Fray Mamerto Esquiú.

Perfil

Esquiú

03/09/2021 | 09:31 | Por Alberto Roselli.

Alberto Roselli

Mamerto Esquiú nació y murió en el interior de la interior provincia de Catamarca, fue niño enfermo, fraile franciscano, impulsor de escuelas populares, docente primario, destacado docente de filosofía y teología, político, defensor de los valores humanos, abogado de los derechos de los más débiles, empecinado constructor de la Nación y defensor acérrimo de la Constitución como Ley Suprema, crítico de los intolerantes, escritor, periodista, editor de publicaciones gráficas, misionero en Bolivia, Perú y Ecuador, notable promotor y predicador en Tierra Santa y obispo de Córdoba entre tantas otras cosas, todo esto en el rango de sus apenas 56 años de vida. Nació en 1826 y murió en 1883.

La beatificación de Esquiú, primer reconocimiento público por parte de la Iglesia de alguien que deja un legado para imitar y paso anterior a la canonización, es decir, que sea reconocido como santo, debería ponernos de frente a, al menos, intentar descubrir alguna cosa valiosa de este fraile en lugar de ejercer la práctica natural de la necedad creyendo o autoconvenciéndose de que se trata de algo sólo de consumo interno para la Iglesia católica.

La Iglesia lo propone como modelo de humildad y compromiso.

La humildad como virtud es definida por la Moral cristiana como derivada de la templanza que consiste en moderar los impulsos que hacen creer que toda la capacidad y todo el alcance provienen de uno mismo y lo constituyen, a uno mismo, como centro y regidor de todo.

Habitualmente se identifica a la humildad como aquella actitud de perfil bajo, docilidad casi boba, adaptación a lo que se indique y andar por ahí con cara de pintura de Miguel Ángel, ojos mirando hacia arriba, cejas levantadas y una sonrisa que, al menos, es dudosa.

La humildad, que es una virtud humana antes que cristiana –nada hay cristiano que antes no sea humano, porque un seguidor de Cristo supone a alguien que sobre todo respeta al otro como a sí mismo- radica en el saberse limitado y reconocer las propias capacidades con plena conciencia de que el mundo y ni siquiera la propia vida comienza y termina sólo en sí mismo.

O sea, vendría bien entenderla como una capacidad también social que invita a escuchar, además de exigir ser escuchado; estar atento a las necesidades de los demás además de sólo exigir los propios derechos. Es decir, reconocernos como quienes tenemos derechos y también obligaciones.

Esquiú es propuesto como modelo de ciudadano –además de cristiano- capaz de salirse del propio centro para poner allí el bien común, es decir el bien de todos, especialmente el bien social que garantiza dignidad a quienes no pueden ni tienen capacidad de defenderla por sí mismos.

Esquiú conjuga sin culpas y de manera transparente los valores humanos, cristianos y sociales en una misma acción.

Qué bien que viene un ejemplo de estos en plena temporada de elecciones!!!

Le fue mal en cuanto a críticas y trapisondas recibidas por el poder de turno, por ejemplo cuando fue propuesto como arzobispo de Buenos Aires por el entonces presidente Sarmiento, cargo que rechazó diciendo que era imposible ejercer ese cargo sin enfrentarse con quien (Sarmiento) había promovido la caída de la Confederación e impuesto el régimen liberal.

La beatificación de Esquiú, confeso partidario de los federales y crítico del partido liberal, derivación de los unitarios que, por ejemplo, denostaron a San Martín, pasa casi inadvertida en los medios, incluso con poca promoción por parte de los obispos argentinos, excepto en Catamarca donde tanto la diócesis como los franciscanos y el poder civil vienen trabajando de manera ejemplar e incansablemente.

Uno de las razones esgrimidas es que estamos en tiempos de pandemia y aforos. Igualmente se podría invitar y alentar a adherir a una fiesta no sólo religiosa sino también cívica por tratarse de quien se trata, y utilizar los nuevos medios.

Solamente 56 años le bastaron a este franciscano catamarqueño para marcar presencia no como héroe sino como coherente ciudadano que no confundió humildad con silencio cómplice, sino que ejerció esa virtud haciendo y diciendo, actuando y denunciando, jugándose sin miedo por los demás.

Él lo hizo desde su elección de vida de ser seguidor de Cristo.

Quienes compartimos la fe y quienes no, podríamos aprender de Esquiú que la persona es una; que no suma separar las dimensiones; que ser humilde es ser coherente y hacer desde el propio lugar lo que la realidad indica, con valor de ciudadano y no con capa de suprehéroe.

Simplemente esforzarse por estar a la altura de las circunstancias.

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