Ronaldinho, la alegría del fútbol

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Ronaldinho, la alegría del fútbol

21/03/2021 | 13:32 | El astro brasileño fue campeón de todo y marcó una época a principios de los 2000. Se comprometió desde niño a divertirse dentro de la cancha, y así deleitó a millones. Nuestro homenaje.

Jorge Parodi

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Ronaldinho, la alegría del fútbol

Ronaldinho fue la alegría del fútbol.

Siempre jugó con una sonrisa generosa y sincera dibujada en el rostro.

Es la sonrisa de los que disfrutan y aman lo que hacen.

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Su fútbol tenía magia, arte, estética e ingenio.

De su galera, que tenía forma de botines, salían palomas de todos los colores.

Dinho siguió al pie de la letra un mandato familiar: su padre fue el que le aconsejó que jugara al fútbol con creatividad.

“La creatividad te llevará más lejos que el cálculo”, le insistió convencido su papá, quién era su superhéroe.

Él fue quien le dijo que cuando la pelota llegara a sus pies debía sentirse libre, como si estuviera escuchando música.

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Le adelantó a Dinho, que con la pelota en los pies sería feliz y que ese sentimiento haría que quisiera difundir y compartir esa felicidad con otras personas.

El talento de Ronaldinho fue natural e instintivo.

Creador y ejecutor permanente de la “elástica”, la vaselina, la bicicleta, la “espaldinha” y la “cola de vaca”.

Ningún técnico, ningún esquema táctico pudo enjaular ni someter esa forma de entender y jugar a la pelota.

Ronaldinho ganó todo. Campeón del mundo en 2002, de la Liga de Campeones con Barcelona, de la Libertadores con el Atlético Mineiro, y Balón de Oro en 2004 y 2005.

También ganó una Copa América y una Copa Confederaciones.

Ronaldo de Assís Moreira, conocido en el mundo del fútbol como Ronaldinho nació en Porto Alegre el 21 de marzo de 1980

De pequeño su habilidad con la pelota causaba asombro. Todos hablaban de él.

En un torneo intercolegial, estando en quinto grado, convirtió 23 goles en un partido.

Su padre falleció en un accidente cuando Ronaldinho era un niño de sólo 8 años, su hermano mayor Roberto, fue su protector y su representante.

“Bom Bom”, su perro callejero de la favela gaúcha, era la víctima de sus gambetas y de sus inventos con la pelota, cuando sus amigos se cansaban de jugar a la pelota.

Se formó en el Gremio de Porto Alegre, en sus inferiores.

Un entrenador le pidió que cambiara su forma de jugar, que fuera más serio, que no gambeteara tanto, porque de esa manera no llegaría a nada en el fútbol.

El joven Ronaldinho le respondió con la misma sonrisa con la que conquistó al mundo jugando a la pelota.

Una vez más Ronaldinho pensó en el consejo de su padre: “debo sonreír porque el fútbol es diversión… ¿por qué debería estar y jugar serio?”.

La creatividad sobre el cálculo, esa bendita frase volvió a resonar en su mente.

En 1994, siguió a través de la televisión el Mundial que Brasil ganó en EEUU.

Allí descubrió que el fútbol es mucho más que un juego y lo que significa para la gente que festejaba locamente ese título.

Allí entendió que con la pelota podía hacer feliz a la gente y él ser feliz jugando al fútbol.

Allí comenzó a construir su sueño de jugar con la “verdeamarelha” y levantar una Copa del Mundo.

Con Gremio, el equipo de su ciudad, convirtió el gol con el que ganó la Copa de su Estado frente al Inter, su clásico rival. Con 18 años, el talento de Dinho le pintó la cara al gran capitán de la Selección brasileña: Dunga, a quien ridiculizó con sus gambetas, incluyendo la icónica elástica.

En su último año en Gremio marcó 41 goles en 49 partidos.

En 2001 pegó el salto a Europa y pasó al PSG. Dinho paso de la favela de Porto Alegre, a las luces de París.

En dos años en París, dejó su impronta, se aseguró un lugar en la selección “Canarinha” y casi naturalmente un grande de Europa como Barcelona lo apunto para llevarlo.

Al mismo tiempo, con la Selección de Brasil ganó un Mundial Sub 17 y con la mayor llegó a tocar el cielo con las manos.

En 1999 formó parte del plantel que ganó la Copa América, allí explotó su talento y Nike puso sus ojos en él, para publicitar la marca.

En el Mundial de Corea-Japón 2002 se consagró campeón del mundo. Jugó 5 partidos y convirtió dos goles, uno a China de penal y el de la victoria ante Inglaterra de tiro libre.

Con sólo 22 años, sueño cumplido para Ronaldinho, Brasil era pentacampeón y Dinho una de sus promisorias figuras al lado de Rivaldo y el gran Ronaldo.

En 2003 lo compró el Barcelona por 23 millones de euros.

En el club catalán se convirtió en una figura descomunal. Fueron cinco años inolvidables, allí escribió los mejores capítulos de su rica historia.

En Barcelona comenzó a reflotar a un equipo a la deriva y el inicio de una era que completaron Xavi, Iniesta, Guardiola y Messi años después.

En aquellos años el brasileño contagiaba su sonrisa al hincha catalán, fue consagrado como el mejor jugador del mundo en dos ocasiones y hasta el Bernabéu se paró para aplaudirlo en una exhibición ante el Real Madrid, jugando para su clásico rival

Nadie podía detenerlo porque corría como una pura sangre y le pegaba a la pelota con la precisión de un jugador de golf.

Aquel “Barsa” ganó dos ligas y una Champions en París.

Ronaldinho fue el rey que abdicó antes de tiempo. Su vocación por la noche y la poca contracción a entrenar aceleraron su caída.

Antes de irse descubrió a un sucesor que lo superaría: Lionel Messi. Fue Ronaldinho quien lo cobijó, lo ayudó, le abrió la puerta del vestuario culé, con calidez, con buenos consejos y evitando convertirse en una influencia negativa, al no convidarlo de su vida festiva y poco profesional fuera de la cancha.

De allí pasó al Milan en 2008, la noche y las fiestas empezaron a pasarle factura y sólo mostró destellos de su genial talento.

En 2011 volvió a Brasil para jugar en el Flamengo donde su luz brilló apenas tenue.

En 2012 pasó al Mineiro donde se consagró campeón de la Libertadores un año después.

En el equipo Galo recuperó su chispa y fue consagrado además el mejor jugador de América en 2014.

Después pasó al Querétaro de México y se retiró en Fluminense.

A Ronaldinho, como quedó dicho, siempre le gustó la noche y era entonces cuando se convertía en “Guauuuu” como lo bautizó su compañero del “Barsa”, Puyol.

Las anécdotas son infinitas, dicen que sólo entrenaba los viernes, que le pedía a los técnicos que las prácticas fueran de noche, porque a la mañana no podía levantarse temprano, que le regaló al argentino Pablo Álvarez una camiseta en el entretiempo de un partido para que no le pegara más patadas, que en un amistoso en México lo tuvieron que despertar para entrar al campo de juego y una vez que ingresó metió cuatro goles.

Aseguran que su hermano Roberto lo llevó por el mal camino o como mínimo que se ha equivocado en los cambios de club, los negocios y hasta en su apoyo al presidente Bolsonaro.

La última de sus fechorías ha sido entrar a Paraguay con un pasaporte falso, la policía lo detuvo y estuvo detenido durante cinco meses.

Ronaldinho ni se inmutó, sino que pidió unas zapatillas a un guardia de Seguridad para jugar un partido entre los reclusos con los policías en el patio de la prisión. El resultado fue 12 a 11, el brasileño marcó cinco goles, dio 6 asistencias y fue premiado con un lechón de 16 kgs.

Hace poco su madre contrajo coronavirus y falleció. Ese día, tal vez por primera vez, su sonrisa eterna se convirtió en lágrimas y dolor.

Ronaldinho sabe que su rol en la vida fue hacer feliz a la gente, jugando al juego que mejor juega y que más le gusta (como escribió Serrat).

Que su sonrisa de Guasón (aquel personaje de Batman) es contagiosa.

Que su arte es eterno.

Su padre le enseñó desde muy pequeño que debía jugar con creatividad.

Que esa creatividad lo llevaría más lejos que el cálculo.

Que en definitiva el fútbol es un juego, por eso hay que jugarlo con una sonrisa.

Que la alegría es una enfermedad contagiosa cuando la pelota pasa por sus pies.

Por eso es que Ronaldinho fue la alegría del fútbol.

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