Protocolos.

Maravillas de este siglo

Protocolos

28/08/2020 | 07:48 |   

María Rosa Beltramo

De estos días de pandemia va a quedar la sensación de que el planeta entró en pausa, un desconcierto generalizado y algunas palabras que fueron resignificadas a la luz de la nueva forma de vida. La principal, sin ninguna duda, es protocolo, que hasta marzo se usaba de vez en cuando para mentar costumbres generalmente absurdas de cualquiera de las monarquías europeas o también alguna falta en un acto patrio porque alguien permanecía sentado durante la ejecución del Himno o se retiraba antes de la bandera de ceremonia.

Ahora en cambio, han quedado en segundo plano las reglas para actos solemnes y lo único que importa es la otra acepción que alude a una secuencia detallada de un proceso de actuación científica, técnica o médica. Sucede que fue imprescindible aprender los pasos que hay que respetar para evitar el contagio y comenzamos por el barbijo, el lavado de manos y el metro y medio de separación y después tuvimos que protocolizar toda la existencia. Y eso incluye la vida doméstica, los viajes, el trabajo y aunque un tanto reducida por imperio de las circunstancias, hasta la diversión.

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Fueron multitudes las que fustigaron el protocolo que impidió el ingreso a Córdoba del padre que intentaba despedirse de su hija y, por el contrario, legiones los que agradecieron el que permitió reabrir fábricas, reanudar la actividad de gimnasios y natatorios o retornar a los entrenamientos y la práctica de algunos deportes.

Cada uno de los sectores a los que el coronavirus paralizó tuvo que volverse experto en protocolos. Los hay poderosos y organizados que contratan a especialistas para confeccionar el decálogo perfecto de normas que permitan funcionar y esquivar al virus. Y también existen modestos trabajadores que, lápiz y papel en mano, organizan en un abrir y cerrar de ojos la lista de los procedimientos necesarios para continuar con su labor sin peligro para nadie.

En una misma jornada uno asiste a debates sobre protocolos para despedir a un familiar en la terapia intensiva y al ruego de la dueña de una calesita que reivindica el derecho de los niños a la distracción y quiere que se tenga en cuenta que hace 5 meses que no puede aportar un centavo a la economía familiar.

Y mientras los grupos empresarios exhiben infografías, cuadros estadísticos y calculan la caída en porcentajes del PBI, uno no puede dejar de conmoverse por esa mujer que espera el visto bueno del Centro de Operaciones de Emergencia para que la música vuelva a sonar y los chicos renueven el intento de enganchar la sortija.

No hay advertencia de catástrofe que llegue al corazón con la fuerza del protocolo de la calesitera que muestra el alcohol en gel, presume de la limpieza de cada una de las atracciones y promete hacer respetar la distancia social y un infante, caballito de por medio, convencida de que el protocolo es infalible y el COE debería expedirse sin más demoras.

En algún momento regresará el tiempo pre pandemia y podremos despojarnos de todos esos pasos que estamos obligados a seguir para cuidarnos pero, por ahora, lo mejor es automatizar cada procedimiento y respetarlo sin discusión.

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