Milei y el presupuesto
22/12/2025 | 10:53
Redacción Cadena 3
Sergio Suppo
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Lo ideal o lo perfecto es enemigo de lo bueno
Hay una frase atribuida a Voltaire que atraviesa siglos y coyunturas políticas sin perder vigencia: lo perfecto es enemigo de lo bueno. Traducido a la vida real —y a la política— significa algo bastante sencillo: cuando se persigue la perfección absoluta, muchas veces se termina frustrando lo que era posible, alcanzable y útil. A veces, elegir lo bueno es la decisión más inteligente.
Eso es, finalmente, lo que terminó haciendo el presidente Javier Milei tras el episodio que se vivió en la Cámara de Diputados con el Presupuesto. Un episodio que incluyó enojo, amenazas de veto y una reacción emocional que duró apenas unas horas, pero que dejó al descubierto una tensión central de su gobierno: el choque entre la lógica del ideal y la necesidad de gobernar.
La media sanción del Presupuesto era —y sigue siendo— una muy buena noticia para la Argentina. No es un detalle menor: Milei gobernó hasta ahora sin presupuesto aprobado, sin la ley que define gastos y recursos, sin esa “ley de leyes” que funciona como columna vertebral de cualquier administración. Lograr la media sanción, después de meses de negociación política, fue un objetivo cumplido.
Sin embargo, el conflicto apareció en el capítulo 11, rechazado en la votación en particular. Ese artículo eliminaba fondos especiales para universidades públicas y personas con discapacidad, partidas que el Congreso había aprobado a mitad de año y que siempre generaron un fuerte rechazo en el Presidente. El problema no fue solo el contenido, sino el momento: ese capítulo no estaba en el corazón original de las negociaciones con los gobernadores.
Milei y su equipo habían cerrado acuerdos con sectores del peronismo de Catamarca, Salta y Tucumán, además de fuerzas provinciales de Neuquén, San Juan y Misiones, entre otros. A cambio de fondos, se garantizaban los votos para el Presupuesto. Pero cuando ese acuerdo ya estaba sellado, se incorporó el artículo conflictivo. La reacción fue previsible: varios gobernadores avisaron que eso no se había negociado y que no lo acompañarían. Y así fue.
El Gobierno pudo haber recalculado, modificado el texto o abierto una negociación sobre la marcha. Eligió insistir. Fue a la votación y perdió. La respuesta inicial del Presidente fue una amenaza de veto, una paradoja política: vetar un presupuesto enviado por su propio gobierno. La pataleta duró poco.
Horas después, Milei hizo saber —y lo confirmó en una entrevista con Luis Majul— que no vetará la ley, que está conforme con el resultado general y que la media sanción representa un avance. Ahora, el objetivo es que el Senado convierta el Presupuesto en ley antes de fin de año.
La reacción de los mercados no fue menor. El jueves y el viernes posteriores a la votación, hubo señales claras de alivio y aprobación. El sistema financiero leyó lo que la política a veces se resiste a aceptar: no fue un triunfo perfecto, pero sí un paso firme hacia la previsibilidad.
Ahí vuelve Voltaire. Pretender que todo salga ideal, sin concesiones, sin derrotas parciales, sin costos, suele terminar en el peor de los escenarios: no salir. Milei eligió, esta vez, lo bueno antes que lo perfecto. Y en un país acostumbrado a bloquearse a sí mismo, eso —aunque no sea brillante— es una decisión sensata.
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