Lorenzo Insigne, el príncipe napolitano del rey de Europa

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Lorenzo Insigne, el príncipe napolitano del rey de Europa

11/07/2021 | 22:25 | El símbolo del Napoli es el capitán de Italia, flamante campeón de la Eurocopa. Conocé su historia, signada por el fanatismo a Diego Maradona, el monarca de su ciudad natal.

Raúl Monti

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Lorenzo Insigne, el príncipe napolitano del rey de Europa

Decir Nápoles es decir Maradona. “El Diego” es, en el sur italiano, mucho más que un ídolo. Lo demuestran las banderas, los murales y las lágrimas que envolvieron a una ciudad tras su partida física. Se respira en sus calles y en su gente. En Nápoles, Maradona es rey.

El trono del “Diez” en el equipo celeste será indiscutido por los siglos de los siglos. Pero, un día, apareció un príncipe. También bajito. También de origen humilde. Y también dueño de una habilidad magistral. Un hijo de la ciudad que se convertiría en el símbolo napolitano del siglo XXI. Su nombre es Lorenzo Insigne.

Lorenzo Insigne nació el 4 de junio de 1991 en Nápoles. Maradona, sancionado por doping, se había ido del equipo un puñado de meses antes. Sin embargo, dejó un legado eterno, y por esos días se respiraba fútbol, un deporte que cautivó al pequeño Lorenzo desde sus primeros pasos.

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Pese al fenómeno de Diego, Insigne creció con una idolatría distinta: adoraba a Ronaldo, y soñaba con tener sus botines mientras la rompía en los recovecos del barrio Frattamaggiore.

Cuando tenía 8 años acompañó a su hermano a la escuela de fútbol a la que asistía e hizo un berrinche insoportable para que lo dejaran jugar. Uno de los entrenadores, cansado de su accionar, le permitió entrar a la cancha. Y su talento lo mantuvo del lado de adentro de la línea de cal.

Lorenzo estaba feliz, pero necesitaba unos botines. Y no quería cualquiera: deseaba los de Ronaldo. Su padre le hablaba de Maradona, pero él estaba obsesionado con los que usaba el goleador brasileño.

Su familia no tenía los medios económicos para pagarlos, y se resignó. Pero un día, su papá lo agarró de sorpresa para avisarle que iban de compras. Recorrieron distintas tiendas de deportes, pero los botines o no estaban o no eran de su talle. Hasta que, cuando la esperanza se apagaba, divisaron el calzado que tanto anhelaba.

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El pequeño no encontró palabras para agradecerle a su padre. Cuidaba los botines como oro y los lavaba todos los días mientras soñaba con jugar algún día en el San Paolo.

Pero tuvo que sortear una traba: su altura. Los cazatalentos de distintos equipos le repetían una y otra vez lo mismo a su papá: “Es bueno, pero muy bajito”. Frustrado, estaba por largar todo, pero a los 15 años tuvo otra oportunidad en Napoli, y quedó. Era el comienzo de un gran amor correspondido.

Insigne debutó en el club del que es hincha en 2010, pero fue rápidamente cedido a otros equipos para ganar continuidad. Estuvo dos años en Cavese, Foggia y Pescara, en el ascenso italiano, y en ese período conoció a quien sería su esposa, “Jenny”. El problema era que jugando en Pescara estaba a 250 kilómetros de sus dos amores: Napoli y ella. Esa razón era suficiente para hacer lo posible para volver. Y se lo ganó.

El delantero cumplió el sueño de vestir la camiseta que le movía el piso, y no se la sacó más. Su primer gol le llenó los ojos de lágrimas. Y cada uno de los que vinieron después también lo emocionaron por dentro. De a poco se fue convirtiendo en emblema y tocó el cielo con las manos en 2014, donde ganó con Napoli la Copa Italia, que volvería a repetir en 2020, y la Supercopa local.

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En paralelo, su gran nivel lo llevó a la Selección de su país. El chico bajito que era rechazado en distintos clubes, de repente, llegó a defender a “La Nazionale”.

En Brasil, el país de Ronaldo, su ídolo de niño, vivió su primer Mundial. En el certamen ecuménico disputó un solo partido, en la derrota ante Costa Rica. Italia quedó sorpresivamente eliminada en primera ronda y Lorenzo tuvo que sortear una nueva decepción.

Tras varios años de oscuridad, la Selección “azurra” se reencontró con su historia de la mano del entrenador Roberto Mancini. Bajo su conducción, Italia se transformó en el equipo temible de siempre. Insigne, ya capitán y estandarte indiscutido del Napoli, fue premiado también con el brazalete en el representativo nacional. Y en la Eurocopa 2021, con la 10 en la espalda, mostró fútbol, liderazgo y gol.

Ya de grande, cambió su fanatismo por Ronaldo por el diez argentino. Su amor por Diego es tan grande que lo lleva en la piel: tiene un tatuaje del rostro del astro en una de sus piernas.

Decir Nápoles seguirá siendo decir Maradona, y su trono será indiscutido por los siglos de los siglos. Pero, un día, apareció otro bajito, también de origen humilde y de una habilidad magistral, que renovó la ilusión de una ciudad y un país entero. La historia dirá que si Diego Maradona es el rey, Lorenzo Insigne, el magnífico, es el príncipe napolitano.

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