Carlos III con la esperada corona
Carlos III saludando en su coronación

Maravillas de este siglo

The Crown

06/05/2023 | 12:35

 

Redacción Cadena 3

María Rosa Beltramo

Después de una espera de siete décadas, Carlos pudo ceñirse la corona de rey. Un peso leve que anhelaba desde que era un niño, con una carga simbólica que va mucho más allá de la mezcla de metal y piedras preciosas que un orfebre creó para comunicarle al mundo que la persona que la lleva es el monarca.

Ese brillante objeto de deseo pesa algo más de un kilo , mide 31,5 centímetros de altura y tiene 2.868 diamantes, 17 zafiros, 11 esmeraldas, 269 perlas y 4 rubíes. Ocho meses atrás descansó sobre el féretro de Isabel II, la madre del soberano y protagonista de un reinado que se extendió entre 1953 y 2022, sobrevivió a escándalos varios y logró fortalecer un sistema político al que muchos daban por muerto.

Como hijo, Carlos tuvo la fortuna de envejecer acompañado de su madre; como aspirante al trono veía pasar los días, los meses y los años relegado en su aspiración de ejercer el poder. Sin embargo, llegó el momento, aunque ha pasado todo una vida desde que supo que lo esperaba la corona hasta que pudo calzársela en una cabeza blanqueada por los años.

Como sea, la batalla que los monárquicos vienen librando para mantener la lozanía del sistema los hizo idear una ceremonia de la que se seguirá hablando por años. Eso incluye fiesta en las calles, carruajes de cuentos de hadas, exhibición del poderío castrense, un protocolo antiquísimo que todos conocen gracias al cine, baile y canciones populares.

/Inicio Código Embebido/

/Fin Código Embebido/

Aunque la necesidad de moderar el gasto en épocas signadas por dificultades económicas obligó a reducir drásticamente el número de invitados –más de 8 mil asistieron a la coronación de Isabel II y sólo 2 mil presenciaron la de Carlos III- la ceremonia reunió la dosis de pompa típica de la realeza y la amenaza de escándalo que siempre acecha en los rincones del palacio.

En sus 74 años Carlos entregó a la voraz prensa británica, jirones de una existencia signada por la promesa del trono, pero también por su relación con Camilla Parker Bowles cuando todavía estaba casado con Diana Spencer y al mundo le costaba entender que engañara a la princesa del pueblo con una mujer 14 años mayor y de gesto perpetuamente adusto.

Paciente como ha tenido que ser por imperio de las circunstancias, al fin la historia lo recompensó y pudo ser coronado junto a la elegida por su corazón. La última vez que se celebró un acto conjunto para el rey y la reina consorte fue en 1937, cuando Jorge VI y su mujer, la reina Isabel –los abuelos de Carlos III- accedieron al trono tras la abdicación de Eduardo VIII. Su hija, que se convertiría en Isabel II, tenía entonces 11 años.

Pero ojalá su problema mayor fuera un amor complicado que el tiempo legitimó. De los dos hijos que tuvo con lady Di, uno se hincó ante el padre y está destinado a sucederlo en el trono y el menor eligió vivir del otro lado del Atlántico. De vez en cuando se despacha con alguna declaración que repercute módicamente en Estados Unidos, el país que cobija su resentimiento, y florece en titulares tremendistas en la patria natal.

Pero la mancha que el brillo de los oropeles no logra disimular es la de Andrés, el duque de York e hijo preferido de Isabel II, relegado a un segundo plano y apartado de la primera fila después de la denuncia por abuso sexual y de su amistad con Jeffrey Epstein, el ex financista acusado de trata y pedofilia, que tuvo la gentileza de colgarse en la cárcel cuando todavía tenía tanto para decir.

Las relaciones peligrosas le hicieron perder al más apuesto de los hijos de Isabel todos los títulos militares, una sanción menor para la gravedad de la imputación que soportaba antes de que sus abogados lograran un acuerdo con la supuesta víctima. En los hechos, la única consecuencia es que ha perdido el derecho a ser llamado “Su Alteza Real”.

Andrés, que cumplió 63 años, era un joven de 22 cuando tras la ocupación de las Malvinas, el designado gobernador militar Mario Benjamín Menéndez se permitió pedir, entre jactancioso y confiado, “que traigan al principito”.

Y por supuesto el principito llegó con pinta de actor de Hollywood, lentes oscuros, sonrisa compradora e impecable uniforme. Posó al lado del helicóptero que tripulaba y se anotó entre los vencedores de un conflicto que por acá todavía duele y allá le dio oxígeno al gobierno conservador de Margaret Thatcher, además de elevar los índices de aprobación a la casa Windsor.

Precisamente la ceremonia que este sábado tuvo expectante al mundo probablemente ayude a recomponer la imagen de la monarquía, algo devaluada en los últimos años –pasó del 80 por ciento en 2012 al 68 por ciento en la actualidad- pero es de todas maneras alta en un lugar del mundo donde, a despecho de la modernidad, la población sigue amando a los príncipes, añorando a las princesas y suspirando por la vida en palacio.

/Inicio Código Embebido/

/Fin Código Embebido/

Isabel tenía 25 años cuando inició su reinado. Su primogénito triplica esa edad y tiene sobre sus espaldas una larga historia. De un siglo al otro el mundo ha cambiado y está irreconocible, pero los cuentos de hadas permanecen inalterables en la memoria afectiva de los adultos que se iban a dormir con el relato sobre reyes justos y princesas encantadas.

La carroza dorada, la corona de brillantes y el monarca veterano forman parte de una realidad cinematográfica que nadie se quiere perder, ni siquiera los que miran con desdén republicano ese sistema anacrónico que este sábado sacó a relucir sus joyas y el resto del año intenta ocultar sus dramas en el castillo.

Te puede Interesar

Evento mundial

Su esposa se quedó en California a raíz del cumpleaños del hijo mayor de ambos Archie. Continúa marcando su distancia de la familia real.

Evento histórico

Estaban descargando pancartas de una camioneta con la leyenda "no es mi rey". Proponen la elección de un jefe de Estado en lugar de mantener la monarquía.

Evento histórico

El rey, de 74 años, y la reina consorte, de 75, fueron proclamados en la Abadía de Westminster, en el centro de Londres. Unos 2.300 invitados estuvieron presentes.