a una visita oficial de trabajo con Bill Clinton, buscando respaldo para su ajuste económico. Regresó el 19 de abril de 2001 para una visita de trabajo con George W. Bush, en la antesala de la crisis que haría colapsar su gobierno.
En 2003, Néstor Kirchner aterrizó en Washington con otra aura: buscaba renegociar la deuda con el FMI. George W. Bush lo recibió el 23 de julio en una reunión sobria; el ALCA todavía vivía, pero su fracaso en 2005 marcaría el fin de aquella etapa de alineamientos automáticos.
En abril de 2017, Mauricio Macri volvió al Salón Oval tras catorce años sin visitas presidenciales argentinas (ningún presidente argentino visitó la Casa Blanca en la era Obama). Donald Trump, que lo conocía del mundo empresarial, lo recibió con un "working luncheon" o almuerzo de trabajo. No hubo profundidad política, sí fotografía simbólica: el mandatario argentino y el magnate devenido presidente representando la reconciliación entre Buenos Aires y Washington después de la década kirchnerista.
El péndulo ideológico argentino osciló por enésima vez e hizo que el 29 de marzo de 2023, Alberto Fernández fuera recibido por Joe Biden en una reunión de trabajo destinada a buscar apoyo del FMI en medio de una inflación descontrolada. Hablaron de energía, clima, minerales críticos y la guerra en Ucrania. Sin pompa ni retórica, aquel encuentro mostró que la relación bilateral seguía siendo más terapéutica que estratégica.
Y ahora llega Javier Milei, con el símbolo de la Blair House preparado y Donald Trump otra vez en el poder. El contexto es frágil: derrota en la provincia de Buenos Aires, escándalos internos ($LIBRA y vínculo Espert-Fred Machado), un dólar corcoveante. Trump lo bendijo públicamente y alentó una reelección.
En la antesala de su viaje, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, anunció el inicio de un programa de asistencia financiera a la Argentina. Confirmó que el Tesoro estadounidense había comenzado a comprar pesos en el mercado local y cerrado un acuerdo de intercambio por 20.000 millones de dólares con el Banco Central. En su comunicado, Bessent habló de "una grave iliquidez" en la economía argentina y aseguró que Washington actuará de inmediato para estabilizarla.
Poco después, en una entrevista el propio Bessent redobló su respaldo: dijo que Milei "ha hecho las cosas correctas", lo definió como "un gran aliado de Estados Unidos" y afirmó que el presidente argentino "está comprometido con sacar a China de su país, que está por todas partes en América Latina".
Milei llega entonces a Washington con el aval de una medida económica concreta del gobierno estadounidense, que se traducirá en respaldo político de la primera potencia mundial.
Esta visita —oficial, aunque revestida de honores de Estado— será tanto una puesta en escena como una apuesta de supervivencia. Para Trump, significa el retorno formal de un aliado ideológico en el sur; para Milei, un espejo donde legitimar su propio relato: el del outsider que desafía al sistema y se alía con el poder.
Desde Frondizi hasta Milei, cada visita de presidentes argentinos a la Casa Blanca fue el reflejo de su época. En 2025, el mundo vuelve a dividirse en bandos, y el libertario argentino se acerca a su socio natural. Esta vez, el reflejo en el espejo de la Casa Blanca devuelve también la imagen de una promesa en dólares.
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