Roberto Carmona.

Opinión

¿Quién le abrió la puerta al monstruo?

14/12/2022 | 13:39 |  

Redacción Cadena 3

Miguel Clariá

En una noche fatídica del verano de 1986, Gabriela Ceppi, que tenía 16 años, fue con un par de amigos a bailar a Chez Ami en Carlos Paz.

Ese era el boliche de moda en una pequeña villa, que se parecía muy poco a la ciudad que es hoy y que ha crecido tanto.

En el trayecto de regreso a la madrugada, un inconveniente en el pequeño vehículo -un Fiat 600- dejó al conductor, amigo también adolescente y compañeros de colegio y a Gabriela a la vera de la vieja ruta. Pasaron muchos autos sin detenerse, hasta que uno finalmente lo hizo.

Los chicos pensaron que habían sido afortunados por encontrar a alguien solidario. No podían imaginar que la tragedia los había elegido: quien descendió para ofrecerles ayuda, un hombre de por entonces 23 o 14 años, Roberto José Carmona, era ya un delincuente pesado con antecedentes por robos con armas y por privación de la libertad.

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Los chicos no podían saberlo, pero Carmona ya había pasado por institutos de menores y por varios penales, ya tenía una condena que se supone estaba cumpliendo y por la que le faltaban varios años. Por eso, no podía estar en libertad, no podía estar en ese momento en ese lugar.

Alguien le había abierto las puertas de la cárcel, en el marco de medidas que eran incomprensibles entonces y que son mucho más incomprensibles ahora cuando, sin mínimos recaudos, devuelven a la calle, a la libertad de volverá a matar, a criminales que están lejos de haberse rehabilitado.

Contextualicemos lo que ocurría por aquella década del 80, que suena tan lejana pero que en el episodio de este asesino es un solo tramo. Carmona se detuvo ante el auto de estos chicos y rápidamente le mostró sus intenciones reales: los amenazó con un arma, asaltó a los varones y se llevó a Gabriela ante la desesperación de sus compañeros.

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Carmona les prometió que no le haría daño, que no era un violador (pese a que ya estaba pensando violarla), que solo la llevaba como reaseguro. La espantosa realidad fue por supuesto otra. Para nosotros, los periodistas que ya lo éramos en aquella época, están muy pero muy presente: se necesitaron más de 20 días, casi un mes, para conocer cuáles fueron las consecuencias que había dejado este episodio.

Entonces, una comisión policial que comandaba un oficial de apellido Campos logró la detención de Carmona y obtuvo, en su propio relato, los perversos detalles que llevaron al final, pero muchos días después, a ubicar los restos de la joven adonde los había arrojado.

El asesino Carmona confesó que la había violado en forma reiterada y que finalmente la había ejecutado a quemarropa. Sin la más mínima señal de arrepentimiento ni de compasión, lo relató en una entrevista al colega Goño Ferrari en televisión. Admitió, incluso, que Gabriela rogó por su vida antes de que él, de todos modos, le disparara a quemarropa.

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El caso fue seguido en nuestra radio por Carlos Abel Castro Torres, uno de nuestros más veteranos periodistas policiales, que pudo reunir una cantidad impresionante de información que emitíamos día a día en la radio y que en parte se conserva en archivos.

La empecinada búsqueda de la policía que conducía Campos permitió la captura de un asesino que, casi divirtiéndose, se negaba a dar los datos para ubicar los restos cuando ya nada podía cambiar de su situación, en medio del horror de la familia Ceppi, que no podía saber qué había ocurrido con Gabriela. 

Estas preguntas sin respuestas sobre por qué ese individuo estaba en libertad, persisten hasta hoy. Unos 35 años después el rastro del expediente judicial revelaría quiénes pusieron la firma, los sellos, las pericias y los beneficios que terminaron con ese lobo en libertad en medio de las ovejas.

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El rastro de eso se perdió: Carmona comenzó a cumplir su condena perpetua, o sea sabiendo que ya nada tenía para perder y lo expresaba con ferocidad homicida en cada ocasión que tenía estando encerrado.

En Cadena 3 periodistas como Juan Federico y Fernando Barrionuevo, que entonces eran niños, reconstruyen este miércoles la historia de un asesino sin compasión en las cárceles donde agredió a otros internos y a guardias, donde una vez le arrojó el caramelo hirviendo al rostro un detenido, donde mató a dos presos. 

Un individuo con un perfil de psicópata irreversible que hace más incomprensible todo lo que rodeó su proceso judicial. Los medios de aquella década del 80 y sus periodistas, que éramos tan diferentes de lo que somos hoy por la tecnología, indagaban con dificultades pero buscaban y encontraron todo lo necesario del origen de Carmona, de su infancia extremadamente vulnerable, su iniciación en el delito siendo un niño, los institutos para menores, las primeras armas, la droga, cómo fue desarrollando su perfil de un criminal sin empatía sin sentimientos.

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Todos hablaban de la personalidad de Carmona, que  lograba efectos increíbles. La fascinación, por ejemplo, que generaba en muchas personas, la enorme mayoría de mujeres, que le escribían cuando ya estaba detenido y con cadena perpetua. Eran cartas con las que intentaban entablar relación con él, y que mostraba con orgullo.

Han pasado 36 años, Carmona estuvo en varios penales y desde hace mucho está en el Chaco, donde comenzó a tener salidas transitorias autorizadas por un juzgado de control para venir a Córdoba donde reside su última pareja.

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No sabemos cuáles fueron las razones para ese beneficio; debe suponerse que algún juez de control con pericias y asesores lo consideraron rehabilitado. 

El servicio penitenciario del Chaco lo acompaña –y lo acompañaba desde hace rato–. En este caso lo acompañaban siete funcionarios penitenciarios trasladados del Chaco hasta Córdoba para sentarse a ver un partido del Mundial mientras Carmona se fugaba.

Este, su último intento de fuga, ha dejado en el camino a otro muerto, un taxista y una pareja a la que asaltó y que solo por casualidad porque no le pintó, como él dice sobre su decisión de matar, solo por casualidad no los ha sumado a su lista de víctimas.

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Hay detenidos vinculados al servicio penitenciario del Chaco. Probablemente allí se corte la cadena de responsabilidades. Quedará, entonces, pendiente quién decidió ponerlo en libertad por dejarlo en situación de volver a matar. 

La pena de prisión es para rehabilitar y para reinsertar al delincuente. Quien consideró rehabilitado a un violador homicida psicópata que mata porque le pinta, quien puso la firma, quien le abrió la puerta, ¿no tendrá ninguna responsabilidad?

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