Tensión en alza
19/06/2025 | 11:34
Redacción Cadena 3
Hasta que llegó la Revolución Islámica en 1979, Irán era un país que navegaba entre la modernización y las tensiones internas, bajo el régimen del sha Mohammad Reza Pahlavi.
Este período, marcado por avances sociales y económicos, pero también por desigualdades y represión política, sentó las bases para el cambio radical que transformaría a la nación en la República Islámica que conocemos hoy.
Mohammad Reza Pahlavi asumió el trono en 1941, tras la abdicación forzada de su padre, Reza Shah Pahlavi, quien había fundado la dinastía Pahlavi en 1925. Reza Shah, un oficial militar, tomó el poder mediante un golpe de Estado apoyado por las fuerzas británicas
Puso fin a la dinastía Qajar y estableció una monarquía moderna, con u reinado que se enfocó en modernizar Irán, inspirado en el modelo de Turquía bajo Atatürk.
Así, hubo reformas como la secularización, la centralización del poder y la construcción de infraestructura.
Sin embargo, su autoritarismo y la percepción de estar alineado con intereses extranjeros llevaron a su destitución por las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, debido a su supuesta simpatía por Alemania.
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Mohammad Reza, entonces un joven de 21 años, heredó el trono en un contexto de inestabilidad política y ocupación extranjera por parte de Reino Unido y la Unión Soviética. Su reinado, inicialmente débil, se consolidó gracias al respaldo de potencias occidentales, particularmente Estados Unidos, que vieron en él un aliado estratégico en una región clave durante la Guerra Fría. Este apoyo externo, combinado con la riqueza petrolera de Irán, le permitió mantenerse en el poder durante casi cuatro décadas, a pesar de las crecientes tensiones internas.
El sha gobernó como un monarca absoluto, justificando su autoridad como una continuación de la tradición monárquica persa, pero su dependencia de Occidente y su estilo autocrático alimentaron el descontento que culminaría en la revolución.
Irán, antes de 1979, proyectaba una imagen de modernidad y apertura al mundo occidental. El Sha impulsó ambiciosos programas de modernización como parte de su "Revolución Blanca" en la década de 1960, que incluyeron la redistribución de tierras, la industrialización, mejoras en la educación y el otorgamiento de derechos a las mujeres, como el voto y mayor libertad en el ámbito público.
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Las ciudades, especialmente Teherán, se transformaron en centros cosmopolitas con cines, universidades y una élite que adoptaba estilos de vida occidentales, desde la moda hasta el entretenimiento.
Irán era visto como un país laico donde la libertad de culto y la expresión cultural florecían, con una vibrante escena artística.
Sin embargo, esta modernización era superficial y desigual. Mientras la élite de Teherán vivía en el lujo, gran parte del país, especialmente las zonas rurales, permanecía sumida en la pobreza, lo que alimentó el descontento social.
A pesar de la fachada de progreso, el régimen del Sha era profundamente autoritario. El poder estaba concentrado en la monarquía, y las libertades políticas eran limitadas.
La policía secreta, conocida como SAVAK, reprimía brutalmente a los opositores: los encarcelaba, torturaba y, en algunos casos, ejecutaba a disidentes políticos, tanto comunistas como religiosos.
Este clima de represión generó un creciente resentimiento entre la población, especialmente entre los intelectuales, los estudiantes y el clero chiíta, que veía en el régimen una amenaza a los valores tradicionales iraníes.
Un reciente artículo del New York Times menciona que el régimen del Sha, descrito como una "dictadura cleptocrática" por algunos críticos, permitió que la élite acumulara riquezas mientras el país enfrentaba desigualdades económicas.
Esta percepción de injusticia social fue un caldo de cultivo para el islamismo radical, que encontró en el ayatolá Ruhollah Khomeini, líder del movimiento revolucionario, una figura carismática capaz de canalizar el descontento popular.
La estrecha alianza del sha con Estados Unidos y otros países occidentales fue un punto de fricción significativo.
Si bien esta relación trajo inversiones y tecnología, también generó críticas por la percepción de que Irán estaba cediendo su soberanía a potencias extranjeras.
La occidentalización forzada, que incluía la promoción de valores laicos y la marginación de las tradiciones religiosas, alienó a sectores conservadores de la sociedad, particularmente al clero chiíta, que veía en estas políticas una afrenta a la identidad iraní.
El descontento se intensificó en la década de 1970, cuando la inflación y la corrupción exacerbaron las dificultades económicas.
Las protestas masivas, lideradas por una coalición de estudiantes, trabajadores y religiosos, culminaron en la caída del Sha en enero de 1979, cuando abandonó el país.
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Poco después, el regreso del ayatolá Khomeini marcó el comienzo de la Revolución Islámica, que transformó a Irán en una teocracia bajo el liderazgo de un clérigo supremo.
El Irán pre-revolucionario era un país de contrastes: un lugar de avances significativos pero también de profundas desigualdades y represión.
La modernización del sha trajo beneficios tangibles, como mayor acceso a la educación y derechos para las mujeres, pero su régimen autoritario y la percepción de una élite desconectada del pueblo allanaron el camino para la revolución.
En definitiva, la Revolución Islámica de 1979, liderada por el ayatolá Khomeini, derrocó miles de años de monarquía y estableció un régimen que, 46 años después, enfrenta sus propios desafíos internos y externos.
Las tensiones entre modernidad y tradición, entre apertura y control, que definieron al Irán del Sha, continúan resonando en el país de hoy, donde la población enfrenta un régimen represivo y una economía en crisis.
En conclusión, antes de la Revolución Islámica, Irán era un país en una encrucijada, atrapado entre la ambición de convertirse en una potencia moderna y las profundas divisiones sociales y culturales que finalmente llevaron a su transformación.
La era del Sha, aunque marcada por avances, dejó un legado de desigualdad y represión que alimentó el ascenso del islamismo radical.
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HEREDERO. El hijo del último sha.
El poder de Mohammad Reza Pahlavi, heredado de su padre y sostenido por el respaldo occidental, no pudo contener las fuerzas sociales que buscaban un cambio radical.
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